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Luces de miseria
Mientras tan millonario espíritu navideño inunda Madrid y
Vigo, en Vigo, en octubre de este mismo año, frente al Ayuntamiento, en una de
las tiendas de la acampada contra la pobreza, fallecía J.E.C, un hombre sin
hogar de 42 años
Martínez Almeida tiene a niños durmiendo en la calle,
para evidenciar el cinismo de la supuesta solidaridad de la izquierda y darle
más carnaza al discurso del odio de la ultraderecha
El Gobierno pone cara de pena solidaria y se refugia tras
tecnicismos y excusas de chupatintas, para que no le acusen de blando y de
propiciar el efecto llamada
Antón Losada
24/11/2019

Luces de Navidad en Vigo Concello
de Vigo
Después de andar semanas por las teles, vacilándose como
cuñados compitiendo por ver quién tiene el Audi más fardón, este fin de semana
el alcalde de Vigo, Abel Caballero, y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez
Almeida, han procedido a encender los alumbrados navideños; ya podemos comprobar
quién lo tiene más grande con cargo a nuestros impuestos. El alumbrado de la
ciudad del Madroño va a costar más de tres millones de euros y el de la ciudad
olívica rozará el millón de euros. Esta exuberancia de las luces navideñas
públicas plantea uno de esos casos que desconcertaría a capitalistas decentes
como Ludwig Von Mises.
Según afirman unos y otros, responden a una demanda
unánime de la ciudadanía y resulta un gran negocio para las ciudades en términos
de turismo y comercio. Proclama Abel Caballero que, en 2018, la ciudad ingresó
el triple de su coste. Ofreciendo un negocio tan boyante, los emprendedores
privados deberían andar dándose de bofetadas por iluminar sus calles y mercados
con semejante seguridad de triplicar su inversión. Existe demanda pero,
paradójicamente, la ley de la oferta no se cumple. Solo tienen que pasear por
las calles y ciudades donde la luces navideñas no disfrutan de los beneficios de
la intervención pública y se dejan en manos de la iniciativa de comerciantes y
hosteleros, quienes, incomprensiblemente, renuncian a multiplicar sus beneficios
para ahorrarse unos miles de euros en bombillas.
Mientras tan millonario espíritu navideño inunda ambas
urbes, en Vigo, en octubre de este mismo año, frente al Ayuntamiento, en una de
las tiendas de la acampada contra la pobreza, fallecía J.E.C, un hombre sin
hogar de 42 años. Como siempre, el Ayuntamiento y las demás administraciones
afirmaban haber hecho todo lo posible y daban a entender que el propio finado
había elegido su suerte. Entre otras cosas, la acampada contra la pobreza y
otras organizaciones sociales llevan años denunciando la falta de plazas para
las personas sin hogar. O que en el albergue municipal no se pueda estar más de
diez días si se percibe alguna prestación social, por ínfima que sea. O que se
remita a supuestas pensiones y viviendas de alquiler que, o no existen, o no
respetan las condiciones prometidas.
En Madrid, desde hace más de tres meses, familias
enteras de refugiados acampan a diario ante el Samur Social. Duermen en la
calle, en parroquias o donde les ofrecen los vecinos. El Ayuntamiento dice que
no puede atender a tantos refugiados y culpa a Pedro Sánchez y sus políticas
migratorias, tan atractivas para millones de inmigrantes que vienen a robarnos
nuestros servicios y nuestras luces de navidad. El Ministerio dice que el
Ayuntamiento sí puede pero no quiere, porque utiliza a los refugiados como arma
política en su contra, pero desde el verano ha sido incapaz de generar apenas
ciento veinte plazas más. Por su parte, los
trabajadores van este mismo lunes 25 a la huelga porque la empresa privada
que gestiona el Samur Social –Grupo5– les obliga a trabajar en condiciones
calamitosas.
Todos se quejan de que nuestro sistema no puede acoger a
los 95.000 refugiados, que han doblado este año las cifras de 2018. Debería
darles vergüenza solo reconocer que una de las cuatro grandes economías de la UE
no pueda dar refugio a menos gente de cuanta cabe en el Santiago Bernabéu. En
lugar de avergonzarse, se tiran a los refugiados a la cabeza como si fueran
carne de cañón partidista. Abel Caballero no da su brazo a torcer, para que
quede claro quién manda en su ciudad. Martínez Almeida tiene a niños durmiendo
en la calle, para evidenciar el cinismo de la supuesta solidaridad de la
izquierda y darle más carnaza al discurso del odio de la ultraderecha. El
Gobierno central pone cara de pena solidaria y se refugia tras tecnicismos y
excusas de chupatintas, para que no le acusen de blando y de propiciar el efecto
llamada. No existen luces de navidad suficientes en el mundo para alumbrar tanta
miseria.
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