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OPINIÓN - OTRAS MIRADAS
Romper la mordaza para hacer visibles los abusos
Estrela Gómez Viñas
11/06/2019
La imposición del silencio a la víctima, el secreto
logrado bajo coacción es la gran baza del violento sexual. Con ello logra en
primera instancia un “seguro de impunidad”, así como la prolongación del
control sobre su víctima. Sin embargo, éste no es el único ni quizás el
principal beneficio. Como parte de un colectivo, logra hacer invisible e
inverosímil ante la opinión pública la realidad de la violencia sexual
contra la infancia y la adolescencia, especialmente la incestuosa (gran
paradoja, dado que se trata de al menos el 80% de este tipo de violencia).
Sería tranquilizador poder limitar hasta este punto la responsabilidad
colectiva respecto a esta problemática, aunque sería una lectura incompleta:
la coacción para lograr el silencio de la víctima no tendría resultado
alguno si no existiese al mismo tiempo un pacto social que confirma esta
norma. De facto, la profecía del agresor se cumple: a la víctima no se le
cree. La socióloga alemana Nöelle-Neumann describe ciertos fenómenos
sociales que tienen como objetivo eliminar los elementos “indeseables” o
incómodos, empujarlos al margen, y los reúne bajo la denominación deespiral
de silencio, dado que el silenciamiento es precisamente la herramienta
de cirugía social que se pone en práctica. Un recurso que es controlado por
los grupos dominantes.
Las víctimas de violencia sexual, mujeres, niñas y
niños no son grupos dominantes. Por el contrario, son colectivos que se
decide enviar al margen, donde nadie pueda escucharles. Hablemos ahora de
esos márgenes pues, por extraño que parezca, de ellos parte a menudo la
energía que mueve la Historia. Las revoluciones se accionan cuando los
márgenes se deciden a borrar la barrera que se había construido en el
imaginario social y a poner sobre la mesa de debate su realidad. A lo largo
del último tercio del siglo pasado algunas pensadoras feministas empezaron a
definir esa posición al margen de los colectivos minorizados, así
como a reconocer la naturaleza completamente diferenciada de sus procesos de
pensamiento y acción. Las feministas marxistas analizaron las similitudes
entre el punto de vista de la experiencia femenina y el punto de vista del
proletariado, frente a los poderes que ejercen respectivamente el control
hegemónico. Finalmente, por extensión, llegaron a la conclusión de que este
punto de vista diferenciado, y que ellas analizan como más válido por no
encontrarse ligado a estructuras de poder, sería aplicable a cualquier otro
colectivo sometido.
El silencio social alrededor de la violencia sexual
se está resquebrajando, se ha abierto una brecha por donde entra un fino haz
de luz y aire fresco. Es un proceso imparable que pone en peligro la
permanencia del poder de los violentos sobre sus víctimas. Los violentos han
empezado a ver que la varita mágica del silencio no era más que una
construcción y que se les deshace en las manos. El posicionamiento público
de actrices, deportistas, de víctimas de pedofilia en la iglesia, las
campañas en redes sociales, la reacción social ante sentencias
clamorosamente machistas, el trabajo constante de asociaciones de derechos
de infancia y de lucha contra la violencia de género, la creación de
corrientes feministas dentro del derecho, las actuaciones de organismos
internacionales que advierten del incumplimiento de los estándares de
derechos, etc. Todo esto ha contribuido a la creación de este escenario
nuevo en el que es posible para las víctimas reconstruirse con dignidad. En
calidad de testigos de una realidad oculta pueden situarse, tal y como
definió G. Agamben, como “sujeto ético”, y desde ahí promover cambios.
No cabría esperar, por supuesto, que quien ha
ostentado el poder permanezca impasible ante este nuevo estado de cosas. La
reacción, el movimiento contrarrevolucionario, el backlash al que
cantara Nina Simone (not me, just wait and see) está aquí, tocando
a la puerta. Se muestra violentamente, haciendo alarde de sus armas, lo cual
por otra parte no hace sino confirmar su caída, su ocaso, su miedo. En los
últimos meses se ha puesto en escena esta estrategia de basilisco. Partidos
políticos que reclaman la derogación de la Ley de Violencia de Género,
tribunales que defienden sin sonrojo resoluciones que depositan en las
víctimas la responsabilidad del hecho violento, la persecución de
profesionales por cumplir su deber de denunciar situaciones de violencia o
defender a niños y niñas en procedimientos judiciales, etc. La persecución
mediática que están sufriendo varias mujeres que denunciaron en su día
abusos incestuosos contra sus hijos e hijas, es la última y más alarmante
muestra. El lobby pro-Ssap (Supuesto síndrome de alienación parental) no va
a soltar la presa tan alegremente. Después de haber fabricado la receta
magistral del Ssap y haber logrado que se aplicase aun sin el respaldo de la
comunidad científica y de este modo eliminar de un plumazo la validez del
testimonio infantil y la capacidad de protección de las madres. Después de
haber emprendido la estrategia del ataque a los y las profesionales que de
alguna manera tomasen partido a favor de las víctimas de abuso incestuoso.
Ahora inicia la tercera fase: el ataque contra las asociaciones dedicadas a
la defensa de los derechos de las víctimas y a la promoción de una justicia
adaptada a la infancia que logre bajar la tasa de sobreseimientos y eleve la
capacidad de protección por parte del sistema judicial. Infancia Libre ha
sido la primera, pero no será la última. Salvo que haya una respuesta firme
por parte del movimiento de derechos de infancia y de víctimas de violencia
de género. El tejido asociativo juega un papel imprescindible en la
constitución de la vida democrática de un país. Es un derecho de la
ciudadanía, que habilita vías para su participación en los espacios
políticos y públicos. Permitir el ataque indiscriminado a una asociación
como Infancia Libre tachándola, sin fundamento, de organización criminal, es
admitir que se pongan mordazas a las víctimas. La sabiduría popular nos lo
recuerda, quien calla otorga. Nuestra será la responsabilidad de lo que
venga después.
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