Soy
pedófilo, busco ayuda
Tratar a las personas que se sienten atraídas por
menores ayuda a evitar que cometan abusos. Dos pacientes
relatan su experiencia
Patricia Gosálvez Madrid
17 NOV 2014
La primera
señal fue que “con los niños conocidos se le iba la mano”.
Cuando el adolescente al que llamaremos Sergi tenía 16 años,
su madre encontró por casualidad unas fotos que había bajado
de Internet. Imágenes de menores desnudos, mucho más
pequeños que él. “Nada pornográfico, nada explícito... Pero
ves que aquello no es sano, no puede serlo”, dice su madre.
“Tratas de meterle miedo, le regañas. Nuestro hijo es un
chico cariñoso, ayuda en casa y cede el asiento en el
autobús... Le dijimos, te queremos ayudar, le preguntamos,
¿te gustan los niños?, ¿de dónde viene esta atracción?, ¿por
qué lo haces? Pero él solo respondía: ‘No lo sé. No lo sé”.
La afable pareja de clase media cuenta su historia en la
consulta del terapeuta barcelonés que ha devuelto la alegría
a su hijo adolescente. “El problema este, cuanto antes se
aborde mucho mejor”, dicen. “Pero hay un tabú enorme... No
sabes dónde buscar ayuda”.
Cuando Sergi tenía 16 años, sus padres encontraron las
fotos de menores desnudos. “El problema este,
cuanto antes se aborde mejor”, dicen
Los casos de abusos a menores
repugnan a la sociedad. Sin embargo, no todos los pedófilos
los cometen —lo que los convertiría además en pederastas—, y
muchos quieren dejar de hacerlo. Por ello, la comunidad
científica, sobre todo en Alemania y Canadá, está apostando
por lo que llaman “prevención
primaria”: ofrecen terapia gratuita para pedófilos que
la quieran, financiada públicamente, cuyo objetivo es evitar
los abusos antes de que ocurran, ayudando al potencial
agresor a controlar, eliminar o prevenir su parafilia
sexual.
En España no existe nada parecido. De
40 sexólogos contactados por este periódico en busca de
pedófilos que acudan voluntariamente a terapia, la mayoría
coincidieron en que muy pocos buscan ayuda voluntariamente.
“En parte porque no es fácil encontrarla...”, opina el
catedrático de Psicología de la Universidad del País Vasco,
Enrique Echeburúa. “Aquí los únicos programas de tratamiento
se hacen en la cárcel y la inmensa mayoría de los pedófilos
que llegan a las consultas privadas vienen referidos de
prisión”. “No basta con rasgarse las vestiduras cuando ya se
ha abusado de un niño”, añade Josep María Farré, jefe de
Psiquiatría del Hospital Quirón Dexeus. “Para prevenir el
abuso tienes que ocuparte de quien puede convertirse en
agresor. Pero, desgraciadamente, este país no está preparado
para ello”.
En Alemania existe desde hace una
década el
Proyecto Dunkelfeld —que significa ‘campo oscuro’,
porque quiere llegar a los lugares donde no llega la ley—.
Está financiado por el Ministerio de Justicia y de Familia
“ya que el objetivo principal es proteger a los niños”, dice
Till Amelung, uno de los terapeutas. El fin está claro; la
forma rompe clichés. El programa se anuncia con un vídeo
donde aparecen hombres enmascarados, un médico, un
ejecutivo, uno con pinta de profesor. “Es obvio lo que debes
pensar de los que son como yo”, dice la voz en off. “Yo
también lo pensaba. Enfermo. Pervertido. Escoria”. El último
se quita la máscara: “En terapia he aprendido que nadie
tiene la culpa de su inclinación sexual, pero todos somos
responsables de nuestros actos”. El 5 de noviembre el
Proyecto Dunkelfeld lanzó un programa para pacientes de
entre 12 y 18 años con quienes esperan que la terapia sea
más efectiva. La idea es que los años de aislamiento y
secreto solo empeoran las cosas y muchos acaban
autojustificándose.
En Alemania existe desde hace una
década el
Proyecto Dunkelfeld —que significa ‘campo oscuro’,
porque quiere llegar a los lugares donde no llega la ley—.
