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Domingo 26 de octubre, 2014
El
maltrato infantil
Por:
Gervasio Diaz Castelli
Psicólogo clínico.
Comunicador y consultor de temas psicológicos en televisión, radio y
multimedia. Escritor y generador de contenidos. Concibo la psicología
como una práctica que tiene que aportar herramientas concretas para
que la gente viva mejor. FanPage:
LicenciadoDiazCastelli
Ser padres no nos
hace, de por sí, buenas personas. Tener hijos no nos hace padres. ¿Lo
central? amor, cuidados primarios y limites pues, esas personitas,
tienen que entender de chicos que “todo no se puede”. La sociedad
funciona con normas. Cruzar esas normas, es exponerse a peligros,
pues los niños no las comprenden. La rebeldía, es parte de la sana
evolución de los seres humanos. Ustedes observen: los chicos tienden a
la violencia, al egoísmo, poseen cantidades importantes esas
“cualidades”. Les cuesta compartir sus juguetes o integrar a otros a
sus juegos. Hay una tendencia al sadismo, a dominar, a someter, a
romper, al capricho, a manipular, al bullyng…a la vagancia; a no
estudiar. Es decir: todo esto es parte de los seres humanos, y es sano
si no cruza cierto umbral. El hombre primitivo, antes de ser Sapiens,
resolvía todo a garrotazo limpio. Pero bueno, ahora tenemos
pensamientos, podemos reflexionar e ir moderando esos componentes.
El punto es que
nosotros, los adultos, que sí sabemos el daño que produce la pérdida
de control, la violencia, el maltrato y el egoísmo, tenemos que llevar
a ese niño a un territorio en donde entienda que las cosas que hacemos
y decimos tienen sus consecuencias sobre otros coterráneos. Pero
insisto: pobre de aquel niño que no muestre alguna de las cosas que
hemos mencionado, pues estaríamos ante una sobreadaptación peligrosa.
Cuando vienen mis pacientes y me dicen “mi hijo es impecable: estudia
solo y es sobresaliente, no hace lio, es super educado, no tiene
maldad…” me preocupo más que si me dice que tiene ciertos problemas
adaptativos. A ver, es sano que los chicos hagan lio y no se dejen
mucho manejar.

Entonces, los
niños nacen siendo un caos, un manojo de impulsos y emociones
desordenadas. ¿Han jugado al Scrabble alguna vez? Bueno, tiramos todas
las piezas sobre la mesa, algunas quedan al derecho, mostrando letra,
otras al revés, todo desordenado. La cultura, los padres, las
intuiciones… van ordenado el juego, armando las primeras palabras, los
primeros sentimientos organizados, los primeros caminos a seguir. Y
esto, queridos lectores, se produce fundamentalmente por
imitación/identificación de ellos sobre nosotros: se reflejan, se
identifican; aprenden e imitan conductas. La construcción de lo que se
llama personalidad, es la sedimentación de los vínculos, las
conductas, las pasiones que un niño ha vivido y observado.
Ahora bien: hay decenas de miles
de adultos que son malos o crueles con los niños. ¿Podemos hablar de
maldad? ¿Suena raro que un psicólogo hable de maldad verdad? Pero si:
en rigor, tendría que hablar de la pulsión de muerte, que es esa
-como describirla- ¿Sustancia o fuerza interna que empuja y nos
lleva a la destrucción de uno y de los otros? Hablemos de maldad como
sinónimo de crueldad. Hablo de padres con rasgos evidentemente
psicopáticos: no sienten empatía con la angustia de ese niño
(entienden lo que le pasa a ese niño, pero no sienten nada; a eso lo
podemos llamar empatía fría). Podría mencionar decenas de rasgos más,
pero ese es el central. Pero lo fundamental aquí es que los chicos,
cuando vivencian ese caudal de agresividad por parte de sus
cuidadores, piensan: “Papa malo” “Mama mala”. Un niño no pude entender
el porqué ese adulto -que tendría que amarlo y protegerlo- lo
maltrata. Pero es más: cómo mecanismo de supervivencia, y de defensa,
tiende a amarlo y a buscar su tranquilidad para que no se desate la
furia o enojo. La cuestión central es que esos “padres malos”
golpean, atormentan, castigan o son desmedidamente rígidos, y hasta
pueden dan muerte a esos niños que solo están viendo qué es esto de
“ser humanos”. Si un niño hace lío, o anda mal en el colegio, o si le
pega a la hermana, o destroza el juguete del hermano; o si vacía la
billetera del padre…si nosotros, los adultos, los humillamos, los
golpeamos, los maltratamos como castigo, lo que le queda al chico es
el terror, el dolor y el sentimiento de impotencia de no poder
reaccionar: ¡pues no pueden! Son chiquitos, ese padre o madre que “se
les viene encima” y que lo golpea en soledad o públicamente, mide tres
metros para él, tiene mucha fuerza, voz muy fuerte, cara de loco/loca
fuera de control. Al chico no le va a quedar el mensaje de que ha
hecho algo mal o que no debe hacer tal o cual cosa, no: le va a
quedar el terror, la forma que ha implementado ese padre para poner
“un límite”. No queda la palabra educadora, queda el maltrato.
