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El suicidio: ¿cuáles son los principales factores de riesgo?
La Voz de la Salud
REDACCIÓN
El 2020 se
convirtió en el año con un mayor número de suicidios registrados en España
desde 1906, con una media de casi once personas al día. La Voz de la
Salud | iStock
Los
trastornos mentales están detrás del 90 % de los suicidios | El 3 % de los niños
ha tenido pensamientos suicidas en el año 202131 de enero 2022
El
suicidio es uno de los principales problemas de salud
pública en el mundo. La OMS estima que cada año pierden la vida más personas
por suicidio que por accidentes de tráfico, guerras y homicidios. En el
2019, una de cada 100.000 muertes en el mundo fue un suicidio,
y la pandemia no ha hecho más que empeorar esta tendencia. De hecho, el 2020
se convirtió en el año con mayor número de suicidios registrados en España
desde 1906, con una media de casi once personas al día, es decir, cada dos
horas una persona se quita la vida. La mayoría de los afectados son varones. Por
su parte, las mujeres que lo concretan suponen un 26 % de las muertes.
La muerte de la actriz Verónica Forqué puso cara hace
unas semanas a un problema casi siempre anónimo.
¿De qué estamos hablando? Si
bien por definición el suicidio es la muerte autoinfligida, «la conducta
suicida es cualquier pensamiento relacionado, no solo el consumado. Esta va
desde las ideas de muerte, a los planes, tentativas y, finalmente, el
suicidio», indica Víctor Pérez, presidente de la Sociedad
Española de Psiquiatría Biológica.
Los motivos que empujan a
una persona a terminar con su vida son tan variados y específicos como los
individuos que cometen el acto. Sin embargo, es posible establecer unos
criterios y prestar atención a ciertas señales de alerta que aumentan el
riesgo de que alguien intente quitarse la vida.
Ante todo, hay que
distinguir entre ideación, comunicación y conducta suicida. Mientras que la
primera se refiere a pensamientos sobre el fin de la propia vida, no siempre
está acompañada de una intencionalidad ni de una acción. En la comunicación
suicida, se transmiten estos pensamientos o deseos en un acto interpersonal.
«La comunicación suicida es un punto intermedio entre la ideación y
la conducta suicida», explica la Guía Práctica Clínica de
Prevención y Tratamiento de la Conducta Suicida elaborada por el Ministerio
de Sanidad, Política Social e Igualdad.
¿De qué estamos hablando? Si
bien por definición el suicidio es la muerte autoinfligida, «la conducta
suicida es cualquier pensamiento relacionado, no solo el consumado. Esta va
desde las ideas de muerte, a los planes, tentativas y, finalmente, el
suicidio», indica Víctor Pérez, presidente de la Sociedad
Española de Psiquiatría Biológica.
Los motivos que empujan a
una persona a terminar con su vida son tan variados y específicos como los
individuos que cometen el acto. Sin embargo, es posible establecer unos
criterios y prestar atención a ciertas señales de alerta que aumentan el
riesgo de que alguien intente quitarse la vida.
Ante todo, hay que
distinguir entre ideación, comunicación y conducta suicida. Mientras que la
primera se refiere a pensamientos sobre el fin de la propia vida, no siempre
está acompañada de una intencionalidad ni de una acción. En la comunicación
suicida, se transmiten estos pensamientos o deseos en un acto interpersonal.
«La comunicación suicida es un punto intermedio entre la ideación y
la conducta suicida», explica la Guía Práctica Clínica de
Prevención y Tratamiento de la Conducta Suicida elaborada por el Ministerio
de Sanidad, Política Social e Igualdad.
Las tres
posibles fases del suicidio
-
Ideación
-
Comunicación
-
Conducta suicida
Esto subraya la importancia
de tomar en serio esas comunicaciones. Aunque se suele creer que las
personas que se quitan la vida no hablan de sus planes con anterioridad al
hecho, esto es solo un mito: de cada diez personas que se suicidan, nueve
han hablado claramente de sus intenciones de hacerlo. Es más, «la gente que
lo dice, y que lo intenta, al final son los que lo acaban haciendo», detalla
el doctor Pérez.
