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LA IMPARABLE EXPANSIÓN DEL TDAH
El agresivo marketing de la industria farmacéutica
para diagnosticar TDAH
El marketing de las farmacéuticas con el conocido
Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad busca ampliar su mercado
con los menores, que serán 'clientes para toda la vida'.
nuevatribuna.es |
Humanistas de Carabanchel 06
de Junio de 2017
Hace 30 años poca gente
había escuchado en España hablar de la hiperactividad y de un trastorno
relacionado con ella que se denominó TDAH (Trastorno de Déficit de Atención
y/o Hiperactividad). Hoy pocos son los que no conocen a algún niño o
adolescente afectado o diagnosticado. ¿Pero, a qué se debe esta rápida
expansión?
Los “ingredientes” de la epidemia
Júntese un
trastorno infantil caracterizado por un ramillete de síntomas poco
específicos, que pueden deberse a situaciones coyunturales del niño o de su
familia o a etapas normales de su desarrollo con un sistema educativo
anticuado y herido por los recortes. Súmele un agresivo plan de marketing,
desarrollado por las grandes empresas farmacéuticas y disuélvase en un
ambiente social donde la competitividad, la obsesión por el éxito y la
aversión al fracaso se proyectan sin ningún filtro entre los más pequeños.
Déjese actuar libremente a estos elementos. En pocos años tendremos la
situación actual.
El marketing del TDAH
La
planificación de la industria farmacéutica parte de la premisa de que el 10
por ciento de los niños y adolescentes padecen este trastorno, y su
objetivo en conseguir que se diagnostique y medique a toda esa población.
Para ello han desarrollado planes de marketing agresivos capaces de que sus
mensajes lleguen hasta los lugares más alejados.
El Plan
PANDAH, financiado por la multinacional SHIRE afirma que “uno
de cada diez niños tiene TDAH” y
se propone promover el diagnóstico temprano y su tratamiento farmacológico.
Considera y evalúa las resistencias con las que se encuentra en España el
reconocimiento de la enfermedad por parte de padres, personal médico,
maestros, etc., y propone una estrategia para vencerlas, en la que creer en
la existencia del trastorno es una cuestión de la máxima relevancia. “Es
necesario que el centro de trabajo del psiquiatra “crea” en el trastorno y,
en consecuencia, facilite la formación del especialista”.
El creer o
no creer en la existencia de este trastorno se hace cuestión central, más
cuando a pesar de todos los intentos e investigaciones llevados a cabo hasta
hoy ninguna
prueba o marcador biológico sirve para diagnosticarlo. Éste se
fundamenta en la observación de síntomas como éstos:
-
Parece no
escuchar.
-
No presta
mucha atención a los detalles.
-
Parece
desorganizada.
-
Se olvida
las cosas.
-
Se distrae
con facilidad.
-
Corre o
trepa cuando no corresponde.
-
Contesta
impulsivamente.
-
Interrumpe
a las personas.
-
Habla
demasiado.
-
Está
siempre en movimiento…
El catálogo
de presiones, por no decir amenazas, a los progenitores que se resistan al
tratamiento incluye fracaso escolar, drogadicción, conductas sexuales
peligrosas, accidentes de tráfico, desempleo, fracaso sentimental y cárcel.
El Plan
intenta que sean los maestros los que hagan la labor de detectar el
trastorno, por lo que promociona el conocimiento del trastorno mediante el
uso de medios de comunicación, vídeos, formadores de opinión, etc. Se trata
de una estrategia muy utilizada por esta industria conocida como “disease
mongering” (promoción de la
enfermedad). Y realmente ha sido eficaz, cuando se ha hecho habitual que
muchos padres y madres y profesores hayan pre-diagnosticado a sus hijos o
alumnos sin tener mayores conocimientos sobre psiquiatría infantil.
Establece que la etapa más adecuada para el diagnóstico es la de preescolar
(entre los tres y los seis años). Un niño tan tempranamente diagnosticado y
medicado estará muchos años o décadas consumiendo un medicamento peligroso
que solo trata los síntomas pero que no es curativo.
Este relato
sobre el TDAH ha penetrado en los distintos ámbitos, en las escuelas, en el
sistema de salud, en los medios de comunicación y hasta en la legislación.
En la LOMCE se reconoció explícitamente el TDAH gracias a una propuesta de
UPN apoyada por el PP. Se llega a dar la paradoja de que si
un niño es diagnosticado con TDAH se encuentra en una posición más favorable
para recibir algunos tipos de ayuda, lo que anima a padres y
profesores a vencer los reparos hacia los tratamientos farmacológicos.
La
resistencia por parte de los menores a tomar la medicación a partir de la
adolescencia está también prevista en el Plan PANDAH, y anticipa la
“comorbilidad” del TDAH con nuevos diagnósticos, como el “Trastorno de
negativismo desafiante”, que trae como consecuencia la introducción de
nuevos psicofármacos para los menores. “Con
la llegada a la pubertad, puede aparecer el componente negativista
desafiante, dificultando no sólo el diagnóstico, sino también el
tratamiento. Con frecuencia, los pacientes adolescentes se niegan a ser
diagnosticados de TDAH, por el rechazo a la etiqueta y al estigma social que
trae consigo; además de desarrollar comorbilidades o agravamiento de los
síntomas.”
Los conflictos de interés en el
diagnóstico y tratamiento
El Plan no
podría funcionar si no estuvieran avalados sus postulados por el Ministerio
de Sanidad, que aprobó en 2010 la Guía Práctica Clínica del TDAH.
