eldiario.es
En defensa de un Ingreso Básico Universal
Los premios Nobel de
Economía Esther Duflo y Abhijit Banerjee analizan el impacto de la
crisis del coronavirus para los sectores de la población y los países
más pobres
Esther Duflo y Abhijit
Banerjee - Ganadores
del Premio Nobel de Economía en 2019
09/05/2020
Un hombre se somete a un control de temperatura durante un despliegue de
pruebas masivas en el suburbio de Alexandra, en Johannesburgo,
Sudáfrica, este 27 de abril EFE/EPA/KIM
LUDBROOK
Mientras Europa y los países del este asiático avanzan en la reapertura de
su economías, en los países del Sur global muchos se preguntan si lo peor de
esta pandemia aún está por llegar. A los economistas que trabajamos lo
relativo a la mitigación de la pobreza en países en vías de desarrollo se
nos pregunta a menudo qué consecuencias va a tener el coronavirus en el sur
de Asia y África. Lo cierto es que no lo sabemos. Sin realizar pruebas a
gran escala que nos permitan identificar dónde están las personas
contagiadas no podemos conocer la extensión del virus. Aún no tenemos
información suficiente sobre su comportamiento ante diferente condiciones de
temperatura, luz o humedad.
La
población más joven de los países en vías de desarrollo podría haberse
salvado de lo peor de la pandemia, pero los sistemas sanitarios de esos
países están mal equipados para lidiar con un problema de salud pública de
estas características, y la pobreza está ligada al desarrollo de
enfermedades que sitúan a la población de estos países en un nivel mayor de
riesgo.
Sin la
información que nos ofrece un sistema de realización de pruebas a gran
escala, muchos países pobres han optado por la precaución. India
impuso un confinamiento total el 24 de marzo, cuando se registraban
alrededor de 500 casos confirmados. Ruanda, Sudáfrica y Nigeria optaron por
confinar a su población a finales de marzo, antes de que llegaran sus
respectivos picos de contagio.
Pero
esas medidas de confinamiento no pueden durar para siempre. Los países más
pobres las han usado para ganar tiempo, reunir información sobre el
comportamiento de la enfermedad y aplicar la estrategia de hacer pruebas y
rastrear los contagios. La mala noticia es que no se ha puesto en práctica y
los países ricos, lejos de acudir en su ayuda, han competido y ganado la
carrera por conseguir equipos de protección personal, respiradores u
oxígeno.
El
precio a pagar en vidas humanas debido al confinamiento es ya evidente en
muchos lugares. No se vacuna a los niños y no
se recogen las cosechas. Las obras se detienen y los mercados se
cierran. El trabajo y los ingresos se evaporan. Las consecuencias de una
cuarentena prolongada en los países en vías de desarrollo pueden ser tan
graves como el propio virus.
Actuar y cooperar ante la
pandemia
Antes
de que la Covid-19 se extendiera por el planeta, 15.000
niños menores de cinco años morían diariamente en el Sur global debido a
enfermedades relacionadas con la pobreza para las que existe cura. Es
probable que mueran muchos más si sus familias son arrinconadas aún más
hacia esa pobreza. ¿Qué pueden hacer los países pobres ante la pandemia y
cómo pueden ayudar los países ricos?
Primero, la realización de pruebas de detección del virus que han resultado
vitales para contener la epidemia y suavizar las medidas de confinamiento en
Europa también son vitales para los países pobres. En lugares donde las
autoridades sanitarias no tengan información sobre la extensión del virus y
los recursos son limitados, la respuesta al virus debe ser focalizada en los
lugares en que más se necesite. De ese modo, en lugar de imponer un
confinamiento total, las autoridades podrán identificar los lugares
concretos donde sea necesario aplicar medidas.
Segundo, hay que mejorar la capacidad de respuesta de los sistemas
sanitarios de los países en vías de desarrollo para poder enfrentarse a
potenciales incrementos en el flujo de ingreso de personas enfermas en los
hospitales.
Y como
tercera medida, es muy importante que los países pobres puedan garantizar a
sus habitantes algún medio de vida de cara al futuro más próximo. En
ausencia de esa garantía, la gente se cansará cada vez más de respetar las
medidas de confinamiento y será más complicado conseguir que se cumplan.
Para proteger las economías del colapso en la demanda que se está
registrando las autoridades deben garantizar a la población que van a
recibir apoyo mientras lo necesiten.
