El País
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Denunciar abusos a menores, un calvario judicial
Los casos se han doblado en una década,
pero ni una quinta parte llega a juicio. El sistema reconoce que falla y
causa a las víctimas un segundo trauma. La nueva ley de infancia obliga a
que haya una sola declaración hasta los 14 años y crea juzgados
especializados
En vídeo, la entrevista a un matrimonio que ha denunciado
abusos sobre su hijo en Madrid.FOTO: KIKE PARA. VÍDEO: ÁLVARO DE LA RÚA.
Iñigo
Domínguez / Julio Núñez,
Madrid, 11 de abril 2021
La mayoría de las víctimas de abusos de menores no denuncian, solo un 15%
según las estadísticas, y quien da el paso espera que sea el inicio de una
liberación, de una solución. Pero no imaginan que a menudo solo es el inicio
de otra pesadilla que no lleva a ningún sitio. No se sienten creídas, sino
al contrario, se pone en duda su testimonio, y todo el mecanismo judicial es
hostil.
Según un estudio de Save the Children de 2017, deben repetir su
declaración una media de cuatro veces y los procesos se eternizan: duran
tres años de media, pero pueden llegar a cinco. Los datos apuntan que solo
una media del 17% de las denuncias, menos de una quinta parte, han llegado a
juicio en los últimos años, según refleja de forma orientativa el cruce de
cifras del Ministerio de Interior, cuerpos policiales y Fiscalía General del
Estado elaborado por EL PAÍS. Las denuncias se han duplicado en 10 años.
La mayoría de los casos suceden en el
entorno familiar y se trata de los delitos más difíciles de probar, pero
todos los profesionales consultados —abogados, fiscales, jueces, psicólogos—
admiten que el sistema falla y provoca un nuevo daño, una segunda
victimización. Hay un diagnóstico unánime: “Estamos como en violencia de
género hace 20 años”. Hace dos semanas se celebró en Madrid el I Congreso de
Infancia y Adolescencia, con más de 80 juristas y especialistas en la
materia, y advirtió como base de sus conclusiones de la necesidad de
reconocer a los menores como “víctimas directas de los procesos
judiciales”. La nueva ley de protección integral a la infancia, que se
aprobará el jueves en el pleno del Congreso, será un paso decisivo para
abordar estas deficiencias.
Los obstáculos se resumen en la
experiencia que relata un matrimonio de Majadahonda, Madrid, muy crítico con
la actuación judicial. En 2018, su hijo de cinco años comenzó a comportarse
de forma extraña, a usar términos sexuales sorprendentes, a tocar los
genitales de los maniquíes en las tiendas y hablar de “chupar colas”. Y los
dibujos: “Penes gigantes. Decía cosas que un niño no puede saber”, cuenta su
madre. Lo llevaron a una psicóloga, que tras varias sesiones, diagnosticó
que tenía un claro shock postraumático y había sufrido abusos
sexuales. La familia denunció y el caso lo asumió el Juzgado de Instrucción
número 3 de Majadahonda. Los indicios apuntaban a que ocurrían en el
colegio, un centro concertado religioso. Al principio parecía que se trataba
de algo que sucedía con otros dos niños, pero dos meses más tarde el menor
identificó a dos adultos, un profesor y un monitor de un centro deportivo
cercano. Decía que les llevaban a un lugar seguro, uno vigilaba, les daban
antes “caramelos de gas”, y después de hacer “cosas feas”, chucherías de
premio. “Pero el juzgado no hizo absolutamente nada, no nos llamó a declarar
a nosotros, ni a las dos personas que identificó mi hijo, ni a la dirección
del colegio, ni exploró a los otros dos menores, cuyos padres no quisieron
denunciar”, acusa el matrimonio. Los otros dos niños dejaron el colegio.
En estas investigaciones muchas veces
es la palabra de una persona contra otra, y en concreto de un niño contra un
adulto, no hay más pruebas, y se convierte en crucial el informe de
credibilidad del psicólogo forense, única base para el juez para seguir
adelante. “En nuestro caso le vio apenas 15 o 20 minutos, un año después de
la denuncia, y era un varón, que cualquier experto recomienda que no sea del
sexo del agresor. Fue a solas, en un despacho del juzgado. Dijo que no había
nada, es más, que le habíamos creado una falsa memoria ¿Cómo nos vamos a
inventar eso, que le salía un pis blanco de la cola, cómo sabe un niño
eso?”.
