Lourdes Fañanás investiga
sobre la relación entre las adversidades en la infancia y el trastorno mental
Nuestro cerebro tiene una
carga genética heredada de nuestro padre y de nuestra madre y luego hay factores
ambientales que pueden modificar o alterar algunos de esos genes. Desde hace ya
más de un año, entre la Universidad de Barcelona y los servicios de psiquiatría
de tres hospitales universitarios, incluido el HUA Santiago de Vitoria, se ha
creado un grupo de investigación para tratar de ahondar en la relación que
existe entre una infancia difícil, durante la que se han sufrido adversidades de
diverso grado que van desde la humillación o el insulto por parte de los padres
hasta el abandono o los abusos, y el desarrollo de un trastorno mental. Han
constatado que quienes han vivido durante los primeros años de su vida una
situación «adversa» sufren un cambio en la expresión de los genes que hace que
estén más predispuestos a padecer enfermedad mental.
La
profesora de la Universidad de Barcelona, doctora en Biología e
investigadora principal del Centro de Investigación Biomédica en red de
Salud Mental Lourdes Fañanás coordina una investigación en la que
participan el hospital alavés, el Clínic y el Gregorio Marañón y que se
marca como reto cómo abordar mejor y de manera más precoz las
depresiones, los suicidios en la adolescencia, la psicopatologías, las
adicciones, las conductas de alto riesgo y hasta enfermedades
metabólicas que surgen en ocasiones a raíz de los malos tratos en la
infancia.
Fañanas,
que ayer participó en Vitoria en un curso de introducción a la
investigación científica, explicó a EL CORREO los pormenores de su
investigación. Antes matizó lo complicado que es hacer hablar a los
niños y adolescentes que han sufrido este tipos de adversidades y más
aún a los adultos. «Desgraciadamente el maltrato infantil es más
frecuente de lo que conocemos, de lo que vemos en nuestros estudios»,
indicó.
Los
investigadores trabajan con dos grupos de cien niños y adolescentes de
entre 7 y 17 años. El primero está integrado por chavales que tienen
algún tipo de trastorno mental desde leve, como pueden ser cuadros de
ansiedad o hiperactividad, hasta más grave, incluidas depresiones o
esquizofrenia. El segundo de los grupos está integrado por niños y
chicos que no tienen estos problemas pero sí el mismo perfil
sociocultural.
Padres negligentes
Dentro
de los primeros, se centran en los que están expuestos a diferentes
«tipos de adversidades, que no traumas, en su infancia», matiza la
investigadora. Ahí entran quienes han estado desatendidos por sus
padres. «No les han hecho daño, pero descuidan su higiene, su
alimentación, no les llevan al pediatra, no les escolarizan...». Pero
ojo, hay más tipos de «negligencia», advierte. «También hay padres que
tienen la cartilla de vacunas al día, a los niños metidos en mil
actividades y las vacaciones de los dos próximos años programadas, pero
que no dedican tiempo a estar con ellos». «Para saber lo que sienten los
hijos hay que convivir con ellos, eso no se puede hacer online o por
whatsapp».
«Además
hay un espectro de experiencias que un niño ve con gran sufrimiento y
que tienen que ver con conductas de abusos y maltrato psicológico y
hablo de las humillaciones y los desprecios constantes. Eso de decirles
‘eres tonto’, ‘no vales para esto’,‘te vistes de rosa’», relata. «Un
buen padre acepta a su hijo como es y le intenta ayudar».
Prosigue la investigadora con los abusos físicos, en muchos casos
ligados a las adicciones de los padres, y los sexuales, causados por
alguien de su entorno, «extraordinariamente dañinos y mucho más
frecuentes de lo que pensamos». «Son muy difíciles de detectar por parte
de los profesionales, porque los niños los ocultan. Yo creo sinceramente
que en muchos de estos casos las madres son las únicas capaces de
protegerles, si es que quieren».
Y
también el haber sido testigos de malos tratos a la madre o el escuchar
a los padres discutir entre ellos o insultarse «les hace sentir
frágiles, vulnerables y culpables». Y luego están los casos de los
padres separados que utilizan a los niños para chantajear o hacer daño
al otro.
«El fin último de nuestra investigación es comprender el fenómeno para
identificarlo mejor. Desde el punto de vista de la biología queremos ver
cómo se modifican en el cerebro esos mecanismos de gestión y de
regulación de la respuesta al estrés. Y una vez que se tenga evidencia
empírica de todo eso, comprenderemos por qué los niños y adultos que han
sufrido maltrato y tienen trastorno mental comienzan antes y responden
poco al tratamiento farmacológico».