El País
Opinión
Una marea
color azul celeste
De 395 iniciativas parlamentarias,
sólo dos tuvieron que ver con la pobreza infantil y fueron
rechazadas
Soledad Gallego-Díaz
2 NOV 2014

Una de
las peores consecuencias de la interminable lista de casos de corrupción
es que no se puede hablar de otra cosa, excepción hecha, tal vez, de
Cataluña. Hipnotizados entre la impotencia y la atracción que ejercen
las espectaculares llamadas a la “regeneración”, estamos paralizados,
quizás a la espera de unas elecciones en las que poder decir algo. Pero
hay cosas que no pueden esperar. Cosas de las que tenemos que hablar
urgentemente, porque responden a necesidades ineludibles que, si no se
corrigen rápido, tendrán consecuencias muy graves en nuestro futuro.
Necesitamos
un debate serio sobre la corrupción, por supuesto, lo necesitamos por
razones políticas, para infundir un cierto grado de confianza y
autoestima en la sociedad y para que se implanten normas sociales y
controles administrativos que detecten las redes de corrupción y los
comportamientos inmorales de los dirigentes políticos y que obliguen a
actuar en consecuencia, en el plano político y judicial. Pero
necesitamos todavía con mayor urgencia un debate sobre los niveles de
pobreza infantil a que hemos llegado y sobre sus terribles
consecuencias.
La
debilidad del debate público español es inquietante. Falta seriedad y
precisión, exigencia en el debate parlamentario, incapaz de satisfacer
ninguno de los elementos que estableció en su día el Índice de Calidad
del Debate Democrático (el llamado DQI, siglas en inglés de Discourse
Quality Index): elevado número de interlocutores, ausencia de discursos
ofensivos, más amplia y mejor argumentación, mayor disponibilidad para
el compromiso. La debilidad del debate es tan grande que las propias
autoridades no comprenden a veces el auténtico alcance de algunos de los
problemas que afrontan. ¿Cómo es posible que en el Parlamento español,
de 395 iniciativas en lo que va de legislatura, solo dos hayan estado
directamente relacionadas con la pobreza infantil y que las dos hayan
sido rechazadas?
Estamos
hablando de que España es el país con mayor pobreza infantil de Europa,
detrás de Grecia y Letonia, y que la tendencia no mejora. Hablamos de
que la protección de los niños en España es ínfima, peor que la que
obtienen los mayores de 65 años. De que los países de nuestro entorno,
al margen de matices ideológicos, no han dudado un minuto en desplegar
instrumentos para combatir esa feroz desigualdad. En el Reino Unido, por
ejemplo, el Gobierno conservador se somete, periódica y voluntariamente,
a un riguroso examen parlamentario para saber qué se ha logrado en esa
lucha y qué hay que seguir mejorando.
Sin ese
debate riguroso, la sociedad no comprende bien la realidad que le rodea,
no puede sopesar sus prioridades. Es esa falta de debate lo que explica
que en este país la pobreza infantil haya alcanzado un volumen
descomunal sin que se haya convertido en un tema de conversación
obligado, tanto como la corrupción.
La
fundación porCausa, que combina investigación social, análisis de datos
y periodismo de investigación, lleva tiempo denunciando que las
instituciones públicas españolas están fracasando a la hora de atajar
este deterioro y de revertir la situación. En su último informe advierte
de que incluso los menos interesados en la pobreza infantil deberían
estar aterrados por sus consecuencias. El hecho de que las
responsabilidades en este campo estén atomizadas entre diferentes
protagonistas, estatal, autonómico, local, hace que esos mismos
protagonistas no tengan suficientes datos para calibrar la magnitud del
desastre.
Pero es un
desastre. Los últimos estudios de Unicef, Oxfam o Cáritas demuestran que
la pobreza infantil aumenta y que la actual política de subsidios e
impuestos que desarrolla el Gobierno no está ayudando a reducir el
problema, sino que lo aumenta. La estrategia del PP, según la cual la
mejor manera de luchar contra esa pobreza es recuperar los índices de
empleo, no da resultados, primero porque la recuperación es muy lenta. Y
segundo, porque el empleo es de tan mala calidad que no permite escapar
de la pobreza. PorCausa y otras organizaciones especializadas en la
infancia están pidiendo presión directa de los ciudadanos para que
obliguen a las autoridades a afrontar la gravedad de la situación. ¿Una
marea azul celeste?