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La
tauromaquia sí es cultura
Antonio Ureña
17 de
octubre 2021
Uno de
los eslóganes que más se corean en manifestaciones y actos antitaurinos es
el siguiente: “No es cultura, es tortura”. Sobre la segunda parte de la
frase no cabe objeción posible: en la mal llamada “fiesta nacional” se
tortura hasta la muerte a un animal: Sin embargo, en cuanto su calificación,
o no, como cultura, sí deben realizarse algunas consideraciones.
¿Cómo
puede ser denominado cultura el hacer del sufrimiento animal; de la sangre y
la muerte, un espectáculo y, además, ¿un espectáculo “apto para todos los
públicos”? En este sentido, recordemos los talleres para el fomento de la
tauromaquia que han tenido lugar en Andalucía, Madrid u otras comunidades.
De igual manera, en nuestro país no hay limitación alguna en cuanto a edad
para la entrada a los espectáculos taurinos, pese a las recomendaciones de
la ONU en este sentido. La propia existencia de la tauromaquia se justifica
en nombre de la tradición; una tradición que hay que preservar y para ello,
nada mejor que “fomentar la afición desde las edades más tempranas”.
Pudiéramos preguntarnos: ¿qué valores se les está inculcando a estos niños –
en este caso, el plural inclusivo en cuanto a géneros es descriptivo de
estos valores de masculinidad propio de los toros- que asisten a talleres o
espectáculos taurinos? Si tenemos en cuenta la afirmación que construye el
titular, esta pregunta sería retórica. ¿No debe ser la cultura promocionada
desde las primeras edades? Máxime si dicha manifestación cultural es parte
del patrimonio identitario nacional.
El
problema no es en sí la calificación como cultura, si no qué representa la
misma; es decir: cuáles son sus valores subyacentes. Además, dada su
calificación como fiesta nacional, sus valores formarían parte de la
identidad de los habitantes del solar patrio. La identificación de
tauromaquia y fiesta nacional es, de nuevo, una apropiación indebida de
símbolos y conceptos por una ideología, convirtiéndolos en patrimonio
propio. Así ha pasado con la bandera, el himno, la patria o el mismo nombre
de España: las ideologías conservadores y ultraconservadoras se han
apoderado de todo ello, identificándolo con su manera de pensar y la de sus
seguidores. Tanto es así que, una destacada líder del PP, Esperanza Aguirre,
afirmó: los antitaurinos son antiespañoles; y continúa: que lo son porque
saben muy bien que los Toros simbolizan mejor que nada la esencia misma de
nuestro ser español
Como se
desprende las palabras de la expresidenta de la Comunidad de Madrid, detrás
de “los toros” hay una ideología muy bien definida; una ideología que está
presente, ya no en “la plaza”, si no mucho antes: en la dehesa, donde se
cría el ganado bravo. La existencia de esta ganadería está vinculada a una
estructura de propiedad muy determinada: el latifundio. La citada estructura
económica conlleva una estructura social muy jerarquizada, con grandes
brechas entre los diversos grupos; por cierto, algo bastante acorde con el
pensamiento conservador y ultraconservador citado.
El
hispanista Ian Gibson, en una entrevista publicada por el diario ABC
(22-05-95) hablaba del carácter progresista de la cultura, al estar
relacionada con la solidaridad y la felicidad de la comunidad; es decir:
estar basada en valores éticos positivos. Esta es la acepción de cultura que
manejamos cuando decimos que los toros no son cultura.
Si, con
Malinowski, entre otros, entendemos la cultura como el conjunto de ideas,
creencias, costumbres o tradiciones, propias de grupo social, que generan
una serie de productos. Entonces los toros sí serían cultura, pues suponen
un producto detrás del cual hay unas ideas y creencias muy precisas: una
ideología –una cultura- que se explicita en la frase supuestamente
pronunciada por el General Millán-Astray en el Paraninfo de la Universidad
de Salamanca, el 12 de octubre de 1936: muera la inteligencia; viva la
muerte, increpando a Unamuno; casualmente, una personalidad de marcado
acento antitaurino. Es la misma una cultura del sufrimiento, del dolor, de
la sangre y, en definitiva, de la muerte. Por cierto, una cultura muy
coherente con el pensamiento del General fundador de la Legión, los
acontecimientos que se desarrollaron en España de los años 1936 al 39 y los
casi cuarenta años siguientes de dictadura del General Franco, quien afirmo
en una entrevista originalmente publicada en News Chronicle (Londres, 29 de
julio de 1936): salvaré España del marxismo, cueste lo que cueste", ante lo
cual el periodista le pregunta sorprendido: - ¿Eso significa que tendrá que
matar a la mitad de España? El futuro dictador respondió sin ambages: -
Repito, cueste lo que cueste.
Las
frases de Milán Astray y el propio Franco explican suficientemente la
calificación de la tauromaquia como “fiesta nacional”, su calificación como
cultura y su defensa a ultranza por quienes miran con nostalgia el oscuro
periodo Franquista. La ideología o la cultura del sufrimiento y la muerte
está detrás de todo ello. Es lo que el historiador Rafael Núñez Florencio
(2014) llama cultura de lo macabro.
Hablar de
las vinculaciones entre derecha e Iglesia sería redundante. ¿Y, entre
Iglesia y tauromaquia, las hay? Si habláramos del montón de estampas,
escapularios y demás parafernalia que utilizan los toreros, caeríamos en lo
anecdótico. Por el contrario, al observar la imaginería religiosa que llena
iglesias y museos o recorre las calles en Semana Santa, veremos un uso y
abuso de la sangre; como uso y abuso de la sangre hay en una corrida de
toros. Durante siglos, la iglesia ha utilizado la denominada pedagogía del
sufrimiento para explicar y difundir sus dogmas. La diferencia es que, en
la primera, dicha sangre es pintada y en la segunda, es real; pero, ambas
comparten esa cultura del dolor y el sufrimiento de la que venimos hablando.
Los
defensores de la tauromaquia hablan del carácter estético de la “corridas de
toros” y, en este sentido, podría compararse con el carácter estético de los
martirologios de la iconografía religiosa. Hay una diferencia importante:
las esculturas son de madera u otros materiales; los cuadros de tela y el
toro no; de la misma forma que la sangre de los espectáculos taurinos, no es
precisamente pintada. Pero, aunque los toros no son de madera, los
protaurinos, basándose en informes pseudocientíficos, han extendido algo muy
propio de la derecha: una fake news. Los toros no sufren. Como chiste, no
está mal. Por ese motivo y para hacerlo aún más gracioso la Fundación Franz
Weber (FFW) y la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia
y del Maltrato Animal (AVATMA), han completado el mismo: los toros no sufren
y las vacas vuelan. Así, han diseñado una campaña con este lema para
responder científicamente, -en la web de dicha campaña pueden encontrarse
informes científicos de calado sobre el tema -pero con humor, a tamaña
falacia.
En los
tiempos más agudos de la pandemia publicábamos en este mismo medio un
artículo titulado: Solo la cultura puede salvarnos. En él, abogábamos por la
cultura de lo público, de lo social y colectivo, frente a la cultura del
individualismo y lo privado. Retomamos dicho título para afirmar que, frente
a la cultura del sufrimiento, la tortura y la sangre, debe alzarse, como
proclama la voz cada vez más clamorosa del movimiento antitaurino, la
cultura de los derechos; en este caso, la cultura de los derechos de los
animales. Además, siempre será más fácil que un defensor de los derechos de
los animales defienda el derecho de las personas, que un defensor del
maltrato animal lo haga. Finalmente, la defensa o no de la tauromaquia es un
tema de derechos.
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