Cuando Hawo Mohamed se despertó
una mañana y descubrió que una docena de cabras de su rebaño había muerto,
supo que su vida como pastora tocaba a su fin. Mohamed, que creció en una
remota aldea de la costa de Somalilandia, en el noreste de África, recuerda
cómo llevaba las cabras de su familia a pacer a unos pastos verdes bordeados
por unos cuantos árboles. Pero con el tiempo, cuenta, los árboles empezaron a
morirse, y hace unos ocho años, las lluvias estacionales se volvieron cada vez
más imprevisibles. La situación parecía empeorar de año en año.
Poco a poco, sus animales se
quedaron sin pasto y agua suficiente, y se fueron debilitando. "Un día fui a
recogerlos como de costumbre y los llevé a casa. A la mañana siguiente, 10 o
12 habían muerto", explica sentada en el suelo mientras da de mamar a su
recién nacido delante de la choza de chapa ondulada de la ciudad costera de
Berbera. "Cuando solo nos quedaban unos pocos animales, vi que mis vecinos ya
habían empezado a marcharse y me fui con ellos. Sabía que nada volvería a ser
como antes". Este 2019, Mohamed, de 32 años, su marido Ahmed Ali y sus cuatro
hijos se unieron a los alrededor de 600.000 somalilandeses que han abandonado
los pueblos en los últimos años en busca de una nueva vida en la ciudad ante
la imposibilidad de salir adelante después de que sus ganados y sus cultivos
quedasen diezmados por años de sequías.
Somalilandia es una república
autoproclamada del tamaño de Siria situada en el Cuerno de África. Tiene
cuatro millones de habitantes y es uno de los lugares más vulnerables al
cambio climático. Pobre, azotada por las sequías y sin reconocimiento legal
como Estado, lucha por adaptarse al futuro. Mientras se enfrenta a unas crisis
climáticas cada vez más graves y al aumento de la emigración dentro y fuera de
la zona, intenta encontrar cuanto antes los medios para contener la marea de
emigrantes del clima, conseguir que la gente se quede en
unas tierras cuya productividad no deja de descender, y crear nuevos
puestos de trabajo para los desempleados.
Los representantes de Somalilandia
advierten de que el aumento del desempleo juvenil, consecuencia del abandono
de las explotaciones agrícolas por parte de las familias, que luego no
encuentran una ocupación alternativa, es una de las causas principales de la
bomba de relojería social y política que se ha sumado a la emigración y el
extremismo a los que ya tiene que hacer frente esa región del mundo. "Un país
entero se está desplazando", reconoce Shukir Ismail, ministro de Medio
Ambiente y Desarrollo Rural en una entrevista en
su despacho de la capital, Hargeisa, en la que las cabras deambulan por
las calles, algunas con los números de teléfono de sus propietarios escritos a
lápiz en el lomo. "En Somalilandia el cambio climático es real... y se está
convirtiendo en un desastre".
ver
fotogalería Hawo Mohamed se
despertó una mañana y descubrió que una docena de cabras de su rebaño había
muerto, supo que su vida como pastora tocaba a su fin. En la imagen, la
pastora afectada por el cambio climático, con su hija Yasmin en su parcela
de Berbera, en Somalilandia. Claudio
Accheri (Fundación Thomson Reuters)
Pero la crisis de Somalilandia
también se considera una advertencia. El Banco Mundial calcula que, si no se
toman medidas, en tres de las zonas más pobres del planeta, el cambio
climático obligará
a unos 140 millones de personas a emigrar de aquí a 2050.
Más calor y más sequedad
Los estudios realizados por el
Centro de Riesgos Climáticos de Santa Bárbara (perteneciente a la Universidad
de California) para la Fundación Thomson Reuters han concluido que, en
Somalilandia, la media de las temperaturas máximas diarias ha aumentado
alrededor de un grado en los últimos 30 años, hasta alcanzar los 34 grados
centígrados.