Por supuesto no me meto aquí con
el maltrato más asociado a la indiferencia, a los padres poco
afectuosos o abandonadores; o a aquellos que no dan el suficiente
amor y limites para que el niño se desarrolle lo más sanamente
posible. Tampoco abro el tema del abuso sexual, ese tipo de maltrato
lo dejo para otro escrito.
Ustedes no se dan una idea de la
cantidad de adultos consultantes que han pasado maltratos en su
niñez. Miles de niños son maltratados o destratados, golpeados,
atormentados en los hogares. Y esto no discrimina clases sociales.
Gente considerada “buena persona” para muchos – puertas adentro- con
los frágiles, con los indefensos: con los hijos o ancianos o
animalitos…tremendos jodidos. Miles son los filicidios a nivel
mundial. La crueldad de los adultos, la psicopatía, la perversión…
está por encima de los vínculos y las filiaciones. Todo esto que
menciono ocurre, existe, no es una ficción. Si una persona sádico y
cruel o fría, o si usted tiene esa predisposición natural a gozar del
dolor y de la angustia del otro (de un niño inocente e indefenso en
este caso) y bueno, lo va a hacer con sus hijos. Nada cambia. El
sadismo no discrimina.
Por eso invito a
una profunda reflexión sobre la naturaleza humana. Todo padre alguna
vez puede perder un poco el control o pasarse de rosca con un reto un
hijo. Puede ocurrir alguna vez: pero tenemos que pedir disculpas: “mi
mama/papa hizo algo malo, pero reflexionó y me pidió disculpas, estaba
desbordado, no fue con crueldad”, eso es lo que le tiene que quedar al
niño. No podemos enojarnos con nuestros hijos: ¿se entiende que un
adulto no puede enojarse en serio con un chico de 6 años? Simplemente
eso, no puede: el niño está aprendiendo cosas, erra, se equivoca, no
pasa nada. Podemos “hacer que nos enojamos”, teatralizar un poco para
lograr un efecto de que el niño se calme, pero no podemos enojarnos de
verdad, o maltratar. El vínculo es asimétrico en todo aspecto. Tenemos
que combatir el maltrato, la crueldad y el desprecio por la vida en
cualquiera de sus formas. Poner límites es difícil, a un jefe del
laburo, a los padres si son jodidos y metidos, a los compañeros de
vida; al tipo que nos atiende agresivamente en el supermercado.
Cuesta, es verdad. Hay que trabajar en lo actitudinal y desde donde
uno pone un límite a otro, si la actitud es firme, el niño entiende,
aprende y acepta, y capta que era para su bien. El sadismo y la
crueldad son, sin duda, el gran enemigo de la sociedad, allí donde se
posan…hay destrucción de vidas y situaciones. Lo que quiero que quede
claro en este escrito, es que cualquier forma de maltrato hacia un
niño es de las cosas más graves que hay; denunciemos, juntemos coraje,
tenemos que intervenir cuando presenciamos escenas donde se maltrata a
un niño. Empecemos a atacarlo dando el ejemplo. Por supuesto que del
maltrato se vuelve, quedan marcas, cicatrices: pero con trabajo y
amor – que todo lo repara- se puede construir una vida linda (una
vida posible, como la de todos) eso se los aseguro. Pero de eso, me
ocuparé en un próximo escrito, de lo que produce, de cómo
identificarlo, y de cómo reparar y suturar esas marcas del miedo y de
la falta de amor.