Aclaremos
conceptos desde el principio. Hasta donde sabemos por el propio auto del
juez, la sinopsis de la obra y las explicaciones de quienes vieron la
pieza, la función de títeres por la que dos titiriteros están en prisión
sin fianza no pretendía exaltar el terrorismo sino denunciar el uso que
del terrorismo hace en ocasiones el poder para criminalizar toda
disidencia. Los titiriteros no exhibieron pancartas en apoyo a la banda
terrorista, no hicieron ningún tipo de proclama en favor de la banda. Todo
lo que se juzga ocurría dentro de la ficción de la obra de guiñoles.
No cabe
ninguna duda de que la función en cuestión era inapropiada para un público
infantil. El hecho de que fuera programada para niños y niñas es un error
por el que deben responder tanto los programadores como la compañía en
caso de que esta no hubiera avisado a los responsables de la naturaleza de
la pieza. Ahora bien, de ahí a encarcelarlos por enaltecimiento del
terrorismo va un abismo que nos aproxima a una realidad preocupante.
Estamos asomándonos a un precipicio de enorme peligro.
Criminalizar la ficción es propio solo de las
peores dictaduras. Una ficción, ya sea teatral, literaria o
cinematográfica solo puede ser juzgada desde un punto de vista estético,
cultural, moral, ideológico o incluso político pero nunca penal. Solo las
dictaduras determinan qué obras de teatro se pueden representar, qué
novelas se pueden escribir o qué películas se pueden filmar. Y solo en las
peores dictaduras se encarcela a la gente por hacer determinadas obras de
teatro, determinadas películas o escribir determinadas novelas. La ficción
es un territorio de reflexión supuesto y sublimado en el que lo que
acontece no es "la realidad" sino una representación imaginada de la
misma, por más realista que sea la pieza.
Si giramos esa curva y nos deslizamos por el
terreno del juicio criminal a las obras de ficción habremos perdido el
sentido mismo de la libertad de expresión y de la propia democracia. Hace
poco nos manifestábamos en toda Europa en apoyo a los viñetistas de la
revista francesa Charlie Hebdo. Una revista que había hecho un humor muy
duro contra varias opciones religiosas y se mofaba de sus tradiciones y de
su fe. Hace poco se mofaba de Aylan, el niño refugiado que fue encontrado
ahogado en las costas turcas. Sin duda humor duro y polémico. Hace tiempo
tras la matanza de Rabaa, en Egipto, en la que murieron cerca de mil
manifestantes de los Hermanos musulmanes a manos de las fuerzas de
seguridad egipcia, la revista francesa sacó una portada en la que se veía
a uno de los manifestantes siendo acribillado mientras sostenía un corán y
decía: "El Corán es una mierda, no nos protege de las balas".
Sin duda, muchos de los familiares de los difuntos
pudieron encontrar ofensiva la portada, pero todos entendimos que por
ofensivo que pueda resultar el humor no deja de ser humor. Y cercenar el
derecho a la crítica humorista y satírica, por horrorosa que nos parezca,
no es compatible con la democracia.
Una ficción, ya sea teatral, literaria o
cinematográfica solo puede ser juzgada desde un punto de vista
estético, cultural, moral, ideológico o incluso político pero nunca
penal
Si dentro de
una obra de ficción los personajes sacaran banderas preconstitucionales y
se mostraran cercanos al franquismo, si la obra mostrara unos personajes
que simpatizan con el franquismo y no hubiera una crítica explícita al
respecto, deberían igualmente tener todo el derecho del mundo a hacerla. A
mí me parecería sin duda una obra censurable moralmente, políticamente e
ideológicamente pero desde luego no criminalmente. Solo las dictaduras
censuran la ficción.
Reitero porque
el matiz es muy importante, una obra de ficción no es un ensayo literario,
no es una pieza informativa de un medio de comunicación ni tan siquiera un
artículo de opinión. En esos casos se entiende que se pretende dar por
reales los hechos. Un ensayo literario que afirmara que hay que matar a
todos los menores de 6 años (pongo este absurdo ejemplo para llevar al
paroxismo el razonamiento) puede entenderse como incitación al genocidio,
pero una novela en la que un personaje reclame exterminar a los menores de
6 años no pretende hacer pasar ese hecho como una verdad aplicable, sino
como una propuesta de mentira que nos lleva a una reflexión de verdad. Si
un periodista dijera en hora de máxima audiencia que cada vez que ve a dos
diputados electos tiene ganas de coger una escopeta y dispararles, puede
estar incurriendo en un delito, pero si en una película un personaje que
es periodista hace ese mismo comentario estaríamos ante una realidad
completamente distinta. Si en la vida real un alcalde dijera que las
víctimas del franquismo se lo merecían, podría estar incurriendo en un
delito de exaltación de crímenes de lesa humanidad o genocidio penado en
el artículo 510 del código penal. Pero si es un personaje de una novela
quien lo afirma, el autor de la novela no estaría incurriendo en el mismo
delito. Entre muchas otras cosas porque el autor quizá haga afirmar eso a
su personaje para precisamente criticar el hecho. Esto es una obviedad,
pero una obviedad que parece que hay que explicar.
Y, más allá de todo esto, más allá de que era un
ejercicio de ficción, la intención de la obra de títeres por la que dos
titiriteros están en prisión sin fianza no era enaltecer el terrorismo
sino criticar su utilización por parte del poder contra cierta disidencia.
Creo que a pocos se les escapa que la feroz
reacción a la obra de títeres, (obra que por cierto fue previamente
representada en Granada, con alcaldía del Partido Popular) tiene que ver
con el acoso al que está siendo sometido el gobierno de la ciudad de
Madrid. Existe una triste pero asentada tradición en España consistente en
convertir cualquier anécdota por pequeña que sea en una amenaza grave para
debilitar gobiernos contrarios a los intereses de la élites. Ahora bien,
hay límites que no se deben cruzar, y jugar con la verdad, con la libertad
de expresión y con la libertad de los creadores de usar la ficción para
contar las historias que consideren oportunas es algo que afecta a la
esencia misma de la democracia.
Esto afecta a
todas y todos los ciudadanos y confío en que la respuesta cívica sea
importante. Pero estos hechos afectan muy especialmente a todas y todos
los creadores y espero que la respuesta del sector sea pronta y justa.
Pienso en los novelistas, cineastas, dramaturgos, intérpretes…en aquellos
que se consideran progresistas y en aquellos que se consideran liberales,
en aquellos creadores conservadores que apelan y creen en la libertad como
valor máximo y que tantas veces han alzado sus voces para alertar de
excesos en otras partes del mundo. Confío en que su voz se oiga alta y
clara en estos días.