Uno de
los incontables jóvenes que sufrieron de menores abusos
sexuales por parte de sacerdotes ha tenido la iniciativa de
contárselos al Papa Francisco.
Nunca
sabremos cuántos de los niños y niñas que han sido víctimas
de abusos por sacerdotes de los que se fiaban, que ejercían
sobre ellos un dominio, que tenían una posición de
superioridad, de edad y jerarquía, han dado el paso de
contarlo pasados los años. Sabemos de algunos de los que sí
lo han contado y todos ellos hacen un relato similar: eran
niños, o adolescentes, estaban en una catequesis o en un
seminario, en la parroquia, el cura que abusaba de ellos
ejercía un poder, liderazgo, fascinación; en no pocos casos
se había ganado la confianza de los padres y entraba en la
casa familiar como si fuera la suya.
Las
pocas víctimas que lo cuentan narran las torturas después de
pasados los años, cuando se han liberado en parte de los
miedos paralizantes que dejaron en silencio, lo hacen para
que no vuelva a ocurrir --ese latiguillo que tanto se
repite--, y porque les remuerde la conciencia saber que los
abusadores impunes pueden seguir delinquiendo y partiendo la
vida a niños y niñas de su edad, como antes se la partieron
a ellos.
Esto ha
pasado en Irlanda, en los USA, en Bégica, en Alemania, en
Francia…, y en España. La joven víctima de Granada escribió
primero a los jerarcas de la iglesia de su ciudad y a los de
España, con el silencio ensordecedor como respuesta. Ante
semejante actitud, se lanzó y le escribió al Papa, que en un
golpe de marketing que es de agradecer, le ha llamado por
teléfono y le ha pedido perdón.
Históricamente la iglesia ha ocultado a estos delincuentes,
cuando no los ha entronizado, caso del mexicano Marcial
Maciel, que aunaba en su biografía todo el catálogo de los
horrores, hasta el abuso de sus propios hijos, nacidos
cuando él era sacerdote; abusador de niños y niñas,
saqueador de viudas a punto de testamento, cocainómano...
Maciel era recibido por el anterior Papa, Juan Pablo II, que
le mostraba su cariño y le ponía como ejemplo para captar
más y más legionarios de Cristo.
He
tenido ocasión de entrevistar a algún antiguo legionario,
también víctima, y su relato habla de una practica de abusos
sexuales sistemática, concienzuda, organizada, devastadora
desde luego para las víctimas y, lo peor, ¡impune durante
años!
La
denuncia de abusos afecta ahora a una decena de jóvenes
granadinos, víctimas --algunas recientes-- de una decena de
curas granadinos. En Granada hoy ejerce de arzobispo
Francisco Javier Martínez Fernández, sujeto al que hace
tiempo que se ha renunciado a encontrar alguien que esté más
a su derecha.
El tal
Martínez editó el libro “Cásate y se sumisa”, una especie de
apología teórica de los caminos del maltrato a la mujer. El
tal Martínez fue llevado al banquillo acusado de acoso moral
a otro sacerdote, práctica por la que tuvo que pagar una
multa de 3.750 euros. Respecto de los casos denunciados por
el joven granadino no ha abierto la boca.
No
hemos escuchado tampoco, ni creo que lo hagamos, ni una sola
palabra de Reich Pla, el de Alcalá de Henares, que a tenor
de cómo los describe parece manejar información precisa
sobre los caminos que llevan a los menores a la
homosexualidad. No creo que este arzobispo, que comparó el
autobús de las mujeres que demandaban igualdad y ser dueñas
de su cuerpo con el Holocausto, emplee no ya semejante
munición para atacar a los sacerdotes que abusan de menores
o adolescentes, siquiera unos perdigones de crítica.
Mientras todo esto se conoce, ¿cuántas personas víctimas de
abusos, sufridos cuando eran niños o adolescentes, estará no
solo actualizando su dolor, quizás también pensando en
contarlo?