Dibujos del niño cuyos padres han denunciado abusos sexuales
en un juzgado de Majadahonda, Madrid.
La psicóloga del niño había tardado
dos meses en que le contara algo. Le acompañó al forense y se ofreció a
estar presente y ayudarle, pero no le dejaron. “Al salir el niño me cogió de
la mano y me dijo: no he sido valiente, no he contado nada”. Tuvo que
animarle: “Es una retraumatización constante, el proceso judicial va por un
lado y el mundo va por otro”. Psicólogos especializados y expertos
consultados por este periódico aseguran que es imposible averiguar nada de
un niño de esa edad en tan poco tiempo, crear un vínculo empático, y solo
con lenguaje verbal, sin juegos, dibujos, ni las técnicas adecuadas. La juez
archivó el caso. La Audiencia Provincial lo confirmó. Contactados por este
periódico, la juez, la fiscal y el psicólogo forense del proceso han
preferido no manifestarse. El colegio asegura que colaboró con el juzgado,
pero que no llegó a haber denuncia contra nadie. El profesor identificado
negaba la acusación y la dirección adujo que lleva 30 años en el centro y“no
ha habido jamás nada”. La familia también relata que la directora fue
trasladada tras salir a la luz el caso, pero el colegio sostiene que ya
había sido anunciado antes. El centro deportivo donde trabajaba el otro
adulto identificado asegura que la Guardia Civil solo les pidió un listado
de empleados y no volvieron a saber nada del asunto. “Ni sabíamos que el
niño había identificado a una persona”, admiten.
No es un caso único.
En una investigación judicial por abusos desvelada el mes pasado por EL PAÍS
en un colegio religioso de Medina del Campo, Valladolid, los denunciantes
han protestado por la pasividad del fiscal. En otro caso revelado por este
diario, el del sacerdote José Luis Galán Muñoz, procesado
por abusar de una menor en Talavera de la Reina, Toledo, la justicia
tardó más de dos años en llamar a declarar a la joven, que ha intentado
quitarse la vida hasta en 12 ocasiones. El informe forense avala los abusos.
Han pasado ya tres fiscales por la investigación y aún no ha comenzado el
juicio. En
otro caso desvelado esta semana en León, han pasado casi cinco años
desde la denuncia y la víctima ha pasado por seis exámenes psicológicos.
Todos acreditan los abusos y su credibilidad, pero la juez de instrucción lo
ha archivado. La Fiscalía ha pedido reabrirlo.
Otra cosa que sorprende a quien se
acerca al sistema judicial es que los informes de psicólogos privados que
desvelan a los padres el horror a menudo apenas se consideran en el juzgado,
como si el hecho de que sean de una parte significara que pagando se hacen a
la carta. Los tratan como a peritos de procesos civiles. “Es insultante,
porque los psicólogos tenemos una deontología. Un abogado puede mentir,
nosotros no, nuestro código no lo permite”, lamenta Sonia Vaccaro, psicóloga
clínica y perito forense con 39 años de experiencia. Los psicólogos
privados, que van a congresos, publican, suelen estar más formados que los
de la Administración pública, faltos de recursos y desbordados de trabajo.
Vaccaro ve además un sesgo misógino hacia las madres que denuncian, como si
exageraran, y otro clasista: “se piensa que en clases medias y altas, en
colegios privados, no existen abusos”.
Lo trágico es que, pese al archivo,
queda la evidencia de que el niño tiene un trauma y ha sufrido abusos. Dos
profesoras del nuevo colegio del menor del caso de Majadahonda coinciden:
“Está claro que a este niño le ha pasado algo, es evidente”. Se dieron
cuenta sin que los padres les dijeran nada, y luego hablando con ellos les
contaron lo ocurrido. Su actual tutora relata: “Decía que se tuvo que venir
al cole porque en el otro había malos, y que había hecho una cosa muy mala,
y él era muy malo. Se culpabilizaba mucho, cuando dibujaba luego emborronaba
todo. Era un niño muy bloqueado emocionalmente, está claro que le ha pasado
algo grave. Unos padres no se inventan eso”. El problema es que la justicia
no logra o no sabe obtener las pruebas. La mayoría de los abusos no dejan
huella.