La
enfermedad mental, un riesgo
Entre los
principales factores de riesgo, el más contundente es la presencia
de trastornos mentales, que se evidencia en un 90 % de las
personas que consuman el suicidio. La
depresión, el abuso de sustancias, los trastornos psicóticos, de la
personalidad y de ansiedad se suelen asociar al acto. «El
principal factor de riesgo es la enfermedad mental, especialmente aquella
que no está tratada o no es conocida. En suma, si un paciente piensa que su
patología es superficial y no le da la importancia necesaria, como puede
ocurrir con la depresión al considerar que solo es tristeza, los factores de
riesgo irían aumentando», señala José Ramón Silveira,
presidente de la Asociación Gallega de Psiquiatría.
Un factor de riesgo aumenta
la probabilidad, pero no tiene que convertirse en una causa. Isabel
Cuéllar, psicóloga clínica en el Hospital Clínico San Carlos de
Madrid, recalca que «no todas las personas que intentan suicidarse o que lo
hacen tienen problemas de salud mental. Es importante decirlo para no
fomentar el estigma de que solo las personas diagnosticadas
son las que tienen conductas suicidas», señala.
Diferenciando entre sexos,
la psicóloga Cuéllar explica que «hay más ideas e intentos suicidas entre
las mujeres, pero hay más suicidios consumados entre los hombres». En sus
palabras, estos datos se explican porque las mujeres tienen mayor
prevalencia a la hora de sufrir enfermedades mentales como la depresión,
mientras que los hombres tienen mayores dificultades para pedir ayuda y
sufren más impulsividad.
La edad es
otro dato a tener en cuenta. Hay dos períodos de la vida en los que una
persona es más propensa a suicidarse: la adolescencia y la edad
avanzada. «En las personas mayores está más asociado a enfermedades
físicas crónicas o problemas de aislamiento o apoyo social», precisa
Cuéllar. Estas edades coinciden con etapas de cambios no solo a nivel
biológico, sino en el ritmo de vida, las actividades cotidianas y la
interacción social. En este sentido, el acoso en la adolescencia está muy
asociado a la ideación y la conducta suicida.
El consumo de
alcohol y sustancias estupefacientes supone también un riesgo en
materia de suicidio, «también si existen antecedentes previos mediante los
cuales la persona lo haya intentando, o si la depresión, el suicidio o el
alcoholismo figuran en la historia familiar del paciente», detalla el doctor
Silveira.
Las relaciones son uno de
los componentes más importantes del bienestar humano. Somos, después de
todo, seres sociales. Por lo tanto, no es de extrañar que la falta de apoyo
social sea un factor de peso en el momento de tomar la decisión de
suicidarse. De hecho, una red familiar o comunitaria puede suponer una
diferencia abismal en los momentos de crisis. Pero, para que esto funcione,
el entorno debe estar atento y ser capaz de tomarse en serio las señales
para intervenir de forma oportuna. Lo fundamental es lograr la integración
social de la persona, de forma que sepa que puede acudir a su entorno
para pedir ayuda.
¿En qué
momento se toma la decisión?
Cuando los factores
de riesgo se suman a factores precipitantes, el paso a la acción
sobreviene. Eventos vitales estresantes como pérdidas personales (divorcios,
muertes), financieros (económicos o laborales), problemas legales o
conflictos en relaciones interpersonales pueden ser desencadenantes del
suicidio en personas que ya presenten factores de riesgo. Por otra parte, la
posibilidad de acceder a armas, medicamentos o sustancias tóxicas aumenta
este riesgo al facilitar el paso de la ideación a la conducta suicida.
«Sabemos que hay mayor
riesgo de suicidio si una persona que cumple los factores de riesgo
vive sola. Si, por ejemplo, se queda viudo. O si se mezcla la
depresión, el consumo de alcohol y el aislamiento social», explica el
psiquiatra José Ramón Silveira. El profesional también
indica que enfermedades terminales o degenerativas, o rasgos impulsivos en
la personalidad del paciente «podrían aumentar el riesgo».
