La cultura de ocultación agrede a las
víctimas de abusos tanto como los delitos
cometidos, prescritos o no
18/08/2018
El 14
de agosto, el Gran Jurado de Pennsylvania
acusó al Cardenal Donald Wuerl de proteger a
los sacerdotes abusadores de menores. Alex
Brandon AP
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El abuso a más de mil
menores por parte de 300 religiosos durante
siete décadas que un gran jurado de
Pensilvania ha investigado y hecho público
esta semana no solo es un hecho espeluznante
que se debe combatir, castigar y evitar en
el futuro, sino que también pone al
descubierto los agujeros de tolerancia y
encubrimiento por parte de la estructura de
la Iglesia católica y del mismo Vaticano.
Existe algo si cabe más incomprensible que
los hechos delictivos expuestos, la mayor
parte prescritos, y es la connivencia de la
jerarquía de la Iglesia, o pasividad en el
mejor de los casos, ante sucesos que de
sobra conocía. La justicia civil no puede
actuar con la rapidez que requiere si el
aparato eclesiástico se dedica a frenarla.
Roma fue informada en
repetidas ocasiones de la actuación de sus
sacerdotes pederastas y no solo no
contribuyó a combatirla, sino que autorizó
los traslados de sospechosos poniendo a
otros feligreses en riesgo, la
rehabilitación de algunos apartados por sus
indicios o el encubrimiento.
Los sacerdotes tienen por
la propia naturaleza de su dedicación un
factor de autoridad que convierte a sus
víctimas en seres más vulnerables y que
precisamente les hace responsables de una
mayor ejemplaridad. Fallar a una víctima es
fallar a la sociedad a la que supuestamente
sirven. Han fallado los individuos y ha
fallado una Iglesia que ha optado
generalmente por encubrirlos en lugar de
ponerlos a disposición de la justicia.
Benedicto XVI, que gobernaba la Iglesia
cuando estallaron los mayores escándalos de
pederastia, se comprometió a una
colaboración plena con la justicia y a la
persecución de los abusos. Pero lo cierto es
que ésta no se ha producido en la medida
necesaria. El informe de Pensilvania recoge
encubrimientos por parte del Vaticano desde
1963 hasta 2014, cuando Francisco ya había
sucedido a Ratzinger. El Vaticano es
responsable de una cultura de ocultación que
agrede a sus víctimas tanto como los delitos
cometidos, prescritos o no.