Y SE LLEVARON A PIEDAD
Reconozco
abiertamente que hace tiempo que dejé de creer en leyes justas y lo confirmo
cada día más. Este mes, me azotó el diario nuevamente con un escrito muy explícito
que contaba de la niña Piedad, para la que no hubo piedad desde su nacimiento.
¡Pobre niña! Ninfa de este mundo de alquitrán y desvalijamiento, donde a
cualquier peón que intente huir del tablero se le acribilla a balazos. ¡Pobre
Piedad! ¡Pobre Soledad! Luchando por la felicidad. Esa gran dama que se esconde
detrás de las esquinas y que, por desgracia, está sometida a órdenes
judiciales. Las mismas que esperan, con una espera eterna y pausada, algunas
otras madres a quien han matado a sus hijos o algunos otros hijos que han
encontrado a sus padres muertos; pero claro, las leyes en esos casos de vida o
muerte se hacen esperar tanto como las tristezas perdurables de todas las
familias que destroza una muerte injusta.
Sin
embargo, anduvieron presurosas con Soledad. Su delito fue querer salvar a una niña.
Darle amor como si hubiera gritado un mirlo blanco, buscarle un nido donde
colocar sus juguetes y alimentar los tristes ojos de Piedad de esperanza. Y
finalmente, cuando ya era todo casi perfecto, le colocaron el cartelito de
ladrona de lágrimas y se llevaron a Piedad, y se quedó Soledad en una
esquinita chiquita de la Villa, bajo sus gafas negras que le han escondido
tantas lágrimas, con el alma moribunda esperándola sabiendo que nunca va a
dejar de luchar por su hija. Que, como nos enseñó su padre a ambas, en esta
vida lo que se ama con tanta nobleza y fuerza puede tenerse para siempre en el
lado claro del corazón. En fin, querida Soledad, no decaigas. No estás sola.
Adelante.
Constanza Llanos
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