Indicios o
señales de advertencia
La fórmula que permita
evitar o detectar qué llevó a una persona a suicidarse todavía no ha sido
descubierta. «Y ojalá lo supiéramos. Como profesionales, vemos cada suicidio
como algo que se nos ha escapado y que podríamos haber previsto», indica el
doctor Silveira. En cambio, sí existen líneas que permiten a los
profesionales de la salud mental, o a los propios familiares del paciente,
conocer el estado de la persona en cuestión y la razón de su decisión. Esto,
como en todo, puede variar de un nombre a otro. Las amenazas directas (o
indirectas) de cometer un suicidio existen. «Dan señales de hacerse daño, de
quitarse la vida, de tener desesperanza. También pueden ser de muerte pasiva
como “la muerte sería la solución a todo”», explica el especialista en
psiquiatría, José Ramón Silveira.
En este sentido, también es
importante prestar atención a los temas que el paciente tiende a sacar en
una conversación. «Si la muerte tiene una posición
protagonista en sus palabras o si insinúa el placer que el descanso le
podría provocar. Además, puede que consuma continuamente contenidos sobre la
muerte: películas, esquelas o libros», advierte el presidente de la
Asociación Gallega de Psiquiatría. Igualmente, las conductas
autodestructivas pueden esconder algo a este respecto: «Empiezan a beber, a
tomar tóxicos, a dejar las pastillas o a no cuidarse, y les da igual. Saben
cómo será el final», añade Silveira.
Cuando el individuo no
verbaliza sus ideas suicidas, pueden darse otras manifestaciones. Por
ejemplo, personas que se encontraban deprimidas y, de pronto, están muy
alegres. «El cese de la angustia, una sensación de paz y
tranquilidad internas, un período de calma después de una fase de
agitación, son signos de grave peligro suicida, pues se ha resuelto el
conflicto entre los deseos de vivir y los deseos de morir a favor de estos
últimos», señala la guía. «Hay personas que, tras haber tomado la decisión
de suicidarse, llegan a consulta mucho más calmadas y sosegadas de lo que
esperaba el profesional, lo que de primeras puede sugerir una mejoría. En
realidad, es una señal de todo lo contrario», detalla el doctor Silveira.
Se puede sospechar de la
existencia de un plan suicida cuando la persona regala sus posesiones más
preciadas, corre riesgos innecesarios, cierra asuntos, visita o llama a
personas para despedirse, tiene escondidos elementos que son parte del
método para lograrlo (acumula medicación, lleva consigo el tóxico o la
cuerda), o ingiere bebidas alcohólicas en cantidades y con una frecuencia
inusuales (mediante lo cual el individuo trata de lograr «el valor»
necesario para llevar a cabo sus intenciones). Se debe prestar especial
atención a aquellas personas que experimentan cambios ostensibles en su
comportamiento habitual que limitan sustancialmente su adaptabilidad social
(ingestión de alcohol o drogas, deserción laboral, divorcio, o disidencia
del grupo de pertenencia, entre otros.
Además, hay que tener en
cuenta un cambio emocional o en el comportamiento muy brusco o intenso,
«tanto si una persona está muy triste como la otra dirección, una persona
que aparenta estar más feliz o contenta, porque a veces se relaciona con que
ha encontrado una solución, está preparándolo y parece que ha encontrado una
salida interior», declara Cuéllar, psicóloga clínica en el hospital
madrileño.
Falsos mitos
sobre el suicidio
-
Las personas que hablan sobre el suicidio nunca lo intentan. Falso.
-
Hablar con alguien sobre el suicidio puede darle ideas. Falso.
-
Solo cierto tipo de personas se suicidan. Falso.
-
Las personas suicidas reaccionar exageradamente a los eventos de la
vida. Falso.
-
El suicidio es un hecho de agresión, ira, venganza o egoísmo.
Falso.
-
No hay nada que pueda detener a una persona que ha decidido acabar
con su vida. Falso.
¿Es posible un cambio de
opinión?
«Se
puede detener dependiendo de cual sea la razón que lo motivó», indica el
doctor Silveira. Aunque resulta necesario que este sea un trabajo
multidisciplinar, en el que estén implicados los profesionales de la salud y
los familiares de la persona. Además, se le deben presentar todas las
expectativas posibles a su problema.
No se trata de una decisión libre. El
paciente no tiene una opinión, sino unos síntomas que modifican su
capacidad de elección.
Es necesario hablar con
cautela de opinión y suicidio: «No se trata de una decisión libre. El
paciente no tiene una opinión, sino unos síntomas que modifican su capacidad
de elección. Es decir, decide en relación a lo que siente de una forma
totalmente embriagadora que condiciona su voluntad», detalla el presidente
de la Asociación Gallega de Psiquiatría; «no se trata de una opinión tomada
libremente», añade.