Marta Valcarce, fiscal delegada de
víctimas y de menores de la Fiscalía de Sevilla, explica la dificultad de su
trabajo: “Tenemos que compaginar la presunción de inocencia y evitar la
revictimización. Es como estar con varias bolas en el aire y es difícil que
alguna no se te caiga. A veces yo le he dicho a un denunciante: mira, yo te
creo, pero no puedo tirar adelante solo con tu declaración, y no te voy a
arrastrar a un juicio que va a ser muy duro y puede que acabe en
absolución”. Rafael De Andrés, el abogado de la familia de Majadahonda, es
contundente: “He llevado varios casos y son imposibles, solo si hay pruebas
muy claras. Estos procedimientos están dirigidos al archivo, no son para
investigar, hacen diligencias mínimas porque hay una falta de medios bestial
de los cuerpos policiales y los juzgados”. Cree que pesa mucho el miedo a
lesionar derechos de los acusados, que tampoco están suficientemente
protegidos y pueden ver dañada irremisiblemente su reputación. Natalia
Velilla, juez de primera instancia en el juzgado número 7 de familia y
protección del menor de Móstoles (Madrid), recuerda un ejemplo de esto:
“Tuve un caso de un profesor acusado injustamente. Le echaron del colegio,
ganó luego el juicio, pero quedó estigmatizado”,
Velilla acaba de publicar el libro
Cómo funciona la justicia (Arpa), con páginas demoledoras sobre qué está
fallando: “Un niño que sufra abusos en un pueblo de León será peor tratado
que otro en Valencia. Así de crudo”. Denuncia que solo los juzgados de
grandes ciudades cuentan con personal especializado y los equipos
psicosociales “suelen estar adscritos a muchos juzgados y tienen nociones,
pero no están especializados”. Explica que un magistrado intenta hacer bien
su trabajo, “pero no somos psicólogos, no tenemos instrumentos, y tenemos
muchos asuntos a la vez”. Otra magistrada coincide: “Los informes
psicológicos son esenciales, porque tú no sabes, el testimonio es casi
siempre la única prueba y nos falta la técnica, carecemos de esa formación
psicológica de cómo se comporta una víctima”.
Al final quien sufre las consecuencias
es quien denuncia, y nace un segundo trauma. “Ves que quien tiene que
perseguir el delito te cuestiona a ti. El proceso tiene las características
de un suceso traumático: ilógico, incontrolable, inesperado”, resume la
psicóloga que ha tratado a los padres del menor. Sonsoles Bartolomé,
responsable del departamento jurídico de Fundación ANAR, cree que “es
todo una carrera de obstáculos”. “Escuchas a las víctimas y dices: qué
valientes son. Tras declarar, te dicen: parecía que el acusado era yo”,
resume. En el caso de Majadahonda, los padres también están en terapia y
llevan gastados 20.000 euros en tratamiento y abogados. Han decidido
abandonar para cuidar su salud y no martirizar más a su hijo, que ha
afrontado cuatro informes psicológicos y cada uno de ellos suponía
retroceder en su curación.
“El principal problema es que no hay
formación especializada en violencia infantil. Falta sensibilidad, se cree
que el menor miente, que el menor fabula”, apunta Noemí Pereda, profesora de
Victimología de la Universidad de Barcelona y autora de un estudio de 2018
con Save The Children. “Analizamos las sentencias y veías claramente qué
juzgado había hecho bien su trabajo, las condenas dependen mucho de eso. Al
final depende del juzgado que te toque, y no puede ser, no puede depender de
eso”.
Recomienda ver el cortometraje Espiral de la Fundación Márgenes y
Vínculos, que refleja bien el problema.
