Periodista de radio, televisión y
prensa, guionista de televisión y autor de infinitos documentales, Arenzana por
su padre, médico de pueblo salmantino; Seisdedos por
su madre, de Zaragoza, y Pepe Masai en las redes sociales, José
María Arenzana (Huévar del Aljarafe 1959) ha llevado su bigote por
conflictos de medio mundo, sobre todo en África. Va a publicar un libro del
horror de la guerra de Ruanda, cuyos recuerdos aún hoy le dejan sin aliento.
Adora su pueblo natal y sus personalidades que lucen más que la corrupción
política del municipio. Sus tres hermanos son médicos.
-El libro Ruanda
100 días de fuego sale en la primavera de 2020 y cuenta en primera
persona la dureza del genocidio que vio.
-Este año en abril se ha cumplido
el 25 aniversario de aquel horror. Estaba de guionista de televisión en el
programa de Carlos Herrera cuando viajamos a Ruanda en 1994 el fotógrafo
Luis Davilla y yo. El conflicto había estallado hacía mes y medio. Antes
estuvimos dos meses en Sudán (hoy Sudán del Sur) y por media África. En esa
misma época había conflictos abiertos en Liberia, Sierra Leona y Los
Balcanes. Eran casi los últimos conflictos bélicos a la vieja usanza,
analógicos. No era desde luego Vietnam, pero podías mirar a la cara a los
combatientes, hablar con ellos, negociar y verles hacer atrocidades.
Las nuevas generaciones de africanos bien formados piden
que deje de llegar ayuda humanitaria
-¿Hoy es
muy diferente?
-Sí, hoy nadie pregunta ni se
respeta a un periodista, es todo un saqueo. Las guerras se hacen por
ordenador y se retransmiten en directo. Todo es virtual, inhumano. Hoy vemos
una vorágine de yihadistas cortando cabezas a todo el que pasa, o desde
ningún punto cayendo misiles a dos mil kilómetros de distancia, apretando
botones con drones. Así no ves la guerra, lo que ves es sólo la destrucción.
-Fueron los
primeros en España en traer ese material de Ruanda.
-No pudimos vender todo lo que
traíamos a la revista Panorama, del grupo
Zeta, porque acababa de cerrar. Lo vendimos por todo el mundo. En El
País publicamos las primeras crónicas que salieron de Ruanda en España.
Envié los textos por fax como pude, escritos en una cuartilla imposible.
-El libro
también reflexiona sobre el papel de las ONG en África.