El primer estudio de
prevalencia realizado en seis países europeos, incluido España, con una
muestra de 10.302 personas concluye que el 65% de los menores han sufrido
violencia psicológica y el 35% violencia sexual durante la práctica
deportiva
Un grupo de estudiantes practica los relevos en una clase
de educación física.Getty
El pasado mes de
noviembre, el Tribunal Superior de Justicia de Canarias confirmó la
condena por abuso de 10 años de prisión a un entrenador de baloncesto de
Santa Cruz de Tenerife. Claudia Jaimez, gimnasta de rítmica del CAR
(Centro de Alto Rendimiento) de León denunció en mayo del año pasado a
la entrenadora Ruth Fernández por abuso verbal. Marta Xargay,
internacional con la selección de baloncesto, confesó sufrir bulimia y
ortorexia (obsesión por la comida sana) a consecuencia del trato del ya
exseleccionador Lucas Mondelo.
Y un estudio, el
primero de prevalencia sobre abusos en el deporte (publicado a finales
de noviembre y financiado por Erasmus+) ha arrojado luz sobre esta
lacra: el 75% de los encuestados experimentó alguna forma de violencia
interpersonal o abuso dentro del deporte, al menos una vez, antes de los
18 años. En España, la cifra llega al 78% y 84% fuera de este. La
violencia interpersonal contra los niños en el deporte es, por lo tanto,
y como concluyen los investigadores, “un problema grave y generalizado.
Persiste en todos los países involucrados en el estudio y no hay razón
para creer que esto se limita solo a estos”.
Dada la dimensión
internacional del estudio, los investigadores se han basado en el
concepto de “violencia interpersonal” adoptado por la OMS (Organización
Mundial de la Salud, 2012) y el Comité de los Derechos del Niño de la
ONU (2011). Se ha considerado “apropiado para garantizar un enfoque
amplio e inclusivo del daño experimentado por los niños”. Para muchos,
explica el estudio, el término “violencia” puede tener fuertes
connotaciones de agresión física y lesión, sin embargo, “en los últimos
años se ha vuelto mucho más común encontrarlo aplicado a otras
categorías de daño y este es el enfoque adoptado aquí”. Los datos, por
lo tanto, no se limitan a las experiencias más graves.
El estudio ha
identificado tasas de prevalencia en cinco categorías, algo novedoso
porque no se limita al abuso sexual.
En España la experiencia más común sufrida por niños y adolescentes
dentro del deporte fue la violencia psicológica (70%), seguida por
la violencia física (43%), la violencia sexual sin contacto (36%), la
negligencia (34%) y la violencia sexual con contacto (20%). En Europa,
la psicológica fue del 65%, la física del 44%, la negligencia del 37%,
la violencia sexual sin contacto del 35% y con contacto del 20%. Es la
menos común, pero uno de cada cinco encuestados reflejó haber sufrido
abusos sexuales.
En la encuesta,
anónima, voluntaria, confidencial y con consentimiento informado por
escrito, se preguntó a los encuestados si habían sufrido violencia
interpersonal y si sí, de que tipo. También se abordaron cuestiones como
las características de las víctimas (edad, género) y de los
perpetradores, la frecuencia, duración, marco en el que se produjo,
etcétera. El trabajo de campo abarca todo el deporte organizado, desde
el recreativo hasta el de élite pasando por los clubes.
“Cifras tan elevadas
no sorprenden”
La futbolista
Vero Boquete, de 34 años, dice que las cifras, a pesar de ser tan
elevadas, no le “sorprenden para nada”. ¿Por qué? “Porque hay mucha
gente en el deporte a nivel de dirección y de entrenadores que no está
capacitada para ese cargo, ni por nivel de conocimientos, de gestión
humana, ni de como educas a la gente más joven; qué técnicas hay de
enseñanza, qué técnicas hay a nivel psicológico, refuerzo positivo...”.
