GUERRA EN GAZA | LOS TESTIMONIOS
Diario elmundo.es 07/01/2009
Comandos israelíes
juntan a los varones, los atan y desnudan
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Arrestaron en el campo de Yabalia a
todos los palestinos de entre 12 y 45 años+
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Israel ataca a los equipos de
emergencia y a los hospitales aunque estén identificados
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Los palestinos viven con la dura
certeza de que pueden morir en cualquier momento
HOSPITAL
AL AWDA (YABALIA).- Nahed al Er, de 21 años, se encuentra herido
grave en la cuarta planta del hospital Al Awda, en el campo de refugiados
palestino de Yabalia (al norte de Gaza). Quiere contar su historia, pero
cuando se dispone a hablar, uno de sus amigos -la habitación del hospital está
repleta de acompañantes- recibe una llamada telefónica. Le explican que fuerzas
especiales israelíes entraron en la madrugada del lunes por la calle Shaimá,
en el barrio de Atattra, al noroeste de Yabalia y casi lindando con Beit Lahiya.
Mediante los altavoces, pidieron a las mujeres y los niños que evacuaran la
zona y separaron a todos los hombres de edades comprendidas entre 12 y 45 años,
para introducirles en el recinto de la escuela Maauwiya.
Posteriormente, les maniataron, les
vendaron los ojos y les despojaron de sus ropas. Durante la noche, la
temperatura en este campo de refugiados ronda los cero grados. Según
los vecinos, que pueden verlo todo desde sus ventanas, se oyen gritos y
golpes en el interior de la escuela. Se hace el silencio en la habitación
del hospital.
Tras la interrupción telefónica, Nahed
comienza a contar su trágica historia al enfermero jefe del hospital, Nayib Abu
Guda. El joven vive muy cerca de la frontera, junto al Cementerio de los
Mártires, a pocos metros del paso fronterizo de Eretz.
"Escuché una bomba relativamente lejos de la casa y tras la noche que habíamos
pasado decidimos evacuar. Mi padre, mi madre, mis dos hermanas,
mi mujer y yo habíamos preparado el carro y la mula", explica.
"Le insistí a mi mujer en que
recogiese más ropa y ella entró de nuevo en la casa. Fue entonces cuando
escuche la explosión. Al recuperar el sentido, me di cuenta de que yo
era el único que podía caminar. Azuzé la mula y recorrí más de dos
kilómetros hasta que llegué al hospital. De mi familia todavía no sé nada.
Cuando me fui ninguno se movía", lamenta el joven,
gravemente herido. Veinticuatro horas después de lo ocurrido, las ambulancias aún
no han conseguido llegar hasta la casa de Nahed. Los médicos no quieren decirle
que toda su familia está muerta.
'Tuvimos suerte, nadie murió'
Shadi Abu Rabia, de 22 años,
proviene del campo de refugiados de Beit Lahiya y desde anoche
comparte habitación con Nahed. Él también tiene una historia que contar.
"Estaba en mi casa, alrededor de las 9 de la mañana. Oí una explosión
muy fuerte y me acerqué a la ventana. Un misil había impactado de
lleno sobre la casa de mi hermana. Vi cómo la evacuaban, herida, junto
a mis dos sobrinos. Mis padres, mis hermanos, mis tíos y mis sobrinos formamos
un grupo y echamos a caminar. Seríamos unas 25 personas. No llevábamos nada
con nosotros", relata.
"Cuando habíamos recorrido unos
pocos metros un misil impactó sobre otra casa frente a nosotros. Hemos
tenido mucha suerte, nadie murió. Mi hermana y mis sobrinos están
ingresados en el Hospital Al Shifa y yo tan sólo he perdido el pie
izquierdo", prosigue.
En el hospital palestino Al Awda saltan a
la vista la multitud de pegatinas que indican que este centro
está financiado por la cooperación española a través de los
Comités de Trabajo para la Salud. En los refrigeradores, frente a los
ascensores y en la barra de la cafetería, por llamarla de algún modo. Aparecen
los logotipos de la ONG Solidaridad Internacional en los equipos de cirugía y
los medicamentos. Las enseñas de la fundación vasca Mundubat, en los
generadores eléctricos. La Junta de Andalucía, en la rehabilitación global
del edificio...
Nizar, un conductor de ambulancia de 35 años,
acaba de regresar de un servicio de evacuación de 13 niños y
dos mujeres de los que se despide en el patio del hospital. Cargan con sus
mantas, pero no tienen adónde dirigirse.
Nizar enciende un pitillo, se sirve un té
y cuenta que siempre que puede se detiene en su casa para pasar unos minutos con
su mujer y sus dos hijas, de nueve años y 13 meses. Ya ha hablado con su mujer
y todo está preparado para lo peor. Tal es la certeza de que puede morir
en cualquier momento.
Nizar sube a visitar a Alaa Serham, un
paramédico que ha perdido los testículos y tiene el cuerpo lleno de metralla.
Alaa es el único superviviente de su equipo. Habían salido a realizar un
servicio: recoger a cinco niños heridos, uno de ellos con una pierna amputada.
Según su relato, cuando los niños ya estaban dentro de la ambulancia y él
cerraba la puerta, un mortero lanzado desde un tanque israelí impactó
directamente contra el vehículo sanitario.
Araa Abdaldain, de 35 años, intimo amigo
de Nizar y Alaa murió en el acto, al igual que los niños heridos del interior
de la ambulancia. Nizar muestra sus fotos junto a Araa, realizadas con su teléfono
móvil hace menos de 24 horas. Le informan por su celular de que el velatorio de
Araa, instalado frente a su casa, también ha sido atacado. Tres muertos.
Nizar sonríe y mira al cielo. "Estamos
en manos de Alá. No respetan ni a los muertos y persiguen a sus
familias». Extiende su alfombra y comienza a rezar.
Médicos y hospitales atacados
En otro ataque, el domingo, en el barrio
de Tel al Hawa, Anas Naim y dos de sus compañeros elevaron a cinco
el número de paramédicos asesinados en una sola jornada. Han
sido dos las ambulancias inutilizadas. Ni siquiera una vez realizada la
coordinación, a través de Cruz Roja Internacional, el Ejército israelí deja
de disparar contra los equipos de emergencia.
El doctor Marwan Abu Sada, director del
hospital Al Awda, trata de hacer un pequeño recuento de las necesidades
inmediatas que tiene el centro: una ambulancia para evacuar a los
heridos, respiradores para cuidados intensivos, anestesia, ya que sólo queda
para una semana de trabajo en los quirófanos... No le da tiempo a terminar su
lista. Un misil israelí impacta en el patio del hospital. El espejo del
ascensor se resquebraja por el impacto. Todo el personal se lanza al
suelo para esquivar los cristales de los ventanales.
Tras comproblar que no hay ningún herido
de gravedad tratan de observar, parapetados en las ventanas, el
lugar exacto del ataque. No han pasado ni tres minutos cuando un segundo misil
impacta en el mismo punto: un coche en el aparcamiento del hospital. La explosión
se produce en medio del recinto hospitalario entre los generadores y la puerta
del almacén de medicamentos, a 10 metros de la entrada de urgencias. Se trata
de un recinto cerrado e identificado como centro sanitario,
separado por un muro de los edificios adyacentes.
El doctor Abu Sada ya sólo tiene palabras
para insistir en una misma idea a lo largo de lo que queda de día: "Atacar
ambulancias, impedirles recoger heridos y lanzar misiles directamente a los
hospitales constituye una violación de los Convenios de Ginebra. Somos
testigos de un crimen de guerra".
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