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Decídselo a vuestros hijos: vamos a seguir
envenenándolos
Cristina Monge
Publicada 20/11/2017
Con motivo del #DíaMundialdelaInfancia que se celebra este lunes asistiremos
a multitud de mensajes que nos alertarán sobre el estado de la
educación, el drama que supone para los pequeños la enorme brecha
de desigualdad que se ha abierto en nuestro país, o la necesidad de
ayudar a nuestros hijos e hijas a manejarse en un mundo cada vez más
tecnológico. Todo esto es imprescindible recordarlo. Pero hay una cosa que
probablemente no se oirá, y es algo que lo cambia todo. Seamos valientes y
digamos: “Hijos, hijas: vamos a seguir envenenándoos”.
La Cumbre del Clima celebrada en Bonn bajo presidencia de Fiyi, –isla
del pacífico que está viviendo en primera persona los efectos del cambio
climático–, ha terminado con la misma sensación que la pasada reunión de
Marrakech: el subidón político del Acuerdo de París puede quedarse
en nada como no se concreten, pronto y firmes, las medidas que
permitan reducir la velocidad del cambio climático y que
nos ayuden a adaptarnos al nuevo planeta.
Mientras esto ocurre, los más vulnerables son los que
más pagan las consecuencias. Si eres niña, pobre, y de un país en
vías de desarrollo, serás la víctima perfecta. Por su desarrollo
biológico, por su mayor consumo energético y metabólico y, sobre todo,
porque tienen más expectativas de vida, los niños son uno de los colectivos
más afectados por el cambio climático.
A la injusticia que supone que sean más
víctimas quienes menos responsabilidad tienen, hay que añadir la
derivada de las desigualdades económicas, que supone que países con menos
recursos, o personas con menos renta dentro de los países desarrollados se
vean especialmente afectadas. Según describe Unicef-Comité español en el
informe El
impacto del cambio climático en la infancia en España elaborado en
colaboración con Ecodes, en los barrios más pobres las viviendas están peor
aisladas, se dan más casos de pobreza energética, la alimentación es de peor
calidad, hay menos espacios verdes, y por si fuera poco, en muchos casos
están rodeados de industrias contaminantes, por lo que las afecciones a la
salud son mucho mayores que en zonas de mayor renta. He aquí un caso de doble
injusticia: el cambio climático afecta más a los que menos
responsabilidad tienen, y a los que disponen de menos recursos para hacerles
frente.
Los desafíos que esto nos plantea muestran a las
claras las dificultades del cambio de modelo imprescindible: en el mundo
científico existe práctica unanimidad a la hora de identificar un cambio
climático de origen antrópico que lo cambiará todo, tal como se expresa en este
manifiesto firmado por 15.000 científicos de todo el mundo. Disponemos cada
vez de más tecnologíacapaz de superar algunos de los retos
pendientes –no todos, por supuesto–, y crece entre los jóvenes una mayor
conciencia social de su importancia, como se ha visto en la encuesta
Global Shaperspublicada recientemente por el Foro Económico Mundial, que
afirma que el cambio climático es la primera preocupación entre los millenials.
Sin embargo, el cambio se resiste y
cumbre tras cumbre, año tras año, asistimos a eternas negociaciones sobre
mecanismos de financiación de esta transición imprescindible, o sobre las
relaciones entre los países desarrollados y los que llamamos en vías de
desarrollo que reclaman no volver a ser víctimas del desorden mundial una
vez más. Y es que el cambio ha de hacerse con justicia, como bien explica el
concepto de transición
justaacuñado por el movimiento sindical en las negociaciones climáticas
para referirse a “un instrumento para un cambio rápido y justo a una
sociedad con baja emisión de carbono y resistente al clima”
Especial vergüenza siente una cuando ve queEspaña
se ha quedado en el club de las energías sucias al negarse a entrar
en la alianza internacional formada por 20 países y 6 provincias o estados
federados para eliminar el carbón para producción de electricidad de aquí a
2030. Según refleja en su informe Un
oscuro panorama el Instituto Internacional de Derecho y Medio
Ambiente, “en 2014, la contaminación de las 15 centrales térmicas de carbón
españolas provocó459 hospitalizaciones por enfermedades
cardiovasculares y respiratorias, 709 muertes prematuras,
más de 10.500 nuevos episodios de asma en niños y pérdidas
económicas de entre 800 y casi 1.700 millones de euros anuales”.
Parece que el Gobierno no vela ni por nuestra salud, ni por nuestra
economía.
No obstante, y como ustedes me suelen pedir
alternativas, he de decirles que hay motivos para la esperanza:
Pese a las políticas negacionistas de Trump, en la Cumbre del clima uno de
los standsmás potentes ha sido el de los ayuntamientos, estados y
universidades estadounidenses que han anunciado que seguirán apostando
por un nuevo modelo energético y trabajando contra el cambio
climático. No sólo eso: cada vez son más las entidades de diferente índole
que están incorporando el cambio climático entre sus prioridades, como el
caso de Unicef antes citado. Y algo estará cambiando en las profundidades
cuando el mundo financiero se está moviendo hacia negocios limpios alejados
del riesgo que suponen los combustibles fósiles. Me encanta citar como
ejemplo –por lo que tiene de simbólico–, lapropuesta
del Fondo noruego de retirar sus inversiones de los combustibles fósiles por
el riesgo que suponen.
Ahora bien, ¿tendremos la valentía de abordar el debate de fondo sobre nuestro
modelo económico, que es lo que nos ha traído hasta aquí? Si no lo hacemos
volveremos a caer en un ejercicio degatopardismo y agravaremos las
causas del desastre. El planeta tiene unos límites contrarios a la
lógica de acumulación capitalista. Sólo si cambiamos el paradigma de la
dominación de la naturaleza –propio de la modernidad– hacia otro modelo que
busque la convivencia, la adaptación y la biomímesis, podremos
empezar a recorrer un camino más seguro.
Hay quien dice que los humanos no estamos programados
para entender y actuar en asuntos a largo plazo. Quizá. Pero si nos
planteáramos que un día podríamos sentarnos frente a nuestros hijos para
anunciarles “hemos conseguido dejar de envenenaros”, es muy
posible que nos pusiéramos manos a la obra de inmediato.
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