Está financiado por el Ministerio de Justicia y de Familia
“ya que el objetivo principal es proteger a los niños”, dice
Till Amelung, uno de los terapeutas. El fin está claro; la
forma rompe clichés. El programa se anuncia con un vídeo
donde aparecen hombres enmascarados, un médico, un
ejecutivo, uno con pinta de profesor. “Es obvio lo que debes
pensar de los que son como yo”, dice la voz en off. “Yo
también lo pensaba. Enfermo. Pervertido. Escoria”. El último
se quita la máscara: “En terapia he aprendido que nadie
tiene la culpa de su inclinación sexual, pero todos somos
responsables de nuestros actos”. El 5 de noviembre el
Proyecto Dunkelfeld lanzó un programa para pacientes de
entre 12 y 18 años con quienes esperan que la terapia sea
más efectiva. La idea es que los años de aislamiento y
secreto solo empeoran las cosas y muchos acaban
autojustificándose.
“A mí la terapia me ha devuelto la
vida", escribe Pablo en el chat. “No somos casos fáciles,
¿pero qué hacemos? Yo no he elegido esto”
De los cuatro a los ocho años un
adulto obligó a Pablo a hacerle felaciones. “Lo viví con
miedo, con extrañeza, con sorpresa”, recuerda. “No me gustó,
pero como no me gustaban otras cosas. Quizás di por hecho
que era así y punto. Luego, cuando yo jugaba con otros niños
les enseñaba eso que me habían enseñado”. “Ahora entiendo
que nunca he tenido sexualidad de niño”, dice. “El adulto
que abusó de mí me la robó”.
Cuando un lego investiga durante
meses el tema de la pedofilia, entra con un puñado de
certezas y sale con un saco de dudas. También con algún
cliché de menos:
en torno a la mitad de los condenados por pederastia no son
pedófilos, es decir, no abusaron de niños por sentirse
principalmente atraídos por ellos, sino por otras razones
como la oportunidad o el abuso de alcohol o drogas.
La literatura científica es extensa,
compleja, a veces contradictoria, otras, incierta. El gran
escollo es que la mayor parte de lo que sabemos es gracias a
estudios con muestras pequeñas de población reclusa o con
antecedentes. Por ejemplo, la pedofilia es básicamente un
trastorno masculino, pero también se cree que los abusos
femeninos podrían estar infrarrepresentados en las
estadísticas penitenciarias.
No sabemos apenas nada sobre los
pedófilos que, cometiendo abusos, no han entrado en el
sistema judicial, ni sobre aquellos que nunca han actuado.
Se llaman a sí mismos
“pedófilos virtuosos”. Se reunen en foros online (sobre
todo estadounidenses) para apoyarse mutuamente y formar a
terapeutas. No quieren delinquir y consideran que el sexo
con niños está mal (incluido el uso de pornografía).
Bob Radke es portavoz del portal
B4uact.org (que significa “antes de que actúes”). “Nunca
he cometido un abuso, tengo fantasías, pero eso es todo lo
que son”, explica por correo. “Los foros no previenen el
abuso, pero puede que la comunicación sí lo haga. Atreverse
a ir a terapia es difícil y cuesta encontrar un psicólogo
dispuesto a escucharte. Les pedimos que tengan una mente
abierta; nadie en sus cabales desea sentirse atraído por
menores. Yo nací así. Si podemos hablar sobre lo que
sentimos seremos más felices, y no imagino a una persona
feliz haciendo daño a otra”.
En la comunidad científica tampoco
hay consenso sobre cómo tratar a los pedófilos o hasta qué
punto se puede. La terapia más común es la cognitivo
conductual, acompañada o no de polémicos fármacos
inhibidores de la libido. Los terapeutas sí coinciden en que
el pedófilo que busca proactivamente ayuda tiene la mitad
del camino hecho. Pablo asiente: “Para que la terapia
funcione, hay que quererla, no hacerla por reducciones de
condena y cosas así. Y tengo claro que si hubiese recibido
ayuda de adolescente, todo esto no habría pasado”.
“En la adolescencia empecé a sentirme
un bicho raro”, cuenta. “No estaba cómodo bebiendo alcohol,
escuchando la música de los de mi edad... así que seguí
rodeándome de niños más chicos. El problema no era que me
gustasen las niñas; es que nunca dejaron de gustarme. Todos
se flipaban por las tetas y a mí me daban igual”.
