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MEMORIA
“Los bombardeos sobre Santander fueron continuos”
El 1 de agosto de 1937, Pedro, de nueve años, y su hermano Cholo, de 11,
huyeron de los ataques de la aviación franquista sobre la capital cántabra
rumbo a Francia y, tras su paso por Dinamarca, acabaron recalando en la
Escuela Freinet, “para nosotros, lo más grande que hay en el mundo”.
El Movimiento Cooperativo de Escuela Popular (MCEP) presenta el libro ‘Pedro
Morán. Un niño de la guerra en la Escuela Freinet’, sobre la historia de
aquel pequeño refugiado que hoy tiene 89 años.
25 de Mayo de 2017 (17:54 h.) Javier Lezaola
Isidro Cicero ha destacado
que los que se echaron al monte son ante todo víctimas del franquismo, como
lo son los fusilados, los que trabajaron como esclavos en los campos de
concentración, los que tuvieron que exiliarse… o los niños de la guerra. Una
de estos últimos es Pedro Morán (Santander, 1928), que no se echó al monte
pero se echó al mar, y es que en 1937 tuvo que alejarse de su ciudad natal
junto a su hermano José Luis ‘Cholo’ y embarcar rumbo a Francia huyendo de
las bombas que caían sin descanso sobre la capital cántabra. Pedro recuerda
que “el primer bombardeo de los fascistas” sobre Santander se produjo un
domingo por la mañana, que a partir de entonces los ataques de la aviación
franquista fueron “continuos” y que muchos de ellos “castigaron los
alrededores” de su barrio, San Martín. “Como los bombardeos de la aviación
franquista sobre Santander eran bastante seguidos, mi padre dijo que
teníamos que salir de allí, porque corríamos un grave peligro, y consiguió
que nos evacuaran a Francia a mi hermano Cholo y a mí”, explica justo
ochenta años después.
'Ploubazlanec', el buque francés que
trasladó a los niños desde Gijón hasta Pauillac
“Las
autoridades danesas no hicieron nada, pero las organizaciones obreras se
volcaron con nosotros”
Los hermanos Pedro, de nueve años,
y Cholo, de 11, huyeron de Santander el 1 de agosto de 1937 y al día
siguiente embarcaron en el buque francés ‘Ploubazlanec’ –que se alejó de
Gijón escoltado por dos barcos ingleses encargados de disuadir a la armada
franquista– junto con otros niños de la guerra vascos, cántabros y
asturianos. El 3 de agosto atracaron en el puerto galo de Pauillac y en
Francia recibieron tres semanas después la “malísima noticia” de que las
tropas franquistas habían tomado Cantabria. “Todos lloramos recordando a
nuestras familias, pues sabíamos que a muchos de los que cogían prisioneros
los fusilaban sin más ni más, sólo por ser de izquierdas”, asegura Pedro. Un
mes después, cada uno de aquellos niños de la guerra amaneció una mañana con
un cartel a los pies de su cama donde se podía leer su destino definitivo.
Parte de ellos fueron enviados a la URSS, y la otra parte –122 niños, entre
los que se encontraban Pedro y Cholo–, a Dinamarca, hacia donde embarcaron
una semana después. “En la escuela donde nos alojaron estábamos los chavales
españoles a cargo de la gente del Sindicato Obrero de Dinamarca, que se
portó maravillosamente con nosotros”, recuerda Pedro, que destaca que “las
autoridades no hicieron nada, pero las organizaciones obreras se volcaron
con nosotros”. Como se volcaron los periódicos daneses, que dedicaron
numerosos artículos al día a día de aquellos pequeños refugiados.
Cholo, su padre, León; Pedro y su amigo
Laurence, en una visita de León a Vence | MCEP
No habían pasado dos semanas cuando
Pedro, Cholo y otros dos niños también cántabros fueron trasladados a las
proximidades de la localidad francesa de Vence, donde les esperaba un centro
educativo que cambiaría sus vidas para siempre: la Escuela Freinet. “Para
nosotros, lo más grande que hay en el mundo”, asegura Pedro. Dirigida por
los maestros franceses Célestin Freinet y su esposa Elise –padres del
denominado materialismo escolar y referentes pedagógicos de categoría
internacional–, la Escuela Freinet “era una escuela francesa, pero allí
había de todo: polacos, daneses, argelinos, judíos, de Marruecos y 38
españoles”, entre ellos Pedro y Cholo. Los Freinet son autores de numerosos
libros de pedagogía, libros que “no gustaron a la gente más reaccionaria,
que hacía la vida imposible al matrimonio” sólo porque su pedagogía
“defendía a las clases populares, a los trabajadores”, recalca Pedro.
