La infancia es sagrada y merece nuestra
protección, pero tampoco está bien subestimar a los niños
08.02.2016
Dos titiriteros están en prisión incondicional por un retablo para
críos donde se acuchillan monjas, se cuelgan jueces y se muestra una
pancarta interpretada como enaltecimiento del terrorismo. No he visto la
obra. Puede ser inadecuada para el público infantil, pero la cuestión es
que sus autores están en la cárcel acusados de crímenes gravísimos.
¿Atentaron contra la infancia? Mi amigo Miguel Sánchez Lindo recuerda en
Facebook algunas de las canciones con las que crecimos los de mi
generación. Yo les traigo una de Albert Pla que empezaba así:
Tu novia es un encanto y tú estás tan enamorado,
por eso le perdonas sus deslices, sus engaños. Pero tu cariño no es tan
ciego, ves muy claro su secreto, ella tiene otra vida más siniestra y
clandestina: tu novia es una terrorista. Debería denunciarla pero igual
la culpa es mía, quizás necesite ayuda, mi comprensión, mi cariño.
Quizás si le hubiera dado más amor se habría olvidado de cargarse
policías, sin manías sin prejuicios. Un policía muerto, un policía
menos.”
¿Nos hizo daño escuchar eso? También oíamos a
Soziedad Alkoholika, banda de letras brutas y música difícil de soportar
cuando uno crece y se le sofistica el oído. Y también a Extremoduro y
sus elogios de la heroína, el hachís, el alcohol y la cocaína; sus
amores torturados que a veces terminaban en maltrato,
contradictoriamente bellos gracias a la poesía barroca y callejera de
Roberto Iniesta.
Y le dábamos al videojuego nipón 'Final Fantasy
VII'. El niño maneja al cabecilla de un grupo ecoterrorista. Después de
poner bombas en reactores de energía, provocar desastres en ciudades y
matar a una legión de policías, el jugador se convierte en un héroe
capaz de salvar al mundo de una amenaza apocalíptica. No recuerdo que
nadie dijera entonces que los japoneses enaltecen el terrorismo, aunque
sí había un debate sobre la violencia gráfica que hoy sigue alimentando
las reuniones de los pedagogos. Y aquí estamos, habiendo escuchado
tantas y tales barbaridades, convertidos en treintañeros demócratas,
aburridos, pensantes y relativamente sanos.
La infancia es sagrada y merece nuestra
protección, pero tampoco está bien subestimar a los niños. El hecho de
que muchos se conviertan en imbéciles cuando crecen no significa que
sean imbéciles de pequeños. ¿Son los cuentos de los hermanos Grimm un
enaltecimiento del asesinato de los tutores legales? Es comprensible
retirar una obra de títeres violenta del circuito infantil, y diré más:
habría que retirar del circuito infantil todo producto de baja calidad,
toda representación sin gracia. Pero el tema que nos ocupa termina en
encarcelamiento, y parece que responde a intereses menos elogiosos que
la protección del menor.
Hay una pregunta clave que nos permitirá ver el
problema completo: ¿y si en la pancarta del 'Gora ETA' pusiera 'Arriba
Franco' y la responsabilidad recayera en el ayuntamiento de Ana Botella?
Seguramente los que hoy dicen defender la libertad de expresión serían
la horda condenatoria. Tengo clavadas las palabras de algunos progres
cuando las caricaturas de 'Charlie Hebdo' ensuciaron la cara de los
fundamentalistas islámicos, y también las denuncias por violencia de
género contra un simple anuncio de desodorantes gamberro y casquivano.
La libertad de expresión solo puede defenderse
desde ese lugar en que, durante la Guerra Civil, te habrían fusilado los
dos bandos. Pero valorar sus límites exige conocer bien el material
sometido a juicio. No hemos visto la obra de títeres, pero la canción de
Pla que parecía enaltecer el terrorismo termina así: “Mi silencio está
cantando apología al terrorismo. Me siento responsable y cómplice de su
barbarie, por celoso y por cobarde. Pero es que me horroriza estar sin
ella, no podría hacerme a la idea. Que le ocurra una desgracia o caiga
en acto de servicio. El día menos pensado me despierto y estoy vivo. Y
sin ella estoy perdido. Ya nada tiene sentido…”.
Hasta el más obtuso se dará cuenta de que lo que
parecía una burla contra las víctimas, escrita y cantada, por cierto,
cuando la maquinaria sangrienta de ETA estaba en su apogeo, resulta ser
una sátira de los enamoramientos. A través de Pla habla un tipo sin
personalidad, un palurdo incapaz de discernir entre el bien y el mal por
culpa de la ceguera del amor. ¿Asistíamos a una apología? Del
individualismo, en todo caso, porque la canción termina así:
“Una novia muerta, una novia menos”.
No sé si Pla es adecuado para los niños, pero sí
sé que lo escuchábamos. En sus canciones encarna a hombres que matan a
su mujer, a niños que ahogan a otros niños en la playa, a pervertidos
que ponen a menores a chuparles el chupachups y, sin embargo, creo que
todo eso no nos hizo peores personas. Sus letras rebasan el filo del mal
gusto pero nos enseñan a valorar la fuerza de un doble sentido y la
complejidad de una contradicción; a descubrir lo que se oculta en el
reverso de una caricatura tenebrosa; a buscar el sentido más allá de las
palabras literales.
La sociedad
despreocupada de los noventa, que tanto se echa de menos en estos
tiempos aplastados bajo la tiranía del pie de la letra, permitió que Pla
estimulase la inteligencia crítica de sus oyentes con canciones que hoy
lo hubieran mandado a chirona por un verso. Pero quién estará de mi
lado. ¿El podemita que mañana pedirá que se silencie a Arcadi Espada?
¿El indepe que ayer se quejaba por las sátiras del carnaval de Cádiz?
¿El capillita que quería ver encerrado a Krahe por cocinar un Cristo?
Hoy defenderá mi libertad de expresión el mismo que mañana me condenará
por hacer uso de ella.