Ella, que fue capitana
de aquella selección entrenada por Ignacio Quereda ―cuyo
maltrato psicológico denunciaron las jugadoras tiempo después―
reflexiona sobre el cambio que ha vivido la sociedad que,
afortunadamente, ya no tiene porque tolerar ni normalizar
humillaciones, insultos y faltas de respeto. Quereda, según
relataron varias futbolistas en Informe Robinson se dirigía a
ellas con frases como estas: “a ver si te cuidas que estás gorda”, “lo
que necesitas es buen macho”, “voy a erradicar la homosexualidad” o
“vaya plaza de toros que tienes”. Era la temporada 2014-1015. “Cuando
eres joven no sabes reconocer bien lo que es maltrato y eso creo que
pasa también a nivel social. Ahora yo me doy cuenta de muchas más cosas.
Se habla más de ello y
es como el efecto me too,como se habla más, la gente
tiene menos miedo a hablar y se denuncian más cosas”, cuenta Boquete, en
conversación telefónica.
Tampoco se sorprende de las cifras tan elevadas Claudia Jaimez,
gimnasta de rítmica
que el año pasado denunció haber sufrido abusos verbales en el CAR
(Centro de Alto Rendimiento) de León. El CSD (Consejo Superior de
Deportes) vio indicios ciertos en una investigación interna y Ruth
Fernández, la entrenadora, no ha vuelto a pisar las instalaciones del
centro. “El maltrato es maltrato, aunque lo consideres como algo normal
porque igual es lo único que has recibido desde que eres pequeño. A mí
me hizo decir basta la educación que tuve en casa: mi madre nunca me ha
chillado ni me ha levantado una mano. Fuera de casa, mi entrenadora de
toda la vida del club de gimnasia tampoco”.
Jaimez, que ha vuelto a entrenarse un año después en un club de
Cádiz, dice que las cifras del estudio le parecen incluso bajas. “Por lo
que he visto durante mi carrera... de gimnastas y entrenadoras y clubes
en las competiciones y en las concentraciones”.
Vergüenza y estigma
No había datos de prevalencia antes porque nadie los
consideraba necesarios o por el temor a poner sobre la mesa porcentajes
de abuso y abuso sexual en el deporte. Y porque todavía existe la
creencia de que no sucede, y si se produce, es algo aislado. Así lo
resume Montserrat Martín, profesora titular de Sociología del Deporte y
la Actividad Física de la Universidad de Vic (Universidad Central de
Catalunya), que ha participado en el estudio: “Aún no se ha superado la
vergüenza y el estigma que supone que tu club deportivo sea señalado
porque han salido casos a la luz”.
La
profesora Montserrat Martín posa en Barcelona. / VICENS GIMÉNEZ
Cada vez que esta profesora, que tiene una amplia experiencia en
proyectos con víctimas de abusos sexuales en el deporte, ha intentado
proponer estudios de prevalencia sobre violencia a alguna federación, se
encontraba con una respuesta similar, según cuenta ella: “Bueno, si
quieres te proporcionamos algo de dinero para que trabajes la
prevención, para que hagas cursos y formaciones…”. Para hacer estudios
de prevalencia, no.
¿Por qué? “Porque creen que se estigmatiza. Porque creen que es
tirar pelotas sobre su propio tejado, porque creen que no es tan
importante. Porque el mundo del deporte es humanista, es guay, ayuda a
los niños a desarrollarse
y de repente estamos diciendo que no siempre es así. Y no les casa”,
responde Martín. No es la única persona consultada para este reportaje
que opina lo mismo.
Ahora, por primera vez sí hay datos. Han salido del primer
macroestudio financiado por Erasmus+, dirigido por los investigadores
científicos sobre este tema Mike Hartill y Bettina Rulofs, en el que han
participado siete universidades europeas y tres instituciones deportivas
(World Athletics, Sport England y German Sports Youth). Los datos son
demoledores. Se hizo una encuesta anónima en seis países (Alemania,
Austria, Bélgica, España, Reino Unido y Rumania) con una muestra de
10.302 personas de edades entre 18 y 30 años.