“Los equipos psicosociales están
desbordados”
La formación es una de las claves que
repiten todos los expertos. “La realidad es que los equipos psicosociales
están tan desbordados que en el proceso solo valoran la credibilidad del
testimonio. Y en esas sesiones los mecanismos disociativos, como contarlo
sin inmutarse, que permiten sobrevivir a la víctima, juegan en su contra,
porque entonces no le creen. Eso debe entenderlo el mundo jurídico, necesita
una formación básica de trauma. Del mismo modo, el mundo social tampoco
comprende las dificultades del jurídico, que solo mira a la carga de la
prueba”, opina Pepa Horno, psicóloga y consultora de infancia. Acaba de
editar como coordinadora el libro Poniendo alma al dolor. Intervención
Terapéutica con niños, niñas y Adolescentes Víctimas de Abuso Sexual
Infantil (Desclée de Brouwer).
Para Cristina Sanjuán, experta en
prevención de la violencia hacia la infancia de Save The Children, los
problemas de formación y conciencia social ya están en el inicio del
proceso, donde debe haber una detección temprana y una actuación rápida: “A
veces quien se entera no sabe qué hacer con la información, y notificarlo
cuanto antes es una obligación. Quien detecta el abuso no es el encargado de
creer o no a la víctima, y no le corresponde investigarlo, no tiene
conocimientos para interrogar de la manera adecuada”.
Pero hay más, la arquitectura misma de
los edificios judiciales debe ser cambiada. Pepa Horno cuenta que ha estado
en juzgados donde las secretarias se llevan juguetes de casa y están
pendientes en el pasillo de que el menor no se cruce con el acusado. “Esto
no puede ser”. Una nueva fórmula introducida en Islandia para atajar muchos
de estos problemas es la Barnahus (”casa de los niños” en islandés). Ya hay
una en marcha en Tarragona desde 2020, promovida por Save The Children
con la Generalitat. Hay otras 50 en Europa. Es un centro pensado para niños,
acogedor y decorado de forma amigable, donde acuden todos los implicados en
el proceso, como una ventanilla única. Así el niño no pasa por el juzgado.
Se prevén más en Madrid, Andalucía, Cantabria, Comunidad Valenciana y País
Vasco.
Una declaración grabada
Un elemento decisivo es la llamada
prueba preconstituida, una sola declaración de la víctima grabada en vídeo
en un primer momento con todas las garantías judiciales y con ayuda de
psicólogos que dirigen el interrogatorio. El objetivo es que se conserve
hasta el juicio y la víctima nunca más tenga que volver a repetir su
historia. El resultado es aún mejor si además se hace en las llamadas
cámaras Gesell, una sala donde el niño solo está con el profesional
especializado, dotado de un auricular, y que es observado desde otra
habitación por todas las partes y el equipo judicial, que puede comunicarse
con él. La primera se instaló en Valencia en 2014. Llegó a Madrid en 2018.
No obstante,
un estudio de 2020 de la Asociación de Mujeres Juristas Themis y el
Ministerio de Igualdad sobre 455 sentencias de agresiones sexuales a menores
entre 2010 y 2019 concluía que solo se había aplicado la prueba
preconstituida en un 14% de los casos. “El 76% fueron condenas y
precisamente todas las absoluciones se basaban en contradicciones en el
testimonio de la víctima. Además, un 20% de los juicios tardaron cinco años
en celebrarse, y debería ir más rápido, son casos muy graves y no necesitan
tanta prueba”, subraya Ángela Alemany, letrada y una de las autoras del
informe. También critica que no solo se subestiman los informes psicológicos
privados: “La Administración también hace informes y no se valoran, lo hemos
reivindicado muchas veces”. Otra queja habitual de las víctimas es que su
agresor siga en contacto con niños: solo se aplicó la prisión cautelar en un
14% de los casos. Alemany llevó un caso en Madrid donde no se adoptó esta
medida aunque había incluso prueba de ADN contra el acusado: aprovechó para
huir de España. “Pocas veces se les detiene, pero es que sin prueba y con un
proceso tan largo hay mucha resistencia”, confirma Bartolomé, de ANAR.
“Hacen falta más medios, y no es una
inversión económica enorme. Una cámara Gesell no cuesta tanto. Es un tema de
prioridades, a los débiles no los defiende nadie. Solo si pasa algo muy
grave o los periodistas ponen el foco. En España hay un total abandono de
los menores. Es necesario abrir ese debate”, denuncia la juez Natalia
Velilla.