Desde hace tres años Pablo tiene
novia. Se lo ha contado todo. ¿Cómo se explica algo así?
Es la única pregunta que pide no responder
La prevalencia de la pedofilia no
está clara.
Según los investigadores del Proyecto Dunkelfeld, el 1% de
los hombres son pedófilos (otros estudios lo elevan
hasta el 5%). Piense en uno de ellos. Es improbable que
haya imaginado a un adolescente angustiado por algo que
empieza a descubrir en su interior y que no puede compartir
con nadie. Sin embargo, se sabe que la pedofilia, como todos
los despertares sexuales, suele surgir en la adolescencia y
venir acompañada de ansiedad, culpa, vergüenza, aislamiento
e ideas suicidas.
El Pablo adolescente se acostumbró a
vivir “metido en sí mismo”. Pero entre los 18 y los 20 se
dio cuenta de que había cruzado una línea. “Fue un momento
atroz. Tomé conciencia de que podía estar haciendo daño,
aunque yo nunca he sido violento, ni en esto ni en nada”.
Tuvo entonces su primer intento de suicidio, con pastillas.
El segundo, cortándose las venas, ocurrió cuando le
denunciaron. “Lo que me pasaba —ya no me pasa— es que para
mí era irresistible limitar mis demostraciones afectivas a
los niños. Me saltaba un límite que todo el mundo tiene, me
ponía mentalmente como si fuese un niño más. Las cosas que
hacen, enseñarse los genitales, a tocarse entre ellos, yo
las seguía haciendo una vez abandonada la niñez”. “Ellos lo
hacían con inocencia”, dice Pablo. “Pero yo me sentía un
niño con cuerpo de adulto. Contaminado... Como uno en una
playa nudista que finge naturalidad pero va a echar el ojo.
Hacía un teatro”.
Pablo lleva cinco años en terapia,
mucho más de lo que recomendó el juez. “Estamos hablando de
transformar lo más profundo de la personalidad”, explica su
psicólogo, José Luis Sánchez de Cueto, del
Colectivo de Salud Avansex. “Empezamos con el control de
las conductas, luego trabajamos la ansiedad y ahora estamos
reconstruyendo el sentido de la vida”. “Yo estoy limpio con
la sociedad”, dice Pablo, “pero quiero estar también limpio
conmigo mismo”. Piensa seguir en terapia. Paga 55 euros la
sesión semanal y tiene que asistir desde otra provincia.
“Pero esto no tiene precio, estoy comprando vitalidad”,
dice. Siente que se está “transformando”, y en esa
transformación la pedofilia “está desapareciendo”. “Gracias
a la terapia nunca he recaído de conducta; de fantasía sí,
pero las fantasías no delinquen”.
Desde hace tres años Pablo tiene
novia. Al principio fueron a varias sesiones juntos porque
no conseguía erecciones con ella. Un par de meses después,
aconsejado por su terapeuta, se lo contó todo. ¿Cómo se
explica algo así? Es la única pregunta que pide no
responder: “Ella lo pasó fatal… No me hagas recordarlo, por
favor, fue más duro que la denuncia, el juicio e incluso el
intento de suicidio”. “Cuando me denunciaron sentí mucha
vergüenza, pero curiosamente una parte de mí se sintió
liberada”. Salir del secreto fue su segunda oportunidad. “Yo
creo que un día esto va a ser un triste recuerdo”, dice.
Pablo se alegra cuando en las noticias aparece la detención
de un pederasta o una red de pornografía infantil. “Yo no me
considero un monstruo, pero eso no quiere decir que no los
haya. El problema es que la sociedad solo ve lo más
aparatoso. Yo asumo mi responsabilidad y entiendo el daño
que hice porque a mí también me lo hicieron. Estoy tratando
de reconciliarme con mi vida y algún día me gustaría llegar
a ser feliz”.
