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ENTREVISTA / Abusos a la
infancia
"El maltrato a la infancia prácticamente no está
penado”
Carla Román es psicóloga de la Fundación Vicki
Bernadet
“El abuso sexual infantil reúne tres tabús en uno:
sexualidad, familia y maltrato”
“Cuando hemos hecho prevención, si después se detecta
un abuso, la recuperación es mucho más rápida”
Ana Sánchez Borroy - Zaragoza
25/05/2019
Carla Román
¿Por qué los abusos sexuales de la infancia no se
relatan a la vida adulta? ¿Cómo afrontan las mujeres que fueron niñas
víctimas de abusos su maternidad y la crianza de sus hijos? Son algunas de
las preguntas que se plantearán esta próxima semana, en una jornada
organizada en Zaragoza por la Fundación Vicki Bernadet. Carla Román
(Zaragoza, 1984) es psicóloga de esta fundación en su sede aragonesa.
El último estudio
sobre violencia contra las mujeres encargado por el Instituto Aragonés de la
Mujer habla todavía de invisibilización. ¿Hemos avanzado algo en visibilizar
la violencia infantil en los últimos años?
La verdad es que poco; esa es la impresión que
tenemos casi todas las entidades que trabajamos en protección a la infancia.
Siempre hay muchas promesas de cambio a nivel legislativo, pero la infancia
se suele quedar relegada a un segundo plano. Los niños tienen poca voz;
realmente siempre tienen que acabar siendo representados por los tutores
legales, tenemos que ser los adultos quienes les defendemos. Reconocer que
la infancia es maltratada implica que algo no estamos haciendo bien y a los
adultos nos suele dar mucho miedo reconocer errores. Por eso, al final,
mantenemos el secreto, la ocultación del maltrato que sufre la infancia.
Además, todavía persiste la creencia de que los menores son propiedad de sus
padres, de que ellos no tienen derechos, de que quien tiene que decidir
siempre son los padres.
Ahora mismo, ¿qué
sería imprescindible hacer para empezar a mejorar la lucha contra este tipo
de violencia?
En primer lugar, que los medios de comunicación la
visibilicen. Además, tiene que haber un cambio estructural a nivel
educativo: introducir una metodología de derechos de infancia en todas las
personas que trabajan con niños. Y, en tercer lugar, hace falta formar a las
familias y exigir unos máximos en cuanto a la crianza. Se desconocen mucho
los procedimientos de protección, se normalizan determinadas actitudes de
violencia sutil, como puede ser el chantaje emocional, la manipulación,
negligencias, desatención de lo que los menores necesitan… están tan
normalizadas que nos cuesta detectarlo. Siempre pongo el ejemplo de que, en
todas las relaciones humanas, hay situaciones de chantaje emocional a una
escala muy leve, del tipo sentirse mal por no ir a comer el domingo a casa
de nuestros padres. Es muy fácil manipular a un niño, hacer que se sienta en
deuda con el adulto. Por eso, hay que empezar por darles la voz que tienen,
porque son personas y tienen sus necesidades. Lo más complicado es el cambio
con las familias, está claro; aunque los tres aspectos forman una cadena:
cuando se empieza a hablar de un tema en los medios de comunicación y en los
colegios es cuando hay un cambio en la conciencia social, se despierta
interés. Por otra parte, estaría el cambio legislativo que comentábamos al
principio, porque tiene que haber leyes que realmente protejan a la
infancia. Ahora se está trabajando en una última modificación de ley de
protección y es fundamental que esto se lleve a cabo porque, hoy por hoy, el
maltrato a la infancia prácticamente no está penado. Al final, hay
muchísimos procedimientos de casos de menores que están en situación de
maltrato que acaban siendo solo un proceso administrativo, sin que haya una
repercusión penal, cuando causan un daño enorme.
Es muy duro decir
que tenemos normalizado el maltrato infantil...
