Marta Nebot
Periodista, presentadora del
programa 'Pisando charcos' en la cadena Ser
04/08/2019
Al enemigo ni agua, dice un dicho popular. Ese
dicho lo asumen l@s que plantean la lucha por la igualdad como una
guerra de géneros. No debería ser guerra y si lo es, como en todas
las guerras, hay víctimas en ambos bandos y en ésta los bandos no
están tan claros como pareciera. Me explico: aún sabiendo que es una
obviedad, porque creo que hay quien no lo recuerda, las víctimas de
la violencia machista tienen padres, hermanos, hijos, además de
madres, hermanas e hijas. Hay hombres que pierden hasta la vida
defendiendo la igualdad de desconocidas y hay mujeres tan machistas
o más que el machista más machista de cabecera y la sororidad no va
con ellas; además, las víctimas de maltrato, en muchos casos,
justifican y aman a quien les pega, porque entienden que el
maltratador también se hace daño a sí mismo y porque a la compasión
no hay quien le ponga puertas.
Todo esto para llegar a una pregunta muy incómoda:
¿Es el maltratador otra víctima aunque sea de sí misma?
Confieso que llego a esta cuestión porque el
pasado 26 de julio, en Benial, un pueblo de Murcia de 11.000
habitantes, un
padre mató a cuchilladas a su hijo de 11 años durante su régimen de
visitas y después se colgó en la cocina. Los detalles de este
doble asesinato machista me han traído hasta esta duda casi
metafísica: sie el asesinato del niño se incluirá en la lista de
víctimas de violencia machista,¿el asesino, asesinado también, debe
estar en la lista?
Comparto la rabia porque
en su locura se lleve a un inocente por delante. Son ya 29 los
menores que han sido matados por sus padres, desde que se hace
estadística de «violencia vicaria», que es como se llama a que un
padre mate a su hijo para hacer daño a la madre. Como tant@s, me he
preguntado en voz alta: ¿Por qué no se mata él solo? ¿Qué necesidad
de hacer daño? ¡Qué maldad espantosa, coño!
Pero los detalles de esta
historia cuentan la vida de alguien tremendamente perdido, al que no
se ayudó cuando se estaba a tiempo.
X nunca jamás le puso la mano encima a Laura o a
su hijo. Sabemos que su madre huyó de su padre y que por eso se
instaló en el pueblo, cuando él era pequeño, con sus otros dos
hijos. El niño se convirtió en un hombre y se casó con Laura por
amor y tuvieron dos hijos; todo iba bien hasta que la crisis le dejó
en el paro en lo suyo, la construcción, y tuvo que ponerse a
trabajar como jornalero. X tenía problemas de cervicales y empezaron
a entrarle mareos; se dio de baja y terminó perdiendo el empleo.
Entonces, llegó la depresión y la obsesión por su mujer. La
perseguía fuera donde fuera. Los celos enfermizos reventaron la
relación. Después de años así, para Laura se convirtió en
insoportable y decidió irse y dejarle la casa, cuya hipoteca pagaba
más que nadie la madre de Laura. Y seguramente lo hizo porque le
quería y no le deseaba mal y era consciente de que X era quien peor
lo estaba pasando, a pesar de todo.
Tras el divorcio, firmado en febrero, la acosó de
tal manera, noche y día, al grito de «estás zorreando», que Laura le
denunció y lo demostró, consiguiendo una orden de alejamiento. X se
saltó la orden en junio y fue detenido. En el juicio rápido del 19
del mismo mes, por el quebrantamiento de la orden de alejamiento, el
juez decretó la suspensión de la prisión de cuatro meses a la que
había sido sentenciado, sin la oposición de Laura, que una vez más
no le quiso mal.
Después de aquello, X se fue hundiendo en la
desesperación a los ojos de todo el pueblo: pedía por las calles,
dejó de lavarse… Su caída a los infiernos fue pública y notoria.
La pareja tenía dos hijos: David, de 18 años, y
Cristian, de 11. David no quería saber nada de su padre. Cristian le
pidió a su madre que le dejara seguir viéndolo. El padre y el hijo
acordaron encontrarse los lunes y los miércoles de 5 a 8:30. La
madre impuso que fuera en el parque, cerca de casa, porque le daba
miedo que estuvieran a solas.
El final de la historia es que X convenció a su
hijo de que le acompañara a su piso; según Laura le tuvo que engañar
con algo de algún vídeojuego porque si no no hubiera subido. Allí se
encontró con la muerte a manos de quien más debería haberle querido.
Lo mató con un cuchillo en el pasillo. Después, con semejante escena
en la retina, probablemente con una culpa de un tamaño insostenible,
se colgó en la cocina.
Ante estos hechos, la ametralladora de preguntas
se me dispara hacia todos los sitios:
¿Dónde estaban servicios sociales desde el
principio? ¿No era obvio que X necesitaba ayuda psicológica y que la
ayuda podía haber evitado estos crímenes? ¿Cómo es posible que ante
casos de reiteración delictiva, de órdenes de alejamiento
quebrantadas, de obsesiones enfermizas, de violencias reiteradas, se
permitan las visitas no tuteladas a menores? ¿Si ese niño va a estar
en la lista de víctimas de violencia de género, cómo es posible que
no se le incluyera en la orden de alejamiento que tenía su padre de
su madre por este mismo delito? Y para los que señalan a la madre
como responsable de lo ocurrido por no haber intentado meterle entre
rejas o por haber permitido que su hijo viera a su padre, ¿no hizo
suficiente señalando cuál era el camino: distancia y ayuda? ¿No es
este caso el mejor ejemplo de que no son los padres los que, en
casos de violencia reiterada, tienen que decidir el régimen de
visitas? ¿No es la seguridad del menor lo que tiene que estar por
encima?
Laura, concedió una
entrevista a El Español en la que cuenta todo esto y lo
que más repitió fue: «Se podía haber evitado». Laura también pidió
«endurecer las penas» y denunció que fue a la Policía local y a la
Guardia Civil «miles de veces» a pedir ayuda y que le prometieron
vigilancia «y por aquí no apareció ni Dios». Laura cuenta que todo
lo que hicieron fue llamarle por teléfono una vez por semana para
«ver qué tal estaba». Mi cabeza sigue disparando preguntas: ¿Y si
además de llamarla a ella, le hubieran llamado a él? ¿Y si los
4.000–6.000 millones de euros que gastamos de media al año en la
lucha contra el terrorismo en España desde 2004, se parecieran en
algo a los 200 millones que gastamos en la lucha contra el terror
del machismo? Tenemos bastantes más víctimas por lo segundo que por
lo primero: 1.012 víctimas mortales de violencia machista desde
2003, que es cuando se empezaron a contabilizar, según los datos del
Ministerio de Interior; 253 víctimas mortales de terrorismo en
España, entre 2.000 y hoy, según el Libro Blanco y Negro del
Terrorismo en Europa publicado por el Parlamento
Europeo.
Así que, cuando pensemos en fondos para la lucha
contra la violencia de género, pensemos en que necesitamos medios
para ayudar a las víctimas y a los verdugos. Así, quizás, los
verdugos dejen de serlo y dejen de ser, también, víctimas de su
propia violencia. En este terrorismo, como en el otro, lo importante
debería ser la prevención.