“Les enseñamos a vivir sin ser un
peligro”
Anuncio del Proyecto
Dunkelfeld en Alemania. /
"Hacerse adulto no es fácil para
nadie. Para ti quizás sea aún más difícil. Tus amigos se
enamoran de estrellas, de famosos o de las chicas de la
clase de al lado. A ti en cambio te gustan los niños. Eres
el único que sabes que eres distinto”. El mensaje, sacado
de un vídeo online, forma parte de la campaña alemana
Sueñas con ellos, que busca tratar a pedófilos
adolescentes que están descubriendo su problema. La
iniciativa, financiada por el Ministerio de Familia
alemán, forma parte del
Proyecto Dunkelfeld, que desde 2005 ha tratado a 323
pedófilos adultos (154 siguen en terapia) en las 10
clínicas repartidas por el país. “La mayoría de ellos
cuentan que sus impulsos surgieron durante la adolescencia
y que vivieron años de secretismo, aislamiento, culpa y
baja autoestima”, explica Till Amelung, uno de los
terapeutas. El programa es la punta de lanza de un cambio
de paradigma, más empático, en torno a la pedofilia, que
entiende que hay que ayudar al pedófilo a ayudarse a sí
mismo, aún a costa de protegerlo. “No es un cambio fácil,
pero puede ser uno que ponga a salvo a muchos menores”,
dice Amelung.
El nuevo proyecto, para adolescentes de 12 a 18 años,
busca enfrentar el problema antes de que se arraigue. El
año pasado hubo una prueba piloto con 20 jóvenes. “Están
llenos de pánico y angustia”, dice Andreas Peter, portavoz
del proyecto. “Desean una cura inmediata, pero no existe.
Lo que ofrecemos es que aprendan a vivir sin ser un
peligro para sí mismos ni para otros”. El apoyo de los
padres es fundamental durante el año de tratamiento, de
base cognitivo conductual, que busca aceptar el problema,
controlar los estímulos (no usar pornografía, no merodear,
limitar el contacto con menores) y desarrollar la
autoestima. A diferencia de la que ofrecen para adultos,
es individual y no incluye fármacos para reducir la
libido.
“La terapia está basada en la que se usa para convictos
por agresión sexual, pero a nosotros nos lo confiesan
todo”, explica Amelung. La confidencialidad es clave. En
Alemania, los terapeutas no están obligados a denunciar lo
que se dice en las sesiones. “Nuestro principal objetivo
es siempre proteger a los niños”, explica Amelung. “Cuando
un paciente supone un riesgo, buscamos fórmulas
alternativas a la denuncia como avisar a los padres o
evitar que el pedófilo tenga acceso al menor”. En España,
“teóricamente hay que denunciar”, según el catedrático de
Psicología Enrique Echeburúa. “Pero si el abuso ocurrió en
el pasado no inmediato, si fue esporádico, el agresor está
buscando ayuda y es consciente de que está mal... Habría
que usar el sentido común, valorarlo, siempre primando la
protección del menor”.
Terapia para pedófilos
¿Se nace, se hace, se cura, se palía?
El manual de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría
establece como criterios para diagnosticar un “trastorno
pedófilo” tener impulsos sexuales relacionados con
prepúberes de forma recurrente durante más de seis meses
y haber actuado sobre ellos o sentir malestar (culpa,
ansiedad) por tenerlos. El origen de la parafilia no se
conoce.
James Cantor, investigador del Centro de Salud
Mental de Toronto (Canadá), lleva una década recopilando
datos sobre pederastas y comparándolos con otros
agresores sexuales. “Se investiga muy poco este tema y
el apoyo gubernamental es escaso”, dice por correo. Tras
escanear el cerebro de 127 agresores, la mitad
pederastas, descubrió en estos una alteración de la
materia blanca, que rodea la materia gris.
Cantor habla de un “cortocircuito en la mente del
pedófilo”. Para él es una “orientación” con la que
se nace y que no se puede cambiar. Cree, sin embargo,
que la mayoría no son violentos y que la terapia les
permite controlar la conducta.
Paul Fedoroff, director de la Clínica de conducta
sexual de Ottawa (Canadá), opina lo mismo desde la
premisa opuesta. Considera la pedofilia un “interés” que
se puede “curar y prevenir”. Sus argumentos: ha tratado
a miles “con un índice de reincidencia cercano a cero”.
Su programa, público y gratuito, recibe cada vez más
pacientes. “En gran parte por el esfuerzo que hemos
hecho por aparecer en los medios”, cuenta por correo.