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ABUSOS
SEXUALES EN LA IGLESIA ESPAÑOLA
“Siempre está aquí, siempre está en mi mente”
Leopoldo Martín, de 80 años, narra los abusos que
sufrió en un internado religioso hace más de 70 años
Víctimas de abuso de la Iglesia Española: Leopoldo Martín en youtube: https://www.youtube.com/watch?v=zFJEza_9zRY
Julio Nuñez
28 de Octubre 2018
Más de 70 años después, Leopoldo Martín, madrileño de 80 años,
aún recuerda las tres pesetas que le condenaron a vivir un año en un colegio
de curas vallisoletano que le marcaría para siempre: abusos sexuales,
maltrato físico y, debido a una mala alimentación, una enfermedad —el
latirismo— que le ocasionó una pronunciada cojera de por vida. Por aquel
entonces, mediados de los años cuarenta, la pobreza en la que vivía junto a
su madre viuda y con cinco hijos llevó a Martín a vivir en un internado de
Madrid. “Entré con siete años. Yo era el que me encargaba de hacerle todas
las mañanas la cama al auxiliar”. Cierto día, cuenta, le pegaron una paliza
porque de aquella habitación habían desaparecido tres pesetas. “Me pusieron
el cuerpo morado y me dijeron: 'Leopoldo, si mañana no aparecen las tres
pesetas te matamos'. Yo me escapé, con tan mala suerte de que me pillaron y,
como castigo, me mandaron a un internado en Valladolid”.
Martín relata que nada más llegar a aquel colegio, a
unos 30 kilómetros de Valladolid,
comenzó a trabajar en los campos “de los curas”, arreglaban las carreteras y
los caminos. “Éramos esclavos. Nos mataban de hambre. Allí había de todo,
pero a nosotros nos daban las sobras, almortas y algarrobas, lo mismo que le
echaban a los cerdos”, narra. También empezaron los primeros abusos. "Había
unos pasillos en los que nos colocaban desnudos y en fila para bañarnos. Los
curas te lavaban con las manos, te manoseaban por todo el cuerpo y te daban
tortazos en el culo", asegura el octogenario con impotencia.
Los abusos
sexuales aumentaron al poco tiempo, se convirtieron en agresiones. “Un
día fuimos con un cura a un sitio al que llamaban El Soto. El sacerdote se
subió la sotana, se puso una moneda de cinco céntimos en sus partes y nos
decía que la cogiésemos con la boca. Luego te agarraba de la cabeza y se la
arrimaba contra él”, explica. El clérigo, según afirma, se lo hacía siempre
a él y a dos compañeros más. En el tiempo en el que él estuvo, se lo hizo
tres veces. Pidieron ayuda a otro sacerdote joven. “Fuimos a confesar con él
para contárselo y nos dijo: ‘Es imposible que haya pasado eso’. Fue a hablar
con el director y al tiempo le llevaron [al abusador] como castigo a un
colegio de Valladolid. No pasó nada de nada. Eso estaba oculto”, dice
cabreado.
No fue la última vez que intentó denunciar el caso.
Cuando su enfermedad se agravó, ingresó en el hospital provincial de
Valladolid y allí se lo contó a su madre. ”Me cogió de la mano y fuimos al
colegio a hablar con los curas. Cuando llegamos le dijeron a mi madre: 'O se
calla usted o le damos una paliza'. Eso es tan verdad como que me tengo que
morir", exclama Martín, que también cuenta que con la llegada de la
democracia fue a buscar justicia alDefensor
del Pueblo.
Lo vivido aquel año no solo condicionó el resto de la
vida de Martín, también la de su mujer y sus dos hijas. "De alguna manera,
la carga de lo que le había pasado estaba flotando en nuestra vida. Lo que
le hicieron ha hecho que él sea de una determinada manera y que, quizá, eso
ha hecho que nosotras tampoco hayamos tenido una niñez adecuada para
formarnos como personas”, cuenta Yolanda Martín, la hija mayor de Martín. La
víctima nunca ha ocultado a nadie el maltrato físico y sexual que sufrió. Lo
que llevó a su hija menor, licenciada en Derecho, a intentar buscar a los
responsables a comienzos de los noventa. “Intenté buscar archivos en la
diócesis, pruebas y la verdad es que ha sido bastante complicado. Busqué
datos de los sacerdotes que habían estado allí, sus nombres y apellidos. Se
habló con la Iglesia, pero no se consiguió nada”, dice Nuria Martín, que
opina que la Iglesia debería
reconocer el daño hecho y pedir perdón, ya que cree que es una manera para
que las víctimas puedan vivir, al menos, en paz. “Ojalá salga toda la
porquería de la Iglesia Católica. El daño que han hecho”, pide la víctima.
Tras salir del hospital, Martín volvió a Madrid. Para
él, el infierno había acabado, pero los recuerdos no se borraron. "Siempre
está aquí, siempre está en mi mente", exclama mientras se toca varias veces
la frente. La crudeza de los años cuarenta no había desaparecido y volvió al
mismo internado del que intentó escaparse. Nada más entrar por la puerta, le
dijeron que las tres pesetas por las que había huido aparecieron poco
después en el bolsillo de un pantalón que el auxiliar había llevado al
tinte. “Esas tres pesetas...”, murmura. “Siempre me acuerdo de aquellas tres
pesetas”.
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