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Asperger, el síndrome invisible
Cristina Fernández málaga | Actualizado 09.05.2016
Su apariencia externa es como la de cualquier niño o adolescente.
Pero su cerebro no funciona como el de sus compañeros de clase.
"Son niños invisibles y eso da lugar a muchos problemas", dice
Pilar Sánchez, madre de un niño con síndrome de Asperger. No
conocen la mentira, ni siquiera las piadosas, ni la ironía, el
doble sentido de las palabras o el lenguaje metafórico. Son niños
"literales", como dicen sus padres. A algunos el contacto físico
les causa rechazo, otros lo necesitan con mayor intensidad que el
resto y tocan sin pudor donde y a quien sea. Sus mentes no están
preparadas para vivir en una sociedad sistematizada, con leyes y
normas que se escapan de su razón. Por ello, terapeutas y familias
trabajan de la mano para poder normalizar sus vidas lo máximo
posible.
Susana Camacho y Vanessa González montaron
el centro de atención a personas con diversidad funcional, Anendo,
en 2010. Pediatras, centros escolares o la Unidad de Salud Mental
Infantil del SAS derivan a sus instalaciones a niños con este
síndrome, entre otros trastornos del espectro autista. Algunos
llegan sin diagnosticar, porque sus padres han detectado algún
comportamiento preocupante y otras familias buscan un cambio de
terapia, probar otra forma de trabajar que pueda ayudarles lo
máximo posible. Ellas y otros cinco terapeutas atienden a casi un
centenar de familias que quieren, principalmente, "trabajar las
conductas, las habilidades sociales y el manejo de las emociones",
explica Vanessa González. "Y también la autonomía personal y la
vida en comunidad", agrega Susana Camacho.
Estos niños y adolescentes, que están
integrados en aulas ordinarias "tienen un déficit importante de
relaciones sociales, fracasan en la interacción con sus iguales",
comentan las terapeutas y señalan algo de lo que nadie suele ser
consciente. "Utilizamos mucho lenguaje representativo y ellos no
se dan cuenta, por ejemplo, si dices que tienen que dar tres
vueltas a la manzana creen que se está hablando de una fruta, o
pueden horrorizarse si les pides que echen un ojo a la sartén",
afirma Susana. Otro aspecto importante es que "tienten mucha
frustración porque no saben canalizar las emociones, ni
entenderlas ni expresarlas", añade la codirectora de Anendo.
Esta forma diferente de entender el mundo
les deja al margen de él en muchos casos. "Son niños que están
solos en el patio del recreo, que no saben jugar, no los invitan a
cumpleaños, pueden sufrir acoso y agresiones", expresa con dolor
Pilar Sánchez. Su hijo se pasaba los descansos aislado hasta que
ella tuvo una idea, regalarle la "libreta del recreo" para que él
dibujase. Y el pequeño tiene tanto talento que con su arte fue
atrayendo a compañeros hasta su rincón. Aún así, el sufrimiento
suele formar parte de su día a día. El hijo de Isabel Agundez fue
golpeado hace pocas semanas. Y la niña de José María Mora era
acosada por una amiga que la encerraba en el baño, le tiraba del
pelo, la acosaba y le hizo que cogiese miedo al colegio.
"Este año tres de nuestros niños han sido
agredidos físicamente", comenta Vanessa. "Le dieron una paliza a
un chico en un instituto y acabó con collarín porque tenía una
manera brusca e inadecuada de expresarse, los demás lo
interpretaron como una afrenta y se le echaron encima", agrega la
terapeuta, que subraya que este alumno ni siquiera contaba con
adaptación curricular y sus tutores tampoco conocían que padecía
síndrome de Asperger. "La verdad es que es notable la escasez de
recursos educativos", indica Pilar. "Si en clase toca un niño
diferente, te mueres, la PT -maestro de Pedagogía Terapéutica- va
una hora a la semana y el resto los ponen a dibujar y a hacer
fichas para que no distorsionen la clase", agrega esta madre. "No
suele haber ni adaptación, ni programación o material específico,
quieren encasillarlos como al retos aunque funcionen de otra
manera, tienen otras formas de procesar la información, otra
motivación, distintos intereses", dice Susana Camacho.