Sí, cuando pensamos en maltrato, siempre nos viene a
la cabeza el maltrato físico, que es algo que se ve y no se cuestiona:
cuando alguien ve un maltrato físico hacia un niño, actuamos para
protegerlo, por instinto, nos sale protegerle. Pero el maltrato que no se ve
es muy difícil de detectar y de demostrar. A la gente nos cuesta más
identificarnos y posicionarnos. Me vienen a la cabeza todos los conflictos
de padres que se separan: la instrumentalización de los niños en esos
conflictos genera un daño muy severo en la infancia, con lo que no deja de
ser una forma de tratar mal a los niños de manera continuada; al final, no
saben a quién querer, a quién creer y se sienten en deuda constante con el
adulto. En las relaciones de pareja en personas adultas, cuando alguien se
siente en deuda totalmente con el otro miembro de la pareja, es
completamente manipulable y sumiso al poder que pueda ejercer. Del mismo
modo, en ocasiones, nos estamos aprovechando de la situación de poder que
tenemos los adultos con los niños. Todo esto, sería pensando en violencia no
física. Cuando entramos en el abuso sexual, que es la parcela que trabajamos
desde la Fundación, todo es mucho más dramático. Si no solemos hablar de
maltrato, en general, de abuso sexual infantil todavía menos; porque reúne
tres tabús en uno: la sexualidad, la familia y el maltrato.
Ustedes trabajan en
la prevención. ¿Cómo se puede prevenir la violencia sexual desde los centros
educativos?
Trabajamos intentando que los centros incluyan dentro
de su manera de proceder habitual diferentes perspectivas: hay que trabajar
la educación afectivo sexual desde el principio, hay que hablar de los
derechos de infancia, de lo que está bien y lo que está mal y hay que hablar
también de abuso y de maltrato, hay que ponerle nombre. Cuando le pones
nombre a aquello que les pasa a los niños, lo pueden identificar, pueden
decir que les está pasando y que no les gusta. También intentamos que los
colegios incluyan en su práctica diaria el respeto a la intimidad de los
menores, los tiempos, sus decisiones... sin olvidar, obviamente, que son
necesarios los límites, la estructura y que tiene que haber consecuencias al
mal comportamiento. Pero esos límites no pueden llevar a obligar a los niños
a vivir experiencias negativas, sobre todo, con el propio cuerpo y con la
intimidad.
¿Qué tipo de
experiencias negativas en centros educativos pueden estar normalizadas?
Se puede normalizar, por ejemplo, obligar a niños o
niñas pequeños a que hagan "pipí" delante de otros niños. Se trata de
trabajar en prevención de riesgos. Intentamos que se establezcan protocolos
y que, si a un niño o una niña le da vergüenza hacer algo, se intente
ayudarle, pero sin forzarle. Cada niño tiene sus tiempos y en todo lo que
está relacionado con el propio cuerpo, con la exposición, con obligar a los
niños a dar besos... hay que respetar la personalidad de los niños. Si un
niño es muy tímido, hay que darle herramientas para que le dé menos
vergüenza hacer ciertas cosas, pero tampoco hay que obligarlo a tener
experiencias de abrazos o de afectividad para las que quizá no está
preparado. Si le obligamos, lo que transmitimos es que tiene que aceptar
cualquier cosa que un adulto le diga, que se tiene que aguantar, aunque algo
no le guste. Con niños un poco más mayores, en vestuarios… se trata de
evitar conductas ambiguas. Nuestros protocolos de trabajo para centros
educativos y deportivos recomiendan que el profesorado y los monitores o
entrenadores sepan qué cosas no pueden hacer, para evitar malos entendidos y
para evitar situaciones que generen incomodidad. Por ejemplo, recomendamos
evitar quedarse a solar con un grupo determinado de niños, evitar crear
niños especiales... La idea de que son especiales y de que son únicos lleva
a que los niños permitan cosas para no perder ese status. Hay que cuidar
cómo tratamos la infancia y las ideas que generamos en su mente.
¿Y en casa? ¿Qué
aconsejaríais a los padres?