Al mismo tiempo, se ha producido
un notable aumento del número de estaciones secas: en 20 años, la temporada de
lluvias de marzo a mayo solo ha sido buena en tres ocasiones. Este hecho ha
sido perjudicial para las cosechas y los rebaños de cabras, camellos, ovejas y
vacas que constituyen el pilar de la economía somalilandesa. Faisal Ali Sheij,
director de la Autoridad para la Prevención de Desastres Nacionales y las
Reservas Alimentarias de Somalilandia, considera que los problemas a los que
se enfrenta su país son mayores que los de otros, debido en parte a la pobreza
y a las deficientes infraestructuras, con escasos medios de transporte y pocas
carreteras. Los datos del Gobierno calculan el PIB de la república en 646
dólares por habitante, lo que la sitúa entre los 10 países más pobres del
mundo, según cifras del Banco Mundial. El Gobierno calcula que el 50% de la
población urbana y el 64% de la rural son pobres.
En Somalilandia la
media de las temperaturas máximas diarias ha aumentado alrededor de un
grado en los últimos 30 años, hasta alcanzar los 34 grados centígrados
A todas estas complicaciones se
añade la situación legal de la Somalilandia islámica. El país se separó de
Somalia en 1991, y desde entonces ha funcionado de manera autónoma, en gran
medida sin el terrorismo ni la violencia que asolan algunas regiones somalíes.
Pero el autoproclamado Estado no está reconocido como país, lo cual lo excluye
de las ayudas directas y los créditos de la mayoría de las instituciones
mundiales. "Somos diferentes de otros países... Tenemos muchas más
dificultades", afirma Sheij en una entrevista en su despacho de Hargeisa, una
ciudad polvorienta de alrededor de un millón de habitantes en la que pocas
calles están asfaltadas y ninguna tiene nombre. "No tenemos ríos ni depósitos
de agua. En toda Somalilandia, la vida depende del agua de la lluvia... y no
podemos conseguir préstamos de otros países".
Una crisis duradera
El cambio climático ha complicado
la crisis humanitaria de larga duración que sufren Somalia y Somalilandia, que
ocupa aproximadamente el 30% de su territorio al noroeste. Las circunstancias
excepcionales convierten esta situación de emergencia en una de las más
complejas del mundo. Tras 20 años de guerra civil en Somalia, en 2011 la
hambruna se extendió por el país y por gran parte del este de África,
cobrándose 260.000 vidas. Las fotografías de los niños demacrados conmovieron
al mundo; 13 millones de personas sufrían hambre, y muchas abandonaron sus
hogares durante una brutal sequía.
Cuando, al cabo de cinco años,
aparecieron indicios de la llegada del fenómeno El Niño que presagiaban una
sequía similar, las organizaciones humanitarias se pusieron manos a la obra
rápidamente y evitaron que se repitiesen la hambruna y la pérdida de vidas a
gran escala durante las sequías de 2016 y 2017. Sin embargo, la crisis mató al
89% del ganado de Somalilandia, que constituye el principal producto de
exportación del país y la base de su economía pública. Mientras la población
luchaba por recuperarse, en mayo de 2018 el país fue azotado por el ciclón
tropical Sagar, el más potente de los registrados que ha tocado tierra en esa
parte del mundo, lo cual obligó a miles de personas más a abandonar sus
hogares.
Los somalilandeses tenían grandes
esperanzas de que este año les diese un respiro, pero, una vez más, la
estación de lluvias de marzo a mayo, conocida como el Gu', no ha
hecho acto de presencia, lo cual ha puesto al país al borde de la catástrofe.
"Ya no hay prácticamente ninguna probabilidad de que en Somalilandia se
produzcan precipitaciones (desde julio) hasta este octubre o principios de
noviembre", pronostica Chris Funk, director de investigación del Centro de
Riesgos Climáticos con sede en Estados Unidos. "Allá donde se mire, la
situación es realmente sombría". Según el experto, Somalilandia es
especialmente vulnerable a las amenazas climáticas porque fue una de las pocas
regiones que sufrió sequías tanto durante la oscilación de El Niño como
de La Niña, que representan el patrón dominante de las variaciones
climáticas a gran escala en el trópico.