Cómo
actuar frente a los pensamientos suicidas
Una persona con pensamientos
suicidas debe, ante todo, saber que no está sola. El primer paso es buscar a
un amigo, un terapeuta o contactar con una asociación gratuita de ayuda al
suicidio y trasladar las inquietudes. Lo fundamental es no quedarse
solo con estas ideas. En este momento de vulnerabilidad, hay que
procurar distanciarse de cualquier medio con el que uno pueda hacerse daño.
Es importante destacar que las crisis de suicidio suelen ser
pasajeras, aun si en el momento se puede sentir el dolor como algo
definitivo y sin final.
Las crisis de suicidio suelen ser
pasajeras.
¿Cómo intervenir?
Si lo que quieres es ayudar
a una persona a expresar su intención de suicidarse, tendrás que estar
dispuesto a escuchar, sin que el otro se sienta juzgado. «Cuando alguien que
tiene ideas de suicidio te lo está explicando, no se debe cambiar la
conversación», explica Pérez. Mostrarse espantado será contraproducente y
solo hará que la persona se cierre. Tampoco es buena idea minimizar la
situación. Demostrar interés sin dar sermones será clave para que la persona
se sienta comprendida. Entre las medidas prácticas, la primera será retirar
del alcance de la persona todos los elementos que puedan suponer un riesgo.
Después, si es posible, no dejes sola a la otra persona, ni proyectes una
situación de excesivo control.
Factores protectores
Así como existen factores de
riesgo que pueden predisponer a las personas al suicidio, también hay
elementos que funcionan como herramientas fortalecedoras y tienen la
capacidad de proteger a los individuos. La habilidad de resolución de
conflictos o problemas, la confianza en uno mismo, y la habilidad para las
relaciones sociales e interpersonales son algunos de los factores
protectores a nivel individual. A nivel social, es fundamental un apoyo
familiar y comunitario fuerte y de calidad, la integración social, y los
valores positivos.
Hay que hablar del suicidio porque es un
problema muy importante. Hablando hemos conseguido reducir muertes
evitables como las de tráfico.
La conducta suicida es tabú,
al igual que lo es su trágico desenlace. También es real, y los datos lo
avalan. Durante el 2020, casi cuatro mil personas se quitaron la vida en
España. Por ello, silenciarlo y no llevarlo a la palestra es un error para
los profesionales de la salud: «Hay que hablar del suicidio porque es un
problema muy importante. Hablando hemos conseguido reducir muertes evitables
como las de tráfico. Es necesario que se definan estrategias, y una de ellas
son los factores de prevención para que cuando una persona te explique que
tiene ideas de suicido, no se cambie de tema en la conversación», señala
Víctor Pérez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica.
Se suelen denominar como «supervivientes
del suicidio» a los familiares y amigos que quedan después de que
alguien de su entorno fuese protagonista de uno de estos episodios. «Sobre
ellos cae el peso del estigma y del tabú, cuando el suicidio es una
responsabilidad de todos, no solo de la familia», expresa Cuéllar. La
psicóloga recalca que invertir en salud mental ayudará a reducir el riesgo
de este tipo de muerte, y que «deberíamos de darle una vuelta para saber qué
podemos hacer como sociedad para evitar que esto no suceda». Prevenir nunca
fue tan importante.
Los
pensamientos suicidas en niños
Save the Children ha
alertado de que la pandemia ha triplicado el número de trastornos mentales y
de conducta entre los menores y un % ha tenido pensamientos suicidas en el
2021, periodo en el que se han reducido los diagnósticos y los servicios de
salud mental infantojuveniles están saturados.
Los trastornos
mentales han aumentado del 1 % al 4 % en menores de entre 4 y 14
años y del 2,5 % al 7 % en el caso de los trastornos de conducta, según una
encuesta realizada por la ONG a 2.000 padres y madres sobre la salud mental
de sus hijos, que compara con los últimos datos oficiales disponibles de la
Encuesta Nacional de Salud (ENS) de 2017.
Teléfono de ayuda
ante el suicidio, disponible siete días a la semana durante las 24
horas
717 003 717
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