04.01.2015
Algunos graves problemas sociales permanecen soterrados salvo cuando
se producen incidentes dramáticos, sólo entonces se proyectan sobre
la actualidad y la conciencia colectiva. Son situaciones y carencias
que todavía se ven agravadas por la coyuntura actual, cuando la
precariedad laboral y la falta de recursos económicos dejan
maniatado a más de uno.
Una de las mayores lacras
de la sociedad que estrena el 2015 se encuentra en el oscuro mundo
del maltrato a menores. Para situarlo en su
dimensión real hay que hacer especial hincapié sobre la denominación
del término porque ahora se trata de menores de edad inferior a los
que padecían algún tipo de carencia elemental hasta 2007, justo
antes de que se desatara la crisis económica. Las instituciones y
profesionales responsables de la acogida a quienes, por el motivo
que sea, no pueden convivir con su familia, resaltan que
buena parte de los problemas que antes afectaban a adolescentes,
ahora los padecen niños de menor edad.
Es real como la vida y la
crisis misma, pero apenas se habla de ello en entornos alejados del
problema, lo cual quiere decir, de forma directa, que la sociedad no
tiene asumido como propio el drama tremendo del maltrato infantil.
Es como si hubiera corrido un velo sobre ello, o mirara a otra parte
mientras,
como ha desvelado Diario de Mallorca esta misma semana,
el mal va adquiriendo dimensiones crecientes y, para más inri, de
forma casi inversamente proporcional se recortan los medios con que
deberíamos afrontarlo.
A lo largo de 2014, el Instituto Mallorquín de Asuntos
Sociales (IMAS) habrá tramitado un total de 1.680 denuncias por
maltrato infantil. Se entiende incluso mejor si se
especifica que tal cifra comporta una media de cinco casos diarios
en Mallorca. El instituto está desbordado y se ve obligado a crear a
toda prisa nuevas secciones y departamentos específicos. No
precisamente debido a expedientes por causas ligeras, porque, como
apunta la jefa de coordinación del departamento, "son niños que nos
llegan muy tocados, muy desestructurados".
Hablamos de menores que
están sujetos a tutela oficial y acogida familiar, en una vivienda
distinta a la suya, como consecuencia del abandono físico que
padecen, la incapacidad de los padres por atenderlos, distintas
formas de maltrato físico y psicológico o el abuso sexual. Llama la
atención el alto incremento que desvelan las estadísticas de
padres que se ven
impotentes para atender las necesidades básicas de sus hijos,
incluida la alimentación. Es una clara consecuencia de la falta de
trabajo y recursos de unos progenitores que, agotados subsidios y
ayudas oficiales, también han exprimido ya el soporte familiar o de
entornos de su confianza. Se nota también un alto incremento
de las denuncias por abuso sexual pero en este apartado,
para ser realista, hay que puntualizar que su aumento no obedece a
una mayor incidencia del problema, sino a las mejores capacidades
para detectarlo. Pero el problema existe y perdura.
Lo que está meridianamente
claro es que
la crisis se ceba con especial virulencia sobre los más
vulnerables y, de entre ellos, los menores de familias
desestructuradas son los que permanecen más a la intemperie. Por eso
han aumentado y se han diversificado de forma tan alarmante los
casos de maltrato infantil. Sin embargo, lo más escandaloso es que,
de forma paralela, se han ido recortando los presupuestos
para paliarlo. No había ninguna previsión ni prevención
sobre el recrudecimiento de una problemática que no era difícil de
adivinar tal como se han ido desarrollando las cosas. Es un drama
que está por encima de ideologías o partidismos. Y aunque hay
iniciativas privadas y buenas intenciones para paliarlo, es
ineludible exigir a los gobernantes que se comprometan en la
resolución de una realidad a la que no puede dar la espalda una
sociedad como la nuestra. Este tremendo roto en nuestro
tejido social es una preocupante muestra de que en el teórico
paraíso crecen las zonas muy oscuras.