Adolescentes y
redes sociales: la tormenta perfecta

El uso de los móviles se ha generalizado entre los jóvenes y
adolescentes. / SUR
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Ciberacoso, sexo, intercambio de
imágenes inapropiadas, bulos dañinos... Ya no hay perfiles. «Si
tienes un móvil, estás expuesto», dicen los especialistas
26 octubre 2014
«Compartir una foto follando con tu novia no es guay. Es patético y de
pringados». Angélica Cuenca es consciente de que la expresión puede
resultar ruda y poco apropiada según el contexto, pero sabe por
experiencia que en las charlas con escolares «hablar así es lo único
que funciona». Mucho más efectivo que poner sobre la mesa su brillante
currículum como psicóloga, sexóloga, experta en violencia de género,
igualdad y titular de esta materia en el Ayuntamiento de Málaga, y sin
duda mejor que presentarse como «alguien que viene ayudar». «En cuanto
interpretan que estás allí para comerles el coco o para dar consejos
de adultos no hay nada que hacer», zanja.
Pero hay
que hacerlo, por eso se aferra a la estrategia de hablarles en su
lenguaje. Y eso, traducido a los tiempos que corren, pasa por la
pantalla de un móvil o de un ordenador, por los ‘bip bip’ de los
WhatsApp, por las redes sociales en las que se intercambian todo tipo
de archivos y, sobre todo, por la certeza de que las reglas de juego
han cambiado y que en el marco de las relaciones entre adolescentes
tiene el mismo peso –si no más– el escenario virtual que el real.
El
panorama, de hecho, podría condensarse en los apenas 140 caracteres
que caben en un ‘tweet’: «En internet, en cuanto a seguridad, sólo
podemos minimizar los riesgos». El nivel cero no existe. Lo dice
Daniel González, otra de las voces autorizadas en temas de seguridad,
redes sociales y adolescentes, cuyo trabajo como policía especializado
en el grupo técnico de delitos tecnológicos de la Comisaría Provincial
de Málaga se ha convertido en este primer año de funcionamiento en una
eficaz carrera contrarreloj por adelantarse a los tiempos y a las
circunstancias.
Y sobre todo por hacer pedagogía entre los que
apenas acaban de dar sus primeros pasos en las relaciones personales,
porque uno en falso puede tener consecuencias nefastas para el futuro.
«El problema es que todos piensan, sin excepción, que eso no les puede
pasar a ellos», observa el experto, que también se ha convertido en un
rostro familiar en las escuelas y foros de todo tipo que organizan
charlas para tratar de prevenir conductas de riesgo.
Entre ellas, el intercambio de archivos
comprometidos, la propagación de bulos y cotilleos dañinos, el
linchamiento o el acoso a través de las redes sociales y, en fin, un
amplio catálogo de nuevos delitos que desconoce el que pulsa la tecla
y, por tanto, se convierte en cómplice. La línea de la legalidad es
tan delgada, y el desconocimiento de la población tan grande, que la
mayoría no sabe que por ejemplo difundir e intercambiar en un grupo de
WhatsApp la foto de una menor, compañera de colegio, ligera de ropa
puede considerarse «tenencia e intercambio de pornografía infantil»,
advierte González. Con todo lo que eso implica.
Si no
chateas, no existes
En este punto del debate, los expertos
coinciden en que no hay perfiles específicos de chavales
víctimas-agresores o de grupos de riesgo, «porque todos lo son». Ahí
está el dato más inquietante, sobre todo en la franja que abarca de
los 12 a los 18 años. La confirmación de que si no participas de las
redes sociales «eres un raro» o demasiado «independiente» está avalada
por informes de peso como el del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia
y Juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), que
presentó la semana pasada sus conclusiones y constata con datos
exhaustivos que si no chateas no existes. El porcentaje que el informe
pone sobre la mesa no deja lugar a dudas: el 94,5% de los jóvenes
consultados de entre 16 y 24 años había utilizado Internet al menos
una vez por semana en los últimos tres meses, y la franja de edad de
15 a 24 es, con diferencia, la que más utiliza las redes sociales a
diario (66%). De ellos, la mayoría lo hacen «para pasar el rato»
(95,1%) o para «intercambiar contenidos propios» (81,9%).
