Dos semanas
antes de fallecer, Oliver Sacks dejó preparado para su publicación
este volumen, que reúne diez textos de temáticas diversas unidos en
torno de una pregunta central cuya respuesta persiguió el autor a lo
largo de toda su obra: qué es lo que nos configura como humanos. El
libro es una perfecta muestra de las virtudes de Sacks como
ensayista: sus profundos conocimientos e innovadoras ideas en el
campo de la neurología; la erudición nunca pedante que le permitía
conectar ese saber con otras ciencias y con la cultura para ir más
allá de la especialización; su enorme capacidad como divulgador y su
seductora manera de explicar temas complejos con pasión de narrador,
y, sobre todo, su curiosidad y sabiduría humanística casi infinitas
(Ed. Anagrama)
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https://elpais.com/elpais/2019/01/15/ciencia/1547567881_534277.html
Se me olvidó que lo inventé
Cuando un relato o recuerdo se construye no existe
forma de distinguir lo verdadero de lo falso. El neurólogo Oliver Sacks
escribe sobre la falibilidad de la memoria en un libro póstumo de ensayos.
Oliver Sacks
16 ENE 2019
El neurólogo y escritor Oliver Sacks. BILL HAYES
Se presta demasiada atención a los así llamados
recuerdos recuperados, recuerdos
de experiencias tan traumáticas que se reprimen de manera defensiva y
que luego, con la terapia, se liberan de la represión. Encontramos formas
especialmente tenebrosas y fantásticas que incluyen descripciones de
rituales satánicos acompañados a menudo de prácticas sexuales coercitivas. Dichas
acusaciones han arruinado vidas y familias. Pero se ha demostrado que
esas descripciones, al menos en algunos casos, son insinuadas o implantadas
por otros. Esta frecuente combinación de un testigo influenciable (a
menudo un niño) y una figura autoritaria (quizá un terapeuta, un
maestro, un asistente social o un investigador) puede ser especialmente
poderosa.
Desde la Inquisición y los juicios contra las brujas
de Salem, pasando por los juicios soviéticos de la década de 1930 y
Abu Ghraib, se han utilizado variedades de “interrogatorio extremo”, o tortura
física y mental sin disimulo para obtener “confesiones” religiosas o
políticas. Aunque estos interrogatorios en principio se conciban para
obtener información, sus intenciones más profundas podrían ser lavar el
cerebro, provocar un auténtico cambio de opinión, para llenarlo con
recuerdos implantados autoinculpatorios, algo en lo que podrían dar muy
buenos resultados. (En este sentido, no hay parábola más relevante que 1984,
de Orwell, donde al final Winston, sometido a una presión insoportable,
acaba cediendo, traiciona a Julia, se traiciona a sí mismo y a sus ideales,
traiciona sus recuerdos y su criterio y acaba adorando al Gran Hermano).
Pero a lo mejor no hace falta una sugestión enorme o
coercitiva para influir en los recuerdos de una persona. Todos sabemos que el
testimonio de los testigos está sometido a la sugestión y al error, a
menudo con funestos resultados para las personas que han sido erróneamente
acusadas. Con las pruebas de ADN, ahora es posible obtener en muchos casos
una corroboración o refutación objetiva de dichos testimonios, y [el
investigador] Schacter ha observado que “un análisis reciente de 40
casos en los que la prueba de ADN estableció la inocencia de individuos
injustamente encarcelados reveló que en 36 de ellos (el 90%) los testigos se
habían equivocado al identificarlos”.
Si las últimas décadas han sido testigos de un surgir
o un resurgir de la memoria ambigua y los síndromes de identidad, también
han conducido a una importante investigación —forense, teórica y
experimental— sobre la maleabilidad de la memoria. Elizabeth
Loftus, psicóloga investigadora de la memoria, ha documentado los
inquietantes éxitos obtenidos a la hora de implantar falsos recuerdos
simplemente sugiriéndole a un sujeto que ha vivido un suceso ficticio. Tales
pseudosucesos, inventados por los psicólogos, pueden variar desde incidentes
cómicos a otros levemente perturbadores (por ejemplo, que de niño te
hubieras perdido en un centro comercial), y otros aún más graves (que uno
hubiera sido víctima de un ataque animal o de una agresión por parte de otro
niño). Tras el escepticismo inicial (“nunca me he perdido en un centro
comercial”) y una posterior vacilación, el sujeto puede acabar sintiendo una
convicción tan profunda que seguirá insistiendo en la verdad del recuerdo
implantado incluso después de que el experimentador confiese que, para
empezar, no ocurrió nunca.