La regularidad cada vez mayor de
las sequías tiene que ver también con el calentamiento de los océanos Índico y
Pacífico debido al cambio climático, lo cual ha aumentado las lluvias sobre
los océanos y reducido las que caen en el este de África oriental, explica.
"Parece que el aumento de la frecuencia de las sequías se va a mantener en el
tiempo, así que seguramente será la nueva normalidad", prevé Funk. Todo indica
que Somalilandia "se está volviendo más seca y calurosa".
Una situación "peor que nunca"
La Organización
de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) afirma que,
en estos momentos, una tercera parte de la población de Somalia, incluida
Somalilandia, sufre una escasez de alimentos un 30% superior a la calculada
para principios de año. Con la crisis en el horizonte, la Oficina de Naciones
Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en
inglés) hizo un llamamiento en mayo para que se enviasen a Somalia 710
millones de dólares en ayudas contra la sequía. La petición se produjo cuatro
meses después de que los más de 1.000 millones de dólares aportados por la ONU
para intentar contribuir a las operaciones de ayuda en el país durante 2019 se
quedasen cortos ante las vacilantes respuestas de los donantes a los repetidas
solicitudes de fondos contra la sequía.
"En mi vida he visto
muchas épocas de poca lluvia y sequías más o menos largas, pero la de los
últimos 10 años es peor que nunca", recuerda una señora mayor
Sin embargo, para muchos
habitantes del campo de Somalilandia, ya es tarde para capear los efectos de
la falta de precipitaciones. Gran parte de la cabaña ganadera del país ha
muerto, y las familias se han visto obligadas a abandonar sus hogares dejando
en el aire el futuro de la próxima generación, ya que alrededor de dos de cada
tres jóvenes no tiene trabajo. Según un portavoz del Gobierno, se cree que, en
los últimos años, unas 600.000 personas han dejado sus casas empujadas por la
presión relacionada con el cambio climático, y que la cifra sigue aumentando.
Fatima Aden, que dice tener unos 80 años, se trasladó al campamento
somalilandés Sheij Omer para desplazados internos hace unos seis años, dejando
atrás una vida de pastoreo que había sido el sostén de su familia durante
generaciones.
En el campamento, que acoge a unas
1.500 personas a 10 kilómetros de Hargeisa, Aden relata su infancia desde su buul,
una cabaña tradicional que antes se construía con ramas y hierba, y que ahora
está hecha de madera, chapa ondulada y trozos de tela. "Cuando era joven, esto
era verde, había bosques por todas partes, y todas las familias teníamos
ganado suficiente que podíamos vender para comprar lo que necesitásemos",
recuerda la mujer mayor, madre de seis hijos, que vive con 15 miembros de su
familia. "En mi vida he visto muchas épocas de poca lluvia y sequías más o
menos largas, pero la de los últimos 10 años es peor que nunca".
Aden, que gana algún dinero
vendiendo en el campamento la hierba estimulante conocida como khat,
dice que cada vez llega a las ciudades y a los campamentos más gente sin
trabajo ni ocupación, y sin acceso al agua corriente o a la electricidad.
"Hasta ahora no habíamos visto a nadie que se quedase sin animales hasta el
punto de que su vida peligrase", asegura la antigua pastora mientras los gatos
olfatean alrededor de sus pies en busca de restos de comida. "La vida está
cambiando de año en año, y cada año es más difícil", se lamenta. "Me preocupa
el futuro, mis hijos y sus familias".
Un salvavidas
Ante la falta de oportunidades
para obtener ingresos y el aumento del desempleo juvenil, este año las
organizaciones sin ánimo de lucro y las ONG han redoblado sus esfuerzos para
dar ayuda a las personas que la necesitan, cuyo número no deja de aumentar.
En el campamento de Sheij Omer —uno de los alrededor de 20 establecimientos de
esta clase que, según los trabajadores humanitarios, hay dentro y alrededor de
Hargeisa—, la organización Save the Children lleva otorgando becas desde 2017
para proteger a los jóvenes del trabajo infantil y conseguir que sigan sus
estudios.
Este año, la ONG ha puesto en
marcha un plan de transferencias de dinero en efectivo. Cada mes entrega a las
familias 75 dólares para que compren comida y otros suministros ante la
perspectiva del aumento del número de personas en situación crítica. "La
malnutrición, las enfermedades relacionadas con la sequía y los
desplazamientos son cada vez más frecuentes", declaraba Jamillah Mwanjisi,
portavoz de Save the Children. Algunas familias solo consiguen seguir viviendo
y ganándose el sustento en el campo con la ayuda de grupos humanitarios
locales e internacionales.
El pueblo de Abdigeedi
lleva sin recibir lluvia suficiente desde 2014, y el año pasado quedó
arrasado por el ciclón Sagar
El pueblo de Abdigeedi, a unos 160
kilómetros al noroeste de Hargesia, cerca de la frontera con Yibuti, es uno de
los más afectados. Situado en una de las áreas más golpeadas por la sequía,
lleva sin recibir lluvia suficiente desde 2014, y el año pasado quedó arrasado
por el ciclón Sagar. El huracán destruyó todas las casas de esta población de
2.000 habitantes, y solo quedaron en pie la mezquita, el colegio y el centro
de salud, que son de ladrillo. "La comunidad lleva cuatro o cinco años
sufriendo escasez de lluvia, y depende en gran medida de la ayuda
humanitaria", afirma Nur Abdi Indanoor, director de proyectos de seguridad
alimentaria y medios de vida de Save the Children.
Las señales de los alrededores del
pueblo indican al menos ocho ONG y organizaciones sin ánimo de lucro —como el
Consejo Noruego para Refugiados y Unicef— que entregan toda clase de ayuda a
la comunidad, desde vales de comida hasta letrinas. "Sin esa ayuda no podrían
sobrevivir", denuncia Indanoor mientras espanta las moscas en el calor
sofocante.
Pérdida de independencia
Saleban Sean Ali es el jefe de los
mayores del pueblo. Calcula que tiene 47 años y es padre de 10 hijos. Dice que
la ayuda es bienvenida, pero que mueren muchos animales y nadie es capaz de
proporcionar los medios para mantener las cabras y los camellos de los que
dependen para su supervivencia. "Después del ciclón, la gente intentó llevarse
a los animales debilitados a otro pueblo en busca de ayuda, pero volvieron sin
nada. Todos murieron", cuenta a través de un traductor. "No podemos mudarnos a
otro sitio. Esta tierra no es buena para la agricultura, así que nuestra única
posibilidad es volver a criar ganado", concluye. "Tengo la esperanza de que, a
pesar de que las condiciones son malas, podré volver a pastorear para
recuperar mi independencia".
Ayan Mohamoud, representante
residente de Somalilandia en Gran Bretaña y la Commonwealth, afirma que, en su
país, las crisis provocadas por el clima se han convertido prácticamente en
una constante, lo cual ha socavado el modo de vida nómada tradicional y el
sistema de clanes de la sociedad somalilandesa. "Año sí y año no, tenemos
alguna crisis de grandes dimensiones", declara Mahamoud. "La comunidad de
pastores ha sido la más afectada. Ha perdido muchos animales y también su
estructura social", resume.
El desplazamiento de la población
a las ciudades, con sus enormes tasas de desempleo juvenil, "se está
convirtiendo en una bomba de relojería", denuncia Mahmoud, que atiende a
alrededor de 150.000 compatriotas residentes en Gran Bretaña y presiona para
que Somalilandia sea reconocida oficialmente. El país está realizando
esfuerzos para intentar ayudar a la población rural a quedarse en su tierra y
adaptarse al agravamiento de las sequías y otros condicionantes climáticos a
través de medidas que van desde la construcción de sistemas de riego y
almacenamiento de agua hasta la introducción de semillas resistentes a la
aridez.
"No creo que mis hijos
sigan cultivando, porque han visto lo que yo he tenido que pasar y lo que
sucede con el medio ambiente", reflexiona un agricultor
También se están implementando
sistemas de alerta temprana de sequía para ayudar a las comunidades pastoriles
a vender el ganado antes de que cambien las condiciones meteorológicas, a fin
de evitar pérdidas económicas. Las autoridades también procuran encontrar
maneras de estabilizar los precios de los alimentos en la zona. En Biyoguure,
a unos 30 kilómetros de Berbera por una pista de tierra, Ahmed Ali, un
agricultor de 40 años, está decidido a quedarse en el pueblo con su mujer
Zaynab Abdi y sus cuatro hijos. "Cada año la situación empeora más y las
sequías son más largas", cuenta durante una entrevista en el edificio de un
colegio, al resguardo de los abrasadores 40 grados del exterior. "Pero no sé
qué alternativas tendría si intentase marcharme".
La de Ali es una de las familias
de esta aldea de unos 140 habitantes que este año ha empezado a recibir 70
dólares al mes de una ONG local llamada Apoyo de Base para las Organizaciones
Humanitarias (Grasho, por sus siglas en inglés), que recibe financiación de la
FAO para trabajar en proyectos agrícolas. El portavoz de la ONG, Abdulkadir
Buuh, señala que este año han incrementado las ayudas ante los pronósticos de
una emergencia por sequía, y que ahora colaboran con unos 18 pueblos.
Los expertos afirman que prestar
ayuda humanitaria antes de que ocurra la catástrofe, en vez de limitarse a
reaccionar después, puede reducir las pérdidas y los costes de la asistencia.
Pero incluso con esta ayuda, Ali duda que sus hijos vayan a quedar en la
tierra de la familia. "No creo que mis hijos sigan cultivando, porque han
visto lo que yo he tenido que pasar y lo que sucede con el medio ambiente",
reflexiona mientras se dirige pendiente arriba hacia el cercado de la familia,
situado en una colina que mira a la aldea baldía en la que las vallas de
espino impiden que las hienas entren por la noche.
Aun así, "siento que es mi deber
cuidar del pueblo y de la paz como mis antepasados". A unos 10 kilómetros de
allí, en el pueblo de Magab, Maryam Jama, de 19 años, tampoco está segura de
que llegue a abandonar su aldea a pesar de que las condiciones han empeorado.
Su familia se ha dedicado al pastoreo durante generaciones, explica. Jama se
casó a los 10 años con Mahdi Mohamed, también lugareño, y tuvo su primer hijo
a los 11 años. Ahora tiene dos. "Hemos perdido mucho ganado: camellos, cabras,
ovejas y burros", explica en un buul de la población, en la que
Grasho reparte forraje y tratamientos para desparasitar a los animales. "Un
par de veces intenté marcharme, pero no tenía alternativas mejores", cuenta.
"Nací aquí y aquí veo mi futuro. Espero que, con ayuda, las cosas mejoren".
Cultivos resistentes a las
sequías
Varias iniciativas para ayudar a
las familias a adaptarse al empeoramiento de las condiciones han empezado a
dar fruto. En 2015, la ONG Comité Juvenil Voluntario para el Cuerno de África
(Havoyoco, por sus siglas en inglés) creó un banco de semillas comunitario en
Galoley. El poblado, situado a unos 50 kilómetros de Hargeisa, se encuentra en
una zona conocida como "el granero de Somalilandia". Mohamed Ali, director de
proyectos de la organización, explica que el banco ha distribuido semillas —de
maíz, sorgo y tomate, entre otras— resistentes a la sequía e inmunes a las
enfermedades entre los agricultores locales, que luego contribuyen al banco
con semillas de sus propias cosechas.
Havoyoco, que recibe financiación
de diversas organizaciones, desde el Fondo de Desarrollo de Noruega hasta
Oxfam, la Cooperativa para el Desarrollo y el Alivio en Todo el Mundo (CARE,
por sus siglas en inglés) y la FAO, también ha mejorado la recogida de agua en
la zona, captándola de la lluvia para utilizarla en los cultivos y para los
animales. "Antes la gente tenía muchos problemas. Era difícil conseguir
semillas durante la estación seca o que fuesen de buena calidad", señala Ali
mientras inspecciona varias hectáreas de cultivos que contrastan vivamente con
el resto de Somalilandia. Pero ahora "los habitantes del este y de otras zonas
vienen aquí en busca de pastos y alimentos mejores", añade.
ver
fotogalería Una mujer
recoge semillas resistentes a la sequía e inmunes a las enfermedades en el
banco de semillas organizado por Havoyoco en Galoley, Somalilandia. Claudio
Accheri (Fundación Thomson Reuters)
Los patrones meteorológicos se
están volviendo más extremos cada año, y la organización "ayuda a la gente
porque queremos que conserven sus medios de vida", remacha. Sin embargo, Edna
Adan Ismail, exministra de Exteriores y primera mujer de Somalilandia en
ocupar un ministerio, especifica que muchos habitantes del campo no han tenido
más remedio que trasladarse e intentar encontrar otro trabajo a medida que los
modos de vida tradicionales se iban perdiendo. "Su supervivencia depende de
ellos", zanja Adan, fundadora del Hospital Universitario Edna Adan de Hargeisa.
En un intento por diversificar su economía, dependiente de la ganadería,
Somalilandia trata de atraer a inversores extranjeros tentados por la posición
del país en una ruta vital de transporte marítimo.
Somalilandia controla 760
kilómetros de costa en el golfo de Adén. Allí, Emiratos Árabes Unidos financia
una renovación del puerto de aguas profundas de Berbera por valor de 440
millones de dólares, y está instalando una base militar. "Es fundamental que
diversifiquemos la economía para traer comercio y trabajo", sentencia la
exministra, pero también es decisivo para el futuro del país obtener su
reconocimiento político. "Cuando nos reconozcan, vendrá gente e invertirá".
Las generaciones futuras
Dado que las inversiones
extranjeras son limitadas, el Gobierno de Somalilandia, junto con otras
organizaciones, intenta crear nuevos puestos de trabajo para los jóvenes en
una república en la que el 70% de la población tiene menos de 30 años. Este
año ha puesto en marcha un programa de servicio militar de un año de duración
para 1.500 hombres y mujeres, mientras que Havoyoco dirige otro de formación
profesional para enseñar carpintería, soldadura, y conocimientos de
administración aplicados al puesto de trabajo. Oxfam ha contribuido a
financiar unas instalaciones de formación para la innovación llamadas HarHub y
situados en Hargeisa. En ellas, los jóvenes de los campamentos de desplazados
pueden adquirir conocimientos de informática en la academia Hargabits.
"Consideramos que el empleo juvenil es uno de los principales retos de
Somalilandia, y para crear puestos de trabajo en el sector y diversificar
hacen falta inversiones importantes", sostiene Abdiaziz Adani, portavoz de
Oxfam. "Debido al cambio climático y a la sequía, el modo de vida pastoril
tradicional no va a volver".
Hamse Sulub es uno de los que han
hecho el cambio. Este joven de 19 años, procedente de un pueblo cercano a la
frontera etíope, se trasladó a Hargeisa hace siete después de que la sequía
matase a la mayor parte de los camellos de su familia. Tras estudiar en la
escuela islámica, vio un anuncio de Hargabits y un día se dejó caer por el
centro. El personal le hizo una prueba, lo admitió como alumno y le enseñó
diseño gráfico y a utilizar hojas de cálculo. "Cuando era pequeño, en el
pueblo, era responsable de cuidar de los animales... No sabía nada", recuerda
Sulub sentado junto al gallinero que hay en el refugio que comparte con su
madre y sus cuatro hermanos en el campamento de Sheij Nuur. Pero "esto me ha
dado confianza. Mi plan es formarme unos cuanto años más y luego montar mi
propio negocio", explica. "Me preocupa que mi familia tenga comida suficiente
cada día. Lo que necesitamos los jóvenes es tener un trabajo, y para eso nos
hacen falta conocimientos y centros donde aprender".