En este escenario, no es raro que hoy en día se
asuma como algo normal «que los adolescentes tengan fotos de desnudos
en sus móviles». «Si antes las revistas porno se guardaban bajo el
colchón, hoy son los teléfonos los que acumulan todo este material».
La reflexión parte de Marta González, delegada de la Fundación Alia2
en Andalucía. Esta organización sin ánimo de lucro que trabaja en el
ámbito nacional lleva desde 2009 luchando contra la pornografía
infantil en Internet y el ciberacoso, dos problemas que a su juicio
requieren de un trabajo colectivo por parte de sectores públicos y
privados, sobre todo en el ámbito de la escuela, porque es
precisamente ahí donde se forjan algunas de las conductas que luego
tienen su indeseable reflejo en la pantalla de un móvil.
Ahí, en primera línea de aula, trabaja desde
hace años Carlos Vignote, psicopedagogo y orientador escolar en el IES
El Palo. Su experiencia es un calco de la de otros profesionales que,
como él, «ven venir los problemas» antes incluso de que se enciendan
las luces rojas. Él las ha visto de todos los colores, pero se centra
en un fenómeno que, a su juicio, tiene una incidencia «brutal»: el
acoso chica-chica, que suele comenzar en el plano físico y luego se
traslada al virtual. «Muchas veces se aprecia en clase esa tensión,
cómo están pendientes unos de otros y cómo se comportan», admite el
especialista, que tiene claro que el origen de todo este fenómeno está
en la «sorprendente inmadurez» de los chavales. Ese rasgo, unido a la
falta de competencias sociales, a la baja tolerancia a la frustración
y al frenesí de «quiero esto y lo quiero ya», está detrás de una
especie de ‘tormenta perfecta’ cuando además entra en juego el
anonimato al que invitan las redes sociales.
«¿Y tú por qué te grabas?»
El papel de las familias en este desconcertante
tablero tampoco es un tema menor, sobre todo porque en muchos casos
cuando los padres se percatan del problema que tienen sus hijos «la
bola es demasiado grande», constata Angélica Cuenca. En este caso,
como en otros muchos, no existen recetas mágicas a las que aferrarse,
pero quizás sí conviene evitar la contundencia del «te lo dije» una
vez que el mal está hecho.
La psicóloga lo ilustra con los casos prácticos
de las chicas a las que atiende a diario –«cada vez más», confirma– y
se pueden resumir en un problema tipo: «El chico y la chica se graban
manteniendo sexo. Una vez que la relación entre ambos termina, el
chico amenaza a la chica con difundir el contenido del vídeo a sus
conocidos, de modo que la chica cede al chantaje y consiente mantener
más relaciones con él. Cuando el tema se escapa de las manos, los
padres no sólo se dan enteran de que su hija de 13 ó 14 años ya
mantiene relaciones sexuales, sino que además la han grabado, que
otros lo han visto y encima que por culpa de un chantaje la menor ha
mantenido sexo no consentido. Es decir, que la han violado».
Daniel González, policía

«Hay que insistir en una vez que cuelgas un contenido en la red
pierdes el control sobre él»
Carlos Vignote, orientador

«Los jóvenes de hoy son inmaduros, y además están recibiendo mensajes
contradictorios a diario»
LOS
EXPERTOS OPINANAngélica Cuenca, psicóloga

«Mejor recomendar a los jóvenes que cuando se graben al menos no
muestren la cara»
En este
callejón sin salida, la reacción inevitable de muchos padres suele
quedarse en el «¿y tú por qué te grabas?». «Eso es lo peor que puedes
decirle a tu hija cuando te encuentras con el problema de frente»,
advierte Cuenca. A cambio, la experta recomienda «escuchar todo lo que
tengan que contarte»; pero sobre todo asumir que este riesgo forma ya
parte de la vida cotidiana de mayores y menores. Por eso, en lugar de
insistirle a los chavales que «no se graben, porque lo van a hacer, sí
recomendar por ejemplo que si deciden hacerse fotos con el torso
desnudo que al menos eviten que se les vea la cara para que no las
reconozcan». Es decir, convivir con el mal menor.