El hijo de Isabel, por ejemplo, "saca un 10
en Matemáticas y, sin embargo, la Filosofía no la entiende".
También es capaz de hallar la solución a un problema mentalmente y
no considera necesario escribir el desarrollo. "Dice que es perder
el tiempo, que el ya ha hallado la solución, pero entonces lo
suspenden", cuenta su madre. Gabriel ya estudia segundo de
Bachillerato, pero ha llegado hasta este curso con mucho esfuerzo
de toda su familia. Porque si tienen problemas en los centros
educativos, en su vida fuera del colegio también.
"Vivimos con normas arbitrarias que hay que
ir enseñándoselas aunque no las comprendan, pero también tenemos
que adaptarnos un poco a ellos", considera José María Mora. "Esto
es una pelea continua, les tienes que ir allanando el camino,
hablando con tutores, con orientadores", dice Pilar Sánchez. Y es
que "un simple cambio de clase es un trastorno para ellos",
agregan las terapeutas, que trabajan en sus sesiones este tipo de
situaciones. "Al final todo depende de las personas con las que te
topas, del interés que muestren y de que hagan, incluso, más de lo
que les corresponde", asegura José María, y hace alusión a los
ángeles que su niña se ha ido encontrando en el camino.
También es cuestión de un trabajo
incansable de sus familiares, sus puntos de apoyo. "Cuando entró
en Infantil me dijeron que no me esforzara, que mi hijo no iba a
aprender a leer ni a escribir", relata Isabel. Sin embargo, fue
pasando cursos y ahora se encuentra a las puertas de la
Selectividad. Cuando su hijo se trasladó al instituto, Isabel se
fue al centro y dibujo en un plano cada palmo del edificio. Se lo
explicó a su hijo y numeró las aulas para que se hiciera un
esquema mental. "Si quieres que tengan autonomía y vayan solos al
instituto o a comprar el pan tienes que enseñarles el camino, si
van en el autobús decirle en la parada que se tienen que bajar, y
trazarles el plan B, el C y el D, qué hacer si pierden el autobús,
si se quedan sin dinero, si salen más tarde", comenta Pilar. Ellos
no tienen la capacidad de anticiparse, de hallar la solución a un
dilema que se le presenta en ese instante.
Lo más pequeños suelen tener también muchos
problemas con la alimentación y cerrarse en banda a unos alimentos
en exclusiva. Cuentan las directoras de Anendo que tienen un niño
que desayuna, almuerza, merienda y cena exclusivamente patatas
fritas. "Mi hija estuvo años comiendo batidos de una marca
concreta, galletas de dinosaurios y varitas de pescado, nada más",
agrega José María Mora. También les cuesta salir de casa, su
entorno de seguridad. Ni el cine, ni un restaurante, ni siquiera
el parque suelen ser lugares visitados por menores con Asperger.
Algo que sufren el resto de habitantes de la casa. Y si estos
niños tienen dificultades con su vida analógica, éstas se pueden
magnificar en su apartado virtual.
Las redes sociales son un quebradero de
cabeza para estas familias. Pueden encontrarse con serios
problemas porque "dicen lo que piensan, expresan su frustración
por un rechazo y lo pueden hacer público sin medir sus
consecuencias, o confiar en alguien que no conocen porque ellos no
tienen malicia, dar datos personales, enviar fotos íntimas",
explican Susana y Vanessa. Por eso Isabel hace controles sorpresa
del móvil de su hijo, revisa sus contactos, su actividad en
whatsapp y en redes sociales. "Le he puesto una fila de post-it
con lo que puede hablar y lo que está prohibido decir en internet",
señala esta madre. "Ellos se lo creen todo, no ven que detrás de
un perfil de Tuenti o Facebook puede haber alguien que les
engaña", considera Vanessa.
Tanto víctimas como autores de delito, las
normas deben de explicarse con claridad suficiente para que estos
jóvenes sigan las reglas establecidas, aunque no las entiendan.
"Hay que insistir mucho con ellos, tener mucha paciencia", asegura
José María. Para él y su mujer, lo suyo es profesar "el amor
duro", dicen, "tienes que ser un sargento, hacerles pasar malos
tragos, como forma de inmunizarlos para lo que después van a
encontrar en su vida".