En
nuestro libro más reciente, escrito antes de que estallase la crisis del
coronavirus, pero que lleva un título de lo más apropiado, Good
Economics for Hard Times [Buena economía para malos tiempos, en
traducción libre; el libro no está disponible en español] recomendamos la
puesta en marcha de lo que llamamos un Ingreso Súper-Básico Universal, una
transferencia regular de efectivo que equivalga a la cantidad necesaria para
la supervivencia básica.
Las
ventajas de ese ingreso universal son simplicidad, transferencia y la
garantía de que nadie se muera de hambre. Se libraría de los sistemas
desarrollados por los estados de bienestar, diseñados para excluir a "quien
no lo merezca" incluso a costa de quienes más lo necesitan. Durante una
pandemia, cuando los gobiernos tienen que ayudar a la mayor cantidad de
gente posible en el menor tiempo posible, la aplicación de una medida como
esta podría salvar vidas. Garantizar a las personas que nadie será excluido
de la cobertura de las necesidades básicas limita la angustia que muchos
individuos sienten en países pobres y no tan pobres en situaciones como la
actual.
Estas
ideas no son meras fantasías. Togo, un estado pequeño de África occidental con
un Producto Interior Bruto (calculado con paridad de poder de compra) de
1.538 dólares anuales, ya avanza en esa dirección. Además de haber
realizado pruebas
a 7.900 personas que presentaban síntomas compatibles, el país ha
desplegado 5.000 pruebas aleatorias para calcular la prevalencia del virus.
Las
autoridades sanitarias de Togo utilizarán esos resultados para determinar
cuándo y dónde restringir el movimiento de población. El gobierno también ha
lanzado un
sistema de transferencia de efectivo vinculado a un monedero electrónico
a través del teléfono. Hay 1,3 millones de personas registradas y ha enviado
dinero a medio millón de personas tan sólo en la región del Gran Lomé
(alrededor de la capital).
La
buena noticia es que muchos países, sobre todo en África, ya cuentan con esa
infraestructura para transferir dinero a la población rápidamente gracias a
los teléfonos. Mucha gente ya usa ese sistema para transferencias privadas y
los gobiernos pueden partir de esos sistemas para aplicar los suyos en
cuestión de días. Si los datos ofrecidos por los teléfonos identifican que
en algunas regiones se vive una crisis económica, la transferencia puede ser
más generosa a los habitantes de esas zonas.
De
hecho, la mayor limitación no es la viabilidad de las medidas sino la
voluntad real de aplicarlas y financiarlas. Los países en vías de desarrollo
necesitarán una gran cantidad de ayuda de los países más ricos si es quieren
pagar un ingreso universal. Algunos creen que sus monedas se depreciarían de
ser aplicada una medida así con velocidad y extensión, lo que generaría una
crisis de deuda. Los países más ricos tendrán que trabajar con las
instituciones financieras globales para ofrecer mecanismos de alivio de la
deuda y más recursos a esos países. Muchos tendrán que pagar sus suministros
médicos y alimentarios en divisas y eso será cada vez más difícil por la
disminución de los ingresos por exportaciones y remesas de los migrantes.
Dada la
crisis económica y de ingresos sin precedentes que muchos ya enfrentan, la
prudencial fiscal sea quizás menos importante hoy de lo que lo fue en el
pasado. Ahora toca que los gobiernos ayuden a los ciudadanos y a la economía
a través del gasto y no del ahorro. Los gobiernos de los países en vías de
desarrollo tendrán que aceptar un aumento de sus déficits presupuestarios
para poder financiar un ingreso universal, al menos a corto plazo. Cuando
los países comiencen a suavizar sus medidas de confinamiento y se reanude la
producción, la demanda de bienes será muy baja. Al garantizar que las
transferencias de efectos se alarguen en el tiempo, la gente saldrá y
gastará algo más una vez sea posible. Eso ayudará a que la economía reviva.
Ninguna
de estas medidas significa que los gobiernos deban ignorar los riesgos que
conllevan de cara a la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, un plan de
gasto claro que responda de manera inmediata al inmenso golpe que supone el
coronavirus, junto a una estrategia de largo plazo sobre el modo en que
terminarán los confinamientos, transmitirán esperanza sobre las
posibilidades de que la crisis que vivimos no se convierta en una futura
catástrofe.
- Esther Duflo y Abhijit Banerjee ganaron el
Premio Nobel de Economía en 2019 por su trabajo sobre mitigación de la
pobreza. Son autores de Good
Economics for Hard Times.
Traducido por Alberto
Arce
|