https://elpais.com/deportes/2019/02/18/actualidad/1550515623_127700.html
Pederastia bajo paraguas
Un manto de espeso silencio ha
presidido lo que 'sotto voce' es un clamor en el deporte: las prácticas de
depredación sexual en la infancia
El
exentrandor Larry Nassar, durante el juicio. MATTHEW
DAE SMITH AP
Santiago Segurola 18 de febrero 2019
Tres semanas después de comenzar en Santa Cruz de
Tenerife el juicio por pederastia contra Miguel Millán, responsable durante
varios años de las pruebas combinadas de la Federación Española de
Atletismo, se ha conocido la denuncia por asalto sexual contra Manuel
Briñas, fraile marianista, director durante 20 años de la cantera del
Atlético de Madrid. Briñas ha admitido parcialmente los hechos relatados en
la denuncia de Miguel M.H., de 58 años, que le acusó de abusos durante tres
años, entre 1973 y 1975.
Un manto de espeso silencio ha presidido lo quesotto
voce es un clamor en el deporte: las prácticas de depredación sexual en
la infancia, amparadas por los códigos secretistas que rigen en los grupos
cerrados que disfrutan de poder, prestigio social y especial
representatividad. No es difícil atribuir al deporte estas connotaciones. A
todas las edades y en todo el espectro social se anima, con razón, a la
saludable práctica del deporte, que en el campo competitivo profesional
tarda muy poco en adquirir una derivada chauvinista, especialmente
en la hora del éxito.
En este ámbito, donde el adiestramiento a los jóvenes
es necesario, se producen aberraciones que no sólo afectan al terreno
sexual. La violencia y el miedo destacan de la abusiva conducta que en
muchas ocasiones se instala en el proceso de formación de los deportistas,
justificado con el lamentable argumento del sacrificio que supone ser
alguien en el mundo del deporte.
No es lo mismo sacrificio que terror, dirigir que
aplastar, enseñar que chantajear. Conviene situar el sacrificio donde merece
—la exigente gestión que se necesita para ser un buen atleta y quizá un
campeón— y no utilizarlo como eufemismo y paraguas de los despropósitos que
a veces se cometen en el deporte.
Hace poco, 265 gimnastas se personaron como
denunciantes en la causa contra Larry Nassar, médico de la selección
estadounidense. Nassar fue condenado a cadena perpetua. Su infame conducta
era comparable al poder que poseía y al grado de amparo que encontró en los
círculos federativos. Peor aún, su poder se reforzaba por el tremendo éxito
de las gimnastas olímpicas estadounidenses, convertidas en la máxima
representación del orgullo nacional.
A todas ellas se les aplicó la lógica del sacrificio
—no cesan los rumores sobre el régimen de terror que imperaba en el rancho
de Bela y Martha Karoly, ex entrenadores de Nadia Comaneci y gurús de la
gimnasia norteamericana desde los años 80— a cambio del éxito. ¿Qué éxito?
Todas las denunciantes, y entre ellas figuraba Simone Biles, ganadora de
cuatro medallas de oro en los Juegos de Río 2016, informaron de las atroces
secuelas psicológicas que sufren. No hay medalla que las remedie.
Comienzan a proliferar denuncias y condenas por casos
similares. Cerca de 150 entrenadores de natación, algunos de ellos de
prestigio mundial, figuran como sancionados, la mayoría a perpetuidad, en
las listas públicas de la federación estadounidense. La condena de 60 años a
Barry Bennell, relevante técnico formativo inglés, ha desvelado un horrible
submundo de depredación, con efectos desastrosos en personas que ahora
superan los 50 años.
Como en el caso de Miguel M.H. en su denuncia a
Manuel Briñas, han tardado más de 30 años en manifestar su infierno
particular. Se sentían doblemente abusados, por los agresores y por el
sistema que les protegía. Es un sistema indecente que requiere un cambio
radical, con un primer punto inflexible: el culpable es el abusador, no el
abusado. A esa responsabilidad vigilante y protectora se deben dedicar los
garantes —clubes, federaciones, Ministerio de Deportes…— de las buenas
prácticas formativas. Lo contrario, la pervivencia del modelo secretista que
convive en armonía con los abusadores, sólo se puede interpretar como un
inaceptable factor de tolerancia.
|