Los datos indican que ha habido más víctimas masculinas (79%)
que femeninas (71%) [en España el dato es de 81% y 75%,
respectivamente], que los clubes han sido uno de los ambientes donde más
se han registrados casos de violencia (es el contexto más indicado, de
26% a 46% en las cinco categorías de violencia). También evidencia que a
mayor nivel de rendimiento, mayor posibilidad de sufrir abusos (del 68%
en el deporte recreativo al 84% a nivel internacional).
En el estudio, entre los 10 primeros ítems, ocho corresponden a
violencia psicológica, también conocida como emocional. No reforzar
positivamente, no hacer críticas constructivas, no saber abordar el tema
del peso, por ejemplo. Sobre ello reflexiona Boquete: “Que nadie se
indignara hace 30 años por escuchar frases como ‘tienes el culo gordo’
es un ejemplo claro del problema que hay. Dentro del deporte ya sabemos
que vivimos de nuestro cuerpo, sabemos también que las mujeres son
todavía más sensibles con este tema. No digo que no tengas que corregir
los hábitos nutricionales de un deportista, pero tienes que tratarlo de
una manera que no sea un maltrato: no lo digas en público, no lo digas
tú, que lo diga el nutricionista, no lo digas de una manera despectiva,
usa el refuerzo positivo: ‘oye, vamos a marcarnos unos objetivos porque
necesito que me des este rendimiento’. Pero para esto se necesita que la
gente que esté al frente tenga esa capacidad, formación y educación”.
María del Mar Aracil Cayuela es psicóloga deportiva
especialista en deportes náuticos, ha trabajado también en fútbol,
fútbol sala, baloncesto y e-sports, y cree que los datos del
estudio son reveladores, sobre todo por la alta incidencia que tiene en
los clubes. “A los psicólogos este estudio nos va a dar mucha fuerza
para presentar proyectos porque hay mucho trabajo por delante. Se sabe,
pero faltaban datos de esta envergadura. Desde nuestra profesión tenemos
los conocimientos y las herramientas, pero no las oportunidades. No hay
una voluntad ni política ni institucional de hacer programas de
psicología deportiva y si los ha habido han sido muy puntuales y no se
mantienen a lo largo del tiempo, con lo cual el impacto no llega a
hacerse realidad. Idealmente, tendría que haber un psicólogo deportivo
en cada club”, afirma. No los hay.
E insiste, además, en que tendría que respetarse y ponerse en
valor el que sean una figura independiente. “Somos una pieza clave en la
prevención, pero también en la intervención, un recurso valioso para que
los menores se sientan escuchados y poder velar por el bienestar de la
persona antes que del deportista”. No tiene, por ejemplo, que forzarle a
competir si está lesionado. Ni tiene que compartir sus confesiones con
el entrenador de turno [algo que se ha dado en el deporte de élite].
¿La violencia está normalizada?
Para Martín, que se ha encargado de todo el trabajo de campo de
España, lo más preocupante del estudio es la otra cara de la encuesta.
“A pesar de las tasas de violencia interpersonal contra los niños dentro
del deporte, el 85% de los encuestados calificaron su experiencia
general en el deporte como “buena” (42%) o “muy buena” (43%) [el 41% en
ambos casos en España]. Menos del 5% declaró que su deporte en general
era “pobre” (3%). Esto puede sugerir que la violencia interpersonal
está, hasta cierto punto, normalizada dentro del deporte”.
Y esa sensación de que es algo que forma parte del camino y del
entrenamiento para llegar a lo más alto, es lo que suelen relatar las
víctimas de abusos.
Una de ellas ―gimnasta del entrenador de Betxí―, lo contó a este diario.
