El presunto asesino
de Mari Luz eludió la cárcel pese a su carrera de abusos sexuales a menores
REPORTAJE:
El crimen de la niña Mari Luz
La
vida a oscuras de Santiago del Valle
DIARIO EL PAIS
R. RINCÓN | M. J. ALBERT
- Sevilla / Huelva - 30/03/2008
Una
de las primeras cosas que hizo Santiago del Valle cuando se mudó a finales de
2007 al piso de Huelva que había sido de sus padres fue empapelar las ventanas
con plásticos azules y amarillos. El edificio está ubicado en la avenida
principal del barrio de El Torrejón y no tiene ninguna otra construcción
delante que le robe la luz. Al presunto asesino de Mari Luz le molestaba aquella
claridad y, sobre todo, que su casa estuviera tan expuesta a la vista de los
vecinos.
La obsesión de Santiago por sellar las ventanas de su
casa no es nueva. Al médico y la trabajadora social que acudieron al piso de
Sevilla en el que abusó de su hija les llamó la atención lo mismo: "El
piso se encontraba completamente a oscuras, con las persianas echadas y las
ventanas cerradas. A pesar de ser las cinco de la tarde, se alumbran con luz eléctrica".
El juez Rafael Tirado recordó esta descripción en su sentencia condenatoria
contra Santiago y su mujer por los abusos a su hija. El matrimonio no quería
que se supiera lo que pasaba dentro.
Pero a esta manía de Santiago su hermana Catalina añade
otra explicación. Recuerda que la última vez que vio a su hermano, con el que
se llevaba ocho años, fue el pasado 22 de diciembre. Él estaba asomado a uno
de esos cristales tapados con plásticos y sobre los que a veces también
colocaba una colcha. "Yo creo que la ponía para que no lo vieran mirar a
las niñas", contó ayer Catalina del Valle a este periódico.
Las menores eran otra de las obsesiones de Santiago.
Desde el año 2001, ha estado implicado en cinco causas por abusar sexualmente
de niñas. Nunca pisó la cárcel por estos delitos.
Su hermana Catalina sufrió sus abusos durante años.
"Santiago me toqueteaba, se masturbaba y ponía mi mano en su pene. Era por
las noches cuando mis padres y mis hermanos estaban dormidos. Esperaba a que
todos estuvieran dormidos y se ponía a mi lado y me empezaba a toquetear hasta
que me despertaba. Cuando me despertaba le decía que me dejara en paz y él me
decía que me callara porque iba a despertar a todo el mundo. Tenía cinco años
y jamás se lo dije a mi padre. A mi madre, años después, sí".
Los abusos, a los que a veces se sumaba Juan, otro de
los hermanos Del Valle, ya fallecido, se prolongaron hasta que Catalina tuvo 11
o 12 años. "A él siempre le han gustado las niñas", asegura.
"Les echa unas miradas clavadas". El historial delictivo de Del Valle
evidencia que sentía especial atracción por las crías de corta edad. Cinco años
tenía su hermana cuando empezó a abusar de ella. Los mismos que Mari Luz. Y
los mismos que su hija en 1998, cuando la obligó por primera vez a masturbarle.
Como en el caso de Catalina, los abusos a la hija solían
también ser de noche. Casi siempre en el dormitorio del matrimonio, al que
Santiago obligaba a entrar a la niña. "Yo no quería ir, pero mi padre me
decía que si no me iba a pegar", confesó la pequeña a una de las psicólogas
que la examinó.
La terapeuta encontró en la niña claros rasgos
depresivos y numerosos indicadores de desajustes emocionales: baja autoestima,
sentimiento de culpa, tendencias autoinculpatorias, ansiedad, inseguridad,
necesidades afectivas insatisfechas y ausencia de vínculos significativos. Los
vecinos nunca habían detectado nada raro, más allá de que aquella cría nunca
jugaba en la plaza con los demás niños porque sus padres no le dejaban.
La infancia de Santiago transcurrió en Huelva, donde
nació en 1965. Eran nueve hermanos: tres chicas y seis chicos. Él era el
cuarto, Catalina la séptima y Rosa, la benjamina. Rosa está ahora detenida por
colaborar con Santiago en la desaparición del cadáver de Mari Luz.
Juan, el padre, se dedicaba a la venta ambulante. La
madre, María, limpiaba en una oficina. A María se le vino el mundo encima
cuando, muchos años después, vio por televisión que a Santiago le acusaban de
abusar de su propia hija. "Aquello le afectó mucho a mi madre",
recordaba ayer Catalina. "Dio un bajón muy grande y terminó ingresada en
el hospital hecha un vegetal. Me imagino que, además de afectarle lo de la
hija, se daría cuenta de que lo que yo le había contado era verdad".