Al respecto de esta guía, La Federación de Asociaciones de Defensa de la
Sanidad Pública ha pedido su retirada y ha advertido que el 70% de los
colaboradores que la redactaron declararon conflictos de interés y
recibieron de alguna manera dinero de las farmacéuticas. El médico más
citado de la guía, Joseph Biederman, está investigado en los EEUU por
recibir 1,7 millones de dólares de compañías farmacéuticas tras promover el
diagnóstico de trastornos psiquiátricos en la infancia. Las objeciones y
cuestionamiento de esta guía son abundantes por parte de muchas asociaciones
y profesionales del campo de la salud.
En el año
2015, 115 entidades y más de 2300 profesionales han suscrito el “Manifiesto
para un consenso clínico del TDAH”, en el que se pide la retirada del
Protocolo de la Generalitat de Catalunya sobre el TDAH, porque significa:
-
Un paso más
en la política de patologizar y medicalizar la vida en general y la
infancia y adolescencia en particular.
-
Un
menosprecio a las diferentes teorías y prácticas existentes en la
clínica de las sintomatología psíquicas, y en consecuencia:
-
Un atentado
contra la libertad de elección de los pacientes.
El cuestionamiento sobre la expansión
del TDAH y los presupuestos en que se basa también ha crecido en los Estados
Unidos. Leon Eisenberg, psiquiatra que en 1968 desarrolló el concepto de la
hiperactividad como trastorno, afirmó en el 2009 que se deberían buscar las
razones psicosociales que llevan a determinadas conductas, un proceso mucho más
largo que “prescribir
una pastilla contra el TDAH”. Alen
Frances, también psiquiatra norteamericano y ex director del DSM IV, el Manual
de Desórdenes Mentales, declaró recientemente que “gran
parte del incremento de casos de TDAH es el resultado de falsos positivos en
niños a los que les iría mucho mejor sin ser diagnosticados” y
que “es
mejor gastarse el dinero en colegios que maldiagnosticar a los niños y tratarles
con medicinas caras”. En su opinión, el
marketing de las farmacéuticas está buscando ampliar su mercado con los menores,
que serán “clientes
para toda la vida”.
En España,
en el año 2007 La Regional Humanista Europea y la Comunidad para el
Desarrollo Humano advirtieron sobre la sistematización de los tratamientos
con psicofármacos a niños y jóvenes y pidió la apertura de un debate sobre
este conflicto, denunciando ante el Defensor del Menor la vulneración de los
derechos fundamentales de los menores. El Servicio Vasco de Salud denunció
en el 2013 que “no
se están siguiendo las recomendaciones sanitarias más básicas y prudentes en
cuanto a la prescripción de metilfenidato”. El Boletín de Información
Farmacoterapéutica de Navarra alertó en 2013 sobre el incremento del consumo
del metilfenidato, señalando que no está demostrada su eficacia a largo
plazo.
Garantizar los derechos de niños y
adolescentes
En la situación actual, la suerte de un niño o un adolescente depende de a
qué centro educativo se le envía, o quién será el pediatra, médico de
familia, psiquiatra o neurólogo que vea su hipotético caso
En la
situación actual, la suerte de un niño o un adolescente depende de a qué
centro educativo se le envía, o quién será el pediatra, médico de familia,
psiquiatra o neurólogo que vea su hipotético caso. Las diferencias en la
tasa de afectados son muy grandes según las localidades o los centros
educativos. Puede ser que en un centro un niño sea un niño inquieto y en
otro un caso de TDAH. Puede que en uno se permita al niño evolucionar y se
le ayude en esa evolución, y en otro se le ponga la etiqueta de hiperactivo
y se presione para que sea medicado con psicofármacos. Podemos encontrar
también psiquiatras y neurólogos que defienden y promueven el tratamiento
farmacológico y que reciben apoyo económico de las empresas que fabrican
esos fármacos o podemos encontrar psiquiatras que evitan prescribir esos
fármacos y promueven el tratamiento cognitivo conductual.
Dadas las
consecuencias de recibir o no un diagnóstico y un tratamiento farmacológico
a base de anfetaminas de duración indefinida lo correcto sería saber si el
profesional que está delante de nosotros tiene o no un conflicto de interés,
si tiene o no relaciones económicas con las empresas que comercializan los
fármacos. Esto ya es preceptivo en reuniones y congresos médicos, y debería
extenderse a las consultas para que los interesados cuenten con una
información importante.
Las ciencias, y por supuesto la psiquiatría, cambian
sus puntos de vista. No deberían manejarse como verdades absolutas sus
postulados. En las últimas décadas se han patologizado numerosos
comportamientos y situaciones de la vida, y ha predominado una corriente que
ha considerado de una manera biologicista el comportamiento humano,
utilizando los psicofármacos con gran profusión. Esta corriente sin embargo
está siendo cuestionada y es posible que en el futuro muchos trastornos,
incluido el TDAH, desaparezcan de los manuales de psiquiatría. La raya que
separa un comportamiento diferente de un trastorno puede moverse fácilmente,
de manera que millones de personas, adultos o menores, caigan en el campo de
los “normales” o los “trastornados”. En todo caso, creemos que en esta época
de crisis en todos los campos es normal que las respuestas y los
comportamientos de los menores reflejen la incertidumbre en que vivimos.
Pero lo más alarmante y que debe preocuparnos a todos son los efectos de
medicalizar con psicofármacos a niños y adolescentes. ¿Quién se hará cargo a
futuro de las consecuencias? Por el bien de las futuras generaciones es
necesario abrir un debate público sobre este tema y ayudar a que llegue
hasta el último rincón lo que hoy se está discutiendo en los foros médicos.
Y finalmente, porqué no cuestionar también el entorno, ¿el trastorno está en
los niños y adolescentes o en un sistema violento y deshumanizado?
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