“Aguantaba porque la gimnasia seguía siendo mi pasión y quería formar
parte de la selección española. Lo veía tan cerca que decía: no lo puedo
dejar ahora, tengo que seguir. Llegué a pensar que tenía que aguantar
todo lo que había que aguantar para poder llegar, y que si no lo hacía,
no iba a llegar”.
También lo vivió así Claudia Jaimez: “Yo desde el principio
sabía que lo que estaba pasando en el CAR de León no era normal, que te
insultasen no lo veía normal. Pero, estando allí, yo pensaba que la
única forma de seguir en el equipo nacional era soportar eso, porque
ella era la entrenadora de allí y el resto de niñas estaban viviendo la
misma situación que yo. Te piensas que si las demás lo han pasado, es
que será que es lo que se necesita para el deporte”. ¿Hasta qué? “Hasta
que te das cuenta de que cuando sales te quedas tan perjudicada que
entiendes que eso no debería ser así”. ¿Valoraría, pese a todo, su
experiencia como buena? “Teniendo en cuenta que la mayor parte de mi
carrera deportiva la he pasado fuera del equipo nacional, podría decirte
que sí. Lo he pasado, todavía sigo en proceso. ¿Ha sido positivo, no?
¿Eso significa que toda mi carrera deportiva va a ser negativa?,
tampoco”, contesta Jaimez.
Para cada tipo de violencia interpersonal se han asociado
diferentes ítems. Por ejemplo, la violencia psicológica incluye, entre
otros, las amenazas, humillaciones, exclusión o aislamiento. La física,
los castigos u obligar a competir a alguien que esté lesionado; la
negligencia es la falta de apoyo o supervisión. La violencia sexual
incluye tocamientos, miradas, comentarios sexuales o ritos de iniciación
sexual.
Carolina Lluch, fiscal de menores en la Audiencia Provincial de
Castellón, se ha encargado en los últimos 10 años de formular la
acusación en varios procedimientos de abusos sexuales, y es la que
dirigió la acusación contra Franch. Celebra que por fin haya un estudio
exhaustivo sobre la violencia en el deporte y
espera que las instituciones deportivas sepan valorarlo. “Las
muestras son amplias y nos da una radiografía total. Nosotros, por
ejemplo, en la Fiscalía no distinguimos a la hora de facilitar datos
sobre los ámbitos en los que se han producido los abusos sexuales. A
través de este informe se puede saber cuál es la situación de los
menores que practican deporte. Analiza, además, muchísimas formas de
violencia. Me alarma que se normalicen ciertos tipos de comportamientos
y se asuman como parte del entrenamiento”.
Le preocupa también que “solo entre el 4% y el 6% [en España
llegan al 8%] han pedido ayuda dentro del contexto deportivo”. De ahí la
necesidad de hacer campañas. “Tendrían que hacerse con más frecuencia y
continuidad, similares a las que se hacen con la violencia de género. Es
positivo porque muy pocas víctimas se reconocen como tales. Y más si
eres menor de edad y estás en un ambiente tan estricto como es el
deportivo”.
Recalca Martín que Bélgica, Reino Unido y Alemania, por
ejemplo, se han tomado en serio el tema de la prevención, y tienen
estudios sobre prevalencia aunque siempre habían sido un poco
marginales. “Aquí lo que se quería era aprovechar la oportunidad de
hacer un estudio europeo. Si no llegamos a hacerlo, no creo que en
España hubiéramos tenido datos de prevalencia en mucho tiempo”. Cree que
mientras antes se negaba la existencia del abuso o se achacaba a alguna
“manzana podrida”, ahora estamos en otra fase. “Se
empieza a entender que es más sistemático y se invierte en
formación. Las campañas son una manera de reconocer que ya no es un caso
tan aislado, porque si no, no merecería una campaña de sensibilización.
Para mí, el problema aún sigue siendo que cuando se detectan casos,
echan a los perpetradores por la puerta de atrás
y no hay denuncias formales”.