Aún así,
es un hecho que las familias contemplan este problema desde la
distancia. Como los chavales, minimizan el riesgo y creen que «eso les
pasa a otros», o directamente bajan los brazos ante la rapidez con la
que se encadenan las novedades en la escena tecnológica. De hecho, la
Fundación Alia2 realizó el pasado año una encuesta en la provincia de
Málaga entre más de 800 jóvenes que no hacen más que confirmar esa
falta de implicación, ya que el 40% admitía que sus padres no ponen
ningún tipo de filtro a los contenidos que consumen en Internet. «Y
sin prevención no hay nada que hacer», lamenta Adriana Alba, gerente
de la fundación. En este trabajo de concienciación, Alia2 invierte
buena parte de su tiempo y esfuerzo; de hecho su estrecha colaboración
con instituciones como la UMA está a punto de cristalizar en un título
pionero de Experto Universitario en Nuevas Tecnologías y Protección de
Menores en la Red.
Alba
insiste en los consejos básicos para no naufragar en las redes
sociales cuando se trata de menores: «No estaría mal, por ejemplo,
establecer con los hijos una especie de contrato verbal sobre el uso
del móvil. Si lo incumplen, se les quita el teléfono y no pasa nada»,
sugiere la especialista, que extiende estas sugerencias a pequeños
hábitos cotidianos: «¡Nada de usar el móvil en las comidas!». Parece
obvio, pero en este primer mandamiento son los padres los primeros que
no dan ejemplo: «¿Cómo les vas a decir que eso está prohibido si tú
eres el primero que no dejas de consultar el teléfono a la hora de la
cena?», añade Marta González a la reflexión de su compañera.
Cuando se asume el riesgo
Estar al
día en las nuevas tecnologías, o al menos estar pendiente, debería
estar entre las prioridades de las familias. En muchos casos incluso
se les invita a las charlas preventivas que se imparten en los centros
escolares, «pero sólo vienen los más concienciados», se queja Vignote.
Si acudieran, se sorprenderían de la facilidad con la que los menores
asumen riesgos, eligen y se relacionan. «Desde luego que se te pone la
carne de gallina», admite la gerente de Alia2, que no por mucho
escuchar e intercambiar experiencias con los adolescentes deja de
sorprenderse de algunas respuestas: «Cuando les preguntas qué harían
en el caso de verse en una situación límite no tienen problema en
decirte que se suicidarían». Y punto.
Ponerlos sobre las íes es tarea de todos. Por
eso no estaría mal que los padres incorporaran a su diccionario vital
términos como ‘ciberbulling’ (acoso virtual), ‘sexting’ (envío de
mensajes y fotos sexualmente explícitos) o ‘grooming’ (estrategia que
un adulto desarrolla para ganarse la confianza de un menor a través de
Internet). Además, Daniel González recuerda que el desconocimiento de
las leyes en este sentido no eximen de su cumplimiento: al menor de
entre 16 y 18 años se le aplica la Ley Penal, y entre 14 y 16 está en
vigor la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, por no hablar de la
sanción económica que podría estipular el juez por los daños
cometidos.
Este policía experto en delitos tecnológicos y
en informática forense recuerda, además, que tarde o temprano se acaba
encontrando al responsable del bulo, el contenido inapropiado o el
acoso, y no tiene que irse muy lejos en el tiempo para ilustrar esta
eficacia policial: ha sido hace diez días, con el caso del ‘fake’ del
ébola que anunciaba casos de contagio en algunos colegios de la
capital y cuyo responsable fue localizado e interrogado en apenas unas
horas. «Aunque se borren archivos, es posible seguir el rastro de las
cosas», advierte el profesional, cuyo departamento también está detrás
de la solución del bulo del supuesto pederasta que acechaba a los
niños a las puertas de varios centros educativos y que hace unos meses
corrió como la pólvora entre grupos de WhatsApp de padres
desconcertados.