El avance de la ‘ley Rhodes’
La nueva ley de protección de la
infancia o ley Rhodes (por el pianista inglés afincado en España
James Rhodes, que sufrió abusos e impulsó la norma), ya en los últimos
trámites parlamentarios, será un avance muy esperado. Hace obligatoria la
prueba preconstituida hasta los 14 años. Ahora depende del juez y el
Tribunal Supremo, que la han rechazado en muchas sentencias, por respetar el
principio básico de que el juez que celebra la vista debe ver y oír él mismo
a la víctima. Pesa que la ley de enjuiciamiento criminal es de 1882, a pesar
de sus numerosas reformas. “Es absurdo, en otros países no pasa. Hacemos una
prueba preconstituida para que el menor se olvide y recuperarlo con terapia,
pero resulta que a los cuatro o cinco años lo llaman al juicio. Además de
perjudicarle, va contra su credibilidad, porque se le pueden olvidar
detalles, caer en contradicciones. Hace falta un cambio de mentalidad en los
jueces”, critica la fiscal Valcarce.
La reforma también abre la vía a la
creación de juzgados especializados en infancia, aunque está por ver si se
hace realidad y cuenta con financiación suficiente. Por ejemplo, la memoria
económica solo prevé una sala Gesell por provincia, a todas luces
insuficiente. “El Estatuto de la Víctima de 2015, que crea oficinas de
acompañamiento, es maravilloso, pero no se ha dotado a nadie”, acusa la juez
Velilla. El Congreso de Infancia celebrado la semana pasada calculó que
partiendo de los juzgados de familia habría que especializar 80 juzgados más
hasta sumar 243 de infancia.
El primer juzgado de infancia
Lo cierto es que uno ya es una
realidad. El primer juzgado de infancia de España, un proyecto piloto,
arrancará en septiembre en Las Palmas. También es pionero en el mundo, como
lo fueron los juzgados de violencia de género en 2004. “Nuestro objetivo es
cero niños en los juzgados”, explica su titular, el juez Tomás Luis Martín.
Están construyendo una Casa de la Infancia en el Instituto de Medicina
Legal, lista para 2023, un equivalente a la Barnahus pero dentro de la
Administración pública. “La investigación está estructurada de modo
anticuado, hay que estructurar el proceso en torno a la consideración de la
víctima. El juzgado es una estructura que, por sobrecarga de trabajo y falta
de especialización, se ha quedado deshumanizada, entre comillas. El proceso
penal no está pensado para evitar la victimización, que puede ser más
gravosa y humillante que el daño principal”. Una de las cosas que ya están
haciendo es un gesto simple, pero significativo: una cédula de citación
interactiva, un dibujo animado que llega al móvil con un muñeco que le
explica al niño dónde va a ir y lo que va a hacer.
Un portavoz de la Fiscalía General del
Estado admite que la Administración de justicia sufre carencias de carácter
estructural, “pero se ha evolucionado mucho, hay mayor sensibilidad y una
evolución juriprusdencial en torno a la valoración del testimonio de la
víctima”. Se refiere a que la sola declaración de la víctima puede tener
requisitos suficientes para romper la presunción de inocencia, como la
persistencia en la incriminación, la verosimilitud del testimonio y que no
haya razones para mentir fruto de la relación previa con el querellado.
Con todo, un joven que ha denunciado
abusos de un cura y lleva años esperando el proceso hace un diagnóstico
demoledor: “He sentido que se me ha juzgado más a mí que al sacerdote que
abusó de mí. He ido más veces al juzgado que él. Se ha cuestionado mi
versión infinidad de veces, a pesar de tener al equipo forense a mi favor.
El sistema legal no está preparado y los jueces carecen de formación en este
tipo de delitos. Sobre todo si se trata de la Iglesia católica. El peso del
silencio que durante años ha imperado aún se percibe cuando te cierran tu
caso sin motivo aparente, alegando que no hay pruebas. A pesar de que las
haya. Te sientes insultado y condenado de nuevo al silencio. Si tuviera que
darle un consejo a otras víctimas es que no denuncien. Que se ahorren el
calvario judicial”.
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