Menores
invisibles
Agapito
de Cruz Franco
El
debate sobre el menor y la familia está abierto. Cuando surge una situación
de desamparo, en lugar de vislumbrarse un camino en la vida de las pequeñas
criaturas, aparece muchas veces un túnel de difícil salida. Centros de
acogida, acogimientos, adopciones, familias biológicas y familias adoptivas,
forman un entramado que, mediado por la burocracia de la Dirección
General de “Protección” del Menor y la Familia, y una legislación
anclada en los tiempos del cólera, han convertido en invisible al
principal protagonista. El niño/a es un ser sin derechos, ausente en el
proceso, afectivamente inexistente, su personita no cuenta. Un fantasma.
Como dice José Luís Calvo, Portavoz de PRODENI, la Ley de Protección
Jurídica del Menor de 1996 parece propia del despotismo ilustrado: Todo
para el niño pero sin el niño.
El
primer paso es el Centro de Atención Inmediata o CAI –antes Casa Cuna y
antes Orfanato-, residencia donde el Estado se hace cargo del menor. De
allí pasa a los centros de acogida o pisos tutelados. La Administración
delega en asociaciones particulares y ONGs, sin una normativa de actuación
común. Aparecen situaciones cuando menos sorprendentes, como que los
centros de visita familiar se hallen en la esquina opuesta de la Isla en
donde vive la familia parental ya de por sí desestructurada y en situación
precaria; o que el apoyo a la familia, naufrague en la enmarañada burbuja
administrativa; o que el seguimiento y cuidado de los pequeños dependa más
del voluntarismo y la vocación social de trabajadoras sociales, psicólogas
y pedagogas que de un Sistema que tal y como está hace aguas por todos
lados y no funciona. Así lo han afirmado en el Senado los defensores del
menor junto a los senadores de la recién creada comisión especial para
el estudio de la adopción.
Según
la evolución de la familia biológica en lo que respecta a su inserción
social, los niños y las niñas pasarán a integrarse o no en nuevas
familias. El 80% lo hacen dentro de la familia extensa del menor (tíos,
primos, hermanos mayores...) y sólo el 20% en una nueva. Muchas veces
acaba volviendo al centro porque la familia de acogida lo devuelve, claro
ejemplo de la falta de apoyo a esta de las autoridades. Otras veces, los
jueces obligan a la familia de acogida a entregar al niño a unos padres
biológicos aún no preparados para tal función. De hecho, el 71% acaba
volviendo a un centro tutelado por el Estado. El caso “Piedad” en
Canarias es aún si cabe más grave porque no se trata de un caso de
acogida sino de pre-adopción camino de una adopción, y en donde ya no
había marcha atrás en el contrato entre la Consejería de Asuntos
Sociales y la Familia adoptante. En este caso el Estado no sólo no ha
apoyado a la familia pre-adoptiva sino que la ha abandonado. Más aún, el
intento por parte de su madre pre-adoptiva, Soledad Perera, por proteger a
la menor, la está llevando a las puertas de la cárcel. La desobediencia
civil es un derecho cuando la causa es justa. Hay muchos ejemplos en
nuestra historia reciente. Pero aquí se han ensañado con especial dureza
contra quien precisamente estaba cumpliendo un objetivo social encomiable.
La hipocresía del poder legal ha pasado también -en el citado caso
“Piedad”- del enfrentamiento entre los poderes judicial y ejecutivo al
lavado de cara de este último. Incompetencia política, capaz incluso de
escenificar el Pleito Insular. Poderes –el Ejecutivo, el Legislativo y
el Judicial- directamente responsables además, de la ruptura de la
memoria afectiva de la menor y que urge recuperar.
España
es diferente. En el resto de Europa, el menor y la menor no pasan por
Instituciones sino que van directamente a vivir en familia. En el Reino
Unido, se da formación a las familias y se les paga por el servicio, además
de un apoyo psicológico y social constante. En España los contactos de
Asuntos Sociales con la nueva familia de acogida son de tres seguimientos
cada dos años y si esta es de su propio entorno basta con una llamada
telefónica o visita cada dos años. Así, los datos no pueden ser más
escalofriantes: 14.000 menores tutelados por el Estado, de ellos 2.600 en
Canarias. Acabar con esta estadística y evitar el peregrinaje del menor
por todo el sistema legal, pasa por una reforma del Código Civil que haga
visible a éste y a sus derechos, frente a los de la familia biológica y
los del propio Estado.
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