La víctima, una «guarra»
En estos dos últimos casos, los avisos
resultaron ser mentira (un ‘fake’, en el argot tecnológico), pero por
desgracia la mayoría de episodios de acoso virtual suelen esconder
otra realidad, más cruda si cabe. «Desgraciadamente vivimos en una
sociedad que premia al maltratador y aísla a la víctima», se queja
Marta González, testigo de muchos conflictos que apenas se saldan con
el cambio del afectado de colegio y, en el mejor de los casos, de la
imposición de la etiqueta de «guarra» en el caso de que la víctima sea
una chica.
Para evitar estos extremos, Angélica Cuenca
propone que se eduque en el respeto. «¿Qué pensarías tú si ésa de la
foto fuera tu madre? ¿O tu hermana?», le pregunta a los chavales que
participan en las charlas de los colegios, convertidos junto con el
ámbito familiar en espacios idóneos para la concienciación. De hecho,
los centros educativos cuentan con protocolos específicos para estos
casos de acoso y están obligados a ponerlos en conocimiento de las
autoridades. «Nosotros lo hemos hecho en alguna ocasión», confirma el
orientador del IES El Palo, aunque este impulso choca en más ocasiones
de las deseables con la tendencia generalizada «de mirar para otro
lado», lamentan los expertos.
Para los
que quieran hacerlo de frente, sobre todo en el ámbito doméstico,
Daniel González recomienda estar alerta ante los cambios de conducta
del menor –que se levante a deshoras por la noche, o que de repente
pierda el apetito. También en este capítulo pueden cumplir una función
muy importante los programas espía, un último recurso compatible con
la relación de confianza en el hijo pero que puede ahorrar más de un
problema en casos extremos. «Si se instalan en el ordenador de casa,
el que todos utilizan, no tiene por qué representar una violación de
la intimidad», insisten las responsables de Alia2. Toda precaución es
poca si se asume, como concluye Angélica Cuenca, «que no podemos
protegerlos de todo lo que hay». Por eso es mejor hablar antes que
lamentar. Aunque sea con palabras rudas.
1. Cómo elegir el perfil.
Poner una foto que nos identifique lo menos posible.
2. La lista de amigos. No
agregar a personas a las que no conozcas físicamente.
3. Los datos personales. No
incluir información personal relevante en el perfil, sobre todo la que
permita tu localización.
4. Ojo con el entorno. La
privacidad de familiares y amigos también depende de uno mismo.
5. Gestión de las fotos.
Cuidado con las fotografías que se suben a las redes sociales. En el
caso de hacerlo, hay que pedir la autorización a las personas que
salgan contigo.
6. ¿Qué hacer con el acoso? No
participes en perfiles o grupos en los que se insulte.
7. En el correo electrónico.
No abrir correos electrónicos de remitentes desconocidos.
8. Los formularios. No
rellenar ningún formulario que te llegue por correo. Además, no debes
incluir nombre y apellidos, edad o fecha de nacimiento. Ejemplo:
Maria12@...
9. Seguridad. Es importante
tener al menos dos cuentas de correo. Una que usemos de forma habitual
y otras para cuestiones oficiales.
10. Contraseñas. No utilizar
la misma clave para todas las cuentas. La contraseña segura tiene que
tener al menos entre 6 y 8 dígitos, una mayúscula, un número y un
caracter especial.
11. Las copias ocultas. Cuando
envíes un correo a varias personas, poner sus direcciones en ‘copia
oculta’ (CCO).
Ciberbulling. También
denominado acoso virtual. Es el uso de información electrónica con el
fin de acosar a un individuo o grupo, aunque la mayoría de las
víctimas suelen ser niños y adolescentes. El acosador utiliza medios
como las redes sociales, el teléfono móvil o el email para acosar a
sus víctimas con mensajes amenazantes y/o vejatorios.
Sexting. Consiste en el envío
de mensajes o fotos de contenido sexualmente explícito mediante el
soporte electrónica.
Grooming. Es la estrategia que desarrolla un adulto para
ganarse la confianza de un menor a través de Internet. En la mayoría
de los casos, el objetivo que subyace tras este tipo de conductas es
el de seducir a los menores con fines sexuales.
Fake. Es un mensaje que se distribuye a través de redes
sociales y que pretende transmitir una información falsa.
http://www.diariosur.es/sociedad/padres/201410/22/adolescentes-redes-sociales-tormenta-20141021202621.html