Algunos consejos coinciden, por ejemplo, las
recomendaciones sobre el respeto a la intimidad. Hay familias que son de
puertas abiertas y otras, de puertas cerradas. Hay gente más o menos
pudorosa. Es decir, el respeto a la intimidad no significa que tengamos que
ir escondiéndonos por la casa. Pero se trata de ser consciente de que, si
soy una madre más desinhibida, que hago que mi hijo vea el desnudo como algo
normal, posiblemente él lo imitará. Esto no tiene por qué suponer un
problema, pero si a un niño le genera incomodidad el desnudo o no quiere que
le veamos desnudo, no deberíamos forzarle; tampoco con esa idea que se
defiende a veces de que es para que pierda la vergüenza. Eso lleva a que los
niños repriman la emoción de la vergüenza que, a veces, es buena. El pudor
no tiene por qué ser siempre malo. Las emociones más primarias, como el
asco, el miedo, la vergüenza, la sorpresa, la alegría, la tristeza... son
fundamentales, son adaptativas, existen por algo. Cuando encontramos a
alguien que nos genera cierto rechazo es porque se ha activado el asco y ese
asco es funcional: por el motivo que sea, esa persona, no nos da seguridad.
Sin embargo, a veces obligamos a los niños a aceptar a alguien al que, en
principio, han rechazado. Esto pasa mucho con los besos; les pedimos que den
besos al abuelo, a la abuela o a un tío del pueblo que acaban de conocer.
Obligamos a los niños a hacer cosas que los adultos no hacemos: no vamos por
la vida dando besos a todo el mundo y menos todavía si alguien no nos genera
seguridad. Si bloqueamos la capacidad de los niños de decir que no les gusta
algo o no se sienten cómodos, lo que estamos bloqueando es que, si el día de
mañana les pasa algo, no puedan decir que no. Evidentemente, este ejemplo es
una generalización muy amplia, pero por algo se empieza. También se empieza
por hablar, por hablar de las partes de cuerpo, de para qué sirven, de
ponerles nombre, hablar de vulva, hablar de pene, normalizar la masturbación
infantil, reconduciéndola hacia espacios de intimidad... se trata de que el
tema de la sexualidad no sea un tabú. Nuestra experiencia es que, cuando
hemos hecho prevención, si después se detecta un abuso, la recuperación es
mucho más rápida: porque las familias están preparadas para escuchar, para
dar soluciones y los niños no lo viven como un tabú, con lo que pueden
verbalizarlo antes. Cuando antes lo verbalicen, se minimiza el daño.
¿Cuáles son las
formas más habituales en las que se detectan los abusos?
Si los profesionales están bien preparados, en los
centros educativos se detectan antes conductas sospechosas. Es muy rápido,
porque los niños normalmente se sienten muy seguros en los centros escolares
y aparecen conductas de imitación. Las revelaciones como tal, que consisten
en explicar lo que ha pasado, si hay buena vinculación en el ámbito
familiar, suele darse en esa familia o con una persona concreta de su
entorno. Por desgracia, lo que nos estamos encontrando es que, al no
trabajarse la prevención, las revelaciones se alargan en el tiempo. Por eso,
nos encontramos con el problema que tenemos ahora, que la mayoría de las
personas que revelan ya son adultas y, en muchos casos, el delito ya ha
prescrito.
¿Cuánto puede costar
que se detecte un abuso o que se revele?
Detectar no es fácil, porque los niños son grandes
expertos en ocultar aquello que les hace daño. Lo expresan de muchas
maneras, pero no suelen atreverse a decirlo explícitamente, a no ser que sea
algo de lo que previamente ya se haya hablado. Normalmente, en revelar se
tarda muchos años. Se suele hacer entre los 30 y los 35, que son épocas de
cambio. Los psicólogos solemos hablar de hitos evolutivos, en los que de
repente en el entorno empieza a cambiar: se empiezan a ver más niños, se
empieza a movilizar la maternidad o paternidad, la idea de si queremos o no
afrontarlas, relaciones de pareja más estables... hay un revoltijo interno a
nivel emocional y es en ese momento cuando, muchas veces, uno empieza a
querer verbalizar. Muchas veces, el abusador puede seguir estando en el
entorno y, si aparecen nuevos niños, las víctimas se asustan porque piensan
que puede volver a ocurrir.
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