Los únicos ingresos que percibía regularmente
Santiago eran los de la pensión por invalidez que le concedieron cuando era muy
joven. La Consejería de Asuntos Sociales andaluza le tiene reconocida una
minusvalía del 75% y un diagnóstico de esquizofrenia. Pero su historial clínico
no le sirvió de eximente en el juicio por abusar de su hija porque el juez
consideró que actuó "conscientemente" y "sabía lo que hacía".
Santiago se marchó de Huelva poco después de conocer
a su esposa, Isabel García. Se trasladaron a Cazalla de la Sierra, en Sevilla,
de donde se marcharon poco después. Entre los antecedentes penales de Santiago
hay un arresto por daños en esta localidad y Catalina del Valle asegura que al
matrimonio "le echaron del pueblo".
A Catalina nunca le gustó su cuñada Isabel. "Es
muy mala persona, no se podía tener una conversación con ella. Todo eran
insultos y decir que nuestra familia era un desastre. Decía que estábamos
muertos y pisoteados", cuenta Catalina. Entre los vecinos de El Torrejón,
Isabel también tiene fama de "extraña" y recuerdan que a menudo
lanzaba objetos desde la ventana a los jóvenes que se congregaban junto a su
edificio. La esposa de Santiago asistió a muchas de aquellas escenas de abusos
a los que su marido sometió a la hija. El juez concluyó que "nunca hizo
nada" para impedirlo. Su cociente intelectual es de 47, lo que, según los
expertos, equivale a un retraso mental de "moderado o leve". Los
terapeutas que la trataron creen que sus limitaciones intelectuales la hacen
"más vulnerable" a la influencia y manipulación por parte de su
marido. A pesar de ello, el magistrado consideró que Isabel tenía "pleno
conocimiento" de lo que Santiago le hacía a su hija y la condenó como
autora por omisión de los abusos, aunque admitió su minusvalía como
atenuante.
El mutismo de Isabel ante las truculentas perversiones
de Santiago sorprende a muchos de los que han tratado al matrimonio. Su única
deslealtad, no se sabe si voluntaria o no, la cometió en el interrogatorio
policial al que fue sometida tras ser detenida en Cuenca el pasado miércoles.
La mujer contó que, el día que desapareció Mari Luz, su marido llegó a casa
con la ropa manchada de barro. Este dato fue clave para que la policía
acorralara a Santiago y él acabara confesando su implicación en la muerte de
la niña.
Santiago e Isabel han vivido a caballo entre Huelva y
Sevilla. Tras el conflicto en Cazalla de la Sierra, volvieron a la capital
onubense y se alojaron en la casa de la madre de él en El Torrejón. Allí se
quedaron hasta que la hija mayor del matrimonio murió atropellada por un camión.
Con los 120.000 euros que cobraron de indemnización, se compraron un piso en
las Tres Mil Viviendas de Sevilla, el barrio más desfavorecido de la capital.
Lo vendieron poco después de que la Audiencia hiciera firme la sentencia por
abusos sexuales a la hija del matrimonio.
Para escapar de Sevilla eligieron Gijón, donde vivía
la adolescente de 13 años a la que Santiago había conocido a través de un
anuncio en una revista y que había convertido en su nueva obsesión. Para
acercarse a ella, se apuntó a clases de adultos en el instituto en el que
estudiaba la joven, una práctica a la que también era asiduo el pederasta. Lo
mismo hizo unos meses más tarde, cuando llegó a Sevilla después de que un
juez asturiano le dictara una orden de alejamiento de la menor a la que acosaba.
En la capital andaluza, Santiago se matriculó en un
instituto ubicado cerca de donde el matrimonio había instalado su chabola. El
ahora detenido frecuentó el centro educativo sevillano hasta noviembre. Poco
antes, Santiago había enviado una carta a la que fue la casa de sus padres en
El Torrejón, donde ahora vivía su hermana Rosa. Había perdido el contacto con
su familia hacía más de 15 años, al salir de Huelva después del atropello de
su hija, pero, tras meses viviendo en la calle, buscó la ayuda de sus hermanos.
"Nos dijo que le habían pegado en la chabola,
que le habían intentado meter fuego, que por ahí pasaban muchos drogadictos,
que pasaban mucho frío", recuerda Catalina. Los hermanos se reunieron y
decidieron permitir al matrimonio alojarse en la que había sido la vivienda
familiar. Unas semanas después, Santiago ya había colmado dos de sus
obsesiones: había tapado las ventanas y estaba matriculado en los cursos de
adultos del colegio de Mari Luz. Una niña de cinco años.
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