El
documental ‘Elogio del horizonte’ recoge la historia de aquellos pequeños
refugiados
Aquel pequeño refugiado presentó el
pasado 27 de abril en el Parlamento de Cantabria el libro ‘Pedro Morán. Un
niño de la guerra en la Escuela Freinet’, un trabajo colectivo editado por
elMovimiento
Cooperativo de Escuela Popular (MCEP), coordinado por Sebastián
Gertrúdix y prologado por la escritora Rosa Regás, que también fue alumna de
Freinet. El MCEP, inspirado en la filosofía de Freinet, dio con Pedro
gracias a la exposición ‘Los niños de la guerra cuentan su vida, cuentan tu
historia’ que el propio Legislativo autonómico acogió en 2015. Allí se
proyectó el documental de Iñaki Ibisate, narrado por Josefina Ceballos,
‘Elogio del horizonte. Los niños de la guerra evacuados a Dinamarca’
(2009) y se celebró una mesa redonda en la que Pedro trasladó a los
presentes su inolvidable experiencia en la Escuela Freinet, que llegó a
oídos de Enrique Pérez Simón, miembro del MCEP y seguidor de los métodos
del maestro francés, que hasta entonces no había conocido personalmente
a ningún alumno de su gran referente pedagógico. “Imagina lo que supuso
encontrar un testimonio vivo”, apunta Pérez Simón –uno de los artífices de
‘Pedro Morán. Un niño de la guerra en la Escuela Freinet’– junto al propio
Pedro, que lo escucha atentamente mientras asiente.
Pérez Simón, Pedro Morán,
Gertrúdix y la presidenta del Parlamento, Dolores Gorostiaga
En plena II Guerra Mundial, “Franco
reclamó a los niños de la guerra y la URSS dijo que no, pero Francia nos
devolvió a él”, por lo que en 1940 Pedro y Cholo dejaron la Escuela Freinet
y regresaron a Santander, donde no encontraron “más que hambre”. Rechazados “por
rojos” en varios centros
educativos, sólo pudieron matricularse en las Escuelas Verdes del barrio de
Entrehuertas, “el único colegio en el que un maestro nos admitió”. De aquel
Santander Pedro recuerda la muerte del guerrillero antifranquista Pin Lavín
‘El Cariñoso’, abatido el 27 de octubre de 1941 en la calle Santa Lucía de
la capital cántabra. “Iba a la zona a reunirme con unos amigos, pero aquel
día no pudimos hacerlo, porque estaba todo cercado por la policía y no nos
dejaron pasar”, rememora. Y los últimos días del Dr.
Madrazo, cirujano y científico que “murió de pena” el 8 de noviembre de
1942, a los pocos días de abandonar gravemente enfermo la cárcel en la que
había sido encerrado en 1937, a los 87 años de edad, acusado de
anticlericalismo.
Viajando
en moto de Santander a Bilbao pudo ver cómo “cantidad de guardiaciviles
bajaban del monte con una cuerda” el cadáver de Paco Bedoya
Pedro dejó atrás su infancia, se
hizo navegante –como su padre, León– y, como Pérez Simón, vio las “al menos
dos grandes pintadas a brocha” con el lema JUANÍN
VIVE con las que
amaneció Santander tras la noche
del 24 de abril de 1957 en
que mataron al guerrillero antifranquista lebaniego, “una inmensa en
Atarazanas, junto a la Catedral de Santander, y otra en la iglesia de los
Pasionistas”. El 2 de diciembre de aquel mismo año mataron al también
guerrillero antifranquista Paco Bedoya, y viajando en moto de Santander a
Bilbao también pudo ver, a la altura de Guriezo, cómo “cantidad de
guardiaciviles lo bajaban del monte con una cuerda”.
Célestine Freinet
Pedro tampoco olvida a Jesús Revaque, director del colegio santanderino Menéndez
Pelayo durante la II República, director del profesorado español desplazado a
Dinamarca para encargarse de la enseñanza de los niños y exiliado finalmente en
México. “Un referente de la enseñanza de Cantabria, aunque se escuche hablar
poco de él”. Y sobre todo no olvida a Freinet, del que también se escucha hablar
poco a pesar de que “acogió y enseñó a 38 españoles en Vence”, aunque “el
Gobierno español no se lo ha reconocido nunca, nunca ha tenido ningún
reconocimiento oficial”.
Pedro tiene 89 años y vive en su Santander natal. Cholo, de 91 y autor de
dibujos –muchos de ellos, de temática antifascista– que un
día asombraron a aquella su familia de Vence y
a los lectores de los periódicos que los editaron, continúa residiendo en
Francia, aunque su memoria ya apenas le permite recordar.
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