Lo que está claro en todos estos casos —ya seanabusos
infantiles reales o imaginarios, recuerdos auténticos o implantados
experimentalmente, testigos manipulados y prisioneros a los que se ha lavado
el cerebro, el plagio inconsciente y los falsos recuerdos que todos hemos
atribuido erróneamente o hemos confundido su origen— es que, en ausencia de
cualquier confirmación exterior, no existe una manera fácil de distinguir un
recuerdo o una inspiración auténticos, sentidos como tales, de los que se
toman prestados o se sugieren, entre lo que Donald Spence denomina la
“verdad histórica” y la “verdad narrativa”.
No existe mecanismo en la mente ni en el cerebro
que asegure la verdad, o al menos, el carácter verídico de los recuerdos
Aun cuando se descubra el mecanismo subyacente de un
falso recuerdo, puede que tal cosa no altere la sensación de una experiencia
o “realidad” vivida que poseen tales recuerdos. Y no solo eso, sino que
quizá las evidentes contradicciones o absurdos de ciertos recuerdos tampoco
alteren nuestra convicción o creencia. Cuando la gente que afirma haber sido
abducida por los alienígenas relata sus experiencias, no miente en la mayor
parte de lo que dice, y tampoco son conscientes de haber inventado una
historia, sino que realmente creen que ocurrió.
En cuanto este relato o recuerdo se construye, acompañado de una viva
imaginería sensorial y fuertes emociones, no existe una manera psicológica
interior de distinguir lo verdadero de lo falso, ni tampoco una manera
neurológica exterior. El correlato psicológico de dichos recuerdos se puede
examinar utilizando la producción de imágenes cerebrales funcionales, y
estas imágenes nos muestran que los vivos recuerdos producen una activación
cerebral general en la que participan áreas sensoriales, emocionales
(límbicas) y ejecutivas (lóbulo frontal): un patrón que es prácticamente
idéntico si el “recuerdo” se basa en la experiencia o no.
Al parecer, no existe ningún mecanismo en la mente ni
en el cerebro que asegure la verdad, o al menos el carácter verídico, de
nuestros recuerdos. No poseemos ningún acceso directo a la verdad histórica,
y lo que nos parece cierto o afirmamos que lo es se basa tanto en nuestra
imaginación como en nuestros sentidos. No existe manera alguna de transmitir
o grabar en nuestro cerebro los sucesos del mundo; se
experimentan y se construyen de una manera enormemente subjetivaque,
para empezar, es diferente en cada individuo, y cada vez que se evoca un
hecho se reinterpreta o se reexperimenta de manera diferente. Nuestra única
verdad es la verdad narrativa, las historias que nos contamos unos a otros y
a nosotros mismos: las historias que continuamente recategorizamos y
refinamos. Dicha subjetividad se incorpora a la mismísima naturaleza de la
memoria y es consecuencia del fundamento y mecanismos de nuestro cerebro. Lo
asombroso es que las aberraciones exageradas son relativamente escasas, y en
su mayor parte nuestros recuerdos son sólidos y fiables.
Nosotros, en cuanto seres humanos, acabamos teniendo
recuerdos falibles, frágiles e imperfectos, pero también poseen una gran
flexibilidad y creatividad. La confusión sobre sus orígenes o la
indiferencia hacia estos pueden resultar una fuerza paradójica: si
pudiéramos identificar el origen de todo nuestro conocimiento, acabaríamos
saturados de información a menudo irrelevante. La indiferencia hacia las
fuentes nos permite asimilar lo que leemos, lo que nos cuentan, lo que los
demás dicen y piensan, lo que escriben y pintan, con la misma riqueza e
intensidad que si fueran experiencias primarias. Nos permite ver y oír con
los ojos y oídos de los demás, entrar en mentes ajenas para asimilar el
arte, la ciencia y la religión de toda la cultura, entrar y contribuir a la
mente común, a la riqueza general del conocimiento. La
memoria no surge solo de la experiencia, sino del intercambio de muchas
mentes.
Oliver Sacks (1933-2015) fue neurólogo y escritor. Este texto forma
parte de la colección ‘El río de la conciencia’ que publica Anagrama el 16
de enero 2019. Traducción de Damià Alou.
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