"El empleo juvenil es
uno de los principales retos de Somalilandia, y para crear puestos de
trabajo en el sector y diversificar hacen falta inversiones importantes",
sostiene Abdiaziz Adani, de Oxfam
Sin empleo ni esperanza para el
futuro, es posible que cada vez más jóvenes somalilandeses se unan al número
creciente de jóvenes africanos que intentan emigrar, sospecha la ministra de
Medio Ambiente Shukir Bandare, que insiste en que la emigración provocada por
el cambio climático es un problema mundial. "Se marcharán por mar a Europa o
Estados Unidos para hacer algo con su vida", vaticina. "Si no colaboramos y
nos damos la mano para resolver los problemas del mundo relacionados con el
cambio climático, estamos condenados. No vamos a dejar nada a la próxima
generación. Nada".
La lucha por la independencia
Somalilandia fue protectorado británico hasta 1960, cuando
se unificó con la antigua colonia italiana de Somalia. Más tarde, en 1991,
se separó de esta en una cruenta guerra civil. Hargeisa recibió el apodo
de "la Dresde de África" porque la ciudad quedó devastada por los
bombardeos aéreos. Gran parte de su población huyó. Sin embargo, después
de 1991, cuando Somalia se hundió en el caos a raíz de la destitución del
dictador Mohamed Siad Barre, los clanes de Somaliandia, en el norte,
restauraron la paz, y erradicaron la piratería y al grupo yihadista Al
Shaab, filial de Al Qaeda, de sus fronteras.
Actualmente, la república tiene un Parlamento y elecciones propios, además
de moneda, pasaportes, bandera, Ejército y una frontera autodeclarada con
puestos de control policial activos en todo su territorio. Pero, a pesar
de vivir en paz, Somalilandia no ha logrado el reconocimiento de ningún
país, aunque las autoridades locales de Cardiff en Gales, Tower Hamlets en
Londres, y las ciudades inglesas de Sheffiled y Birmingham aceptan su
independencia. "Con o sin reconocimiento somos un país, pero queremos que
nuestro pueblo pueda progresar", recalca Mahamoud, representante de
Somalilandia en Gran Bretaña. "Sin embargo, nadie está dispuesto a dar el
primer paso".
Los países occidentales alegan que corresponde a la
Unión Africana decidir sobre el reconocimiento. No obstante, hay pocos
motivos para que el organismo siente un precedente en un continente en el
que 15 de 54 países son presa de conflictos civiles. Las llamadas y los
correos electrónicos a la Unión Africana y al Gobierno de Somalia no
recibieron respuesta. Somalia insiste en que Somalilandia no es
independiente, y ha acusado a Guinea, en África occidental, de "violar la
soberanía" del país al recibir en visita oficial al presidente de
Somalilandia Muse Bihi Abdi en julio de este año.
El Ministerio de Relaciones Exteriores británico declara
que Reino Unido no ha reconocido a Somalilandia como Estado independiente,
pero que ha apoyado e incentivado las conversaciones entre Hargeisa y
Mogadiscio. "Estamos firmemente convencidos de que corresponde a
Somalilandia y al Gobierno federal de Somalia decidir su futuro, y a los
vecinos de la zona tomar la iniciativa en el reconocimiento de cualquier
nuevo acuerdo", comunicaba un portavoz vía correo electrónico.
Texto: Belinda Goldsmith | Productor multimedia: Claudio Accheri | Edición de
texto original en inglés en Thomson
Reuters Foundation, Laurie Goering, Megan Rowling; y en español, Planeta
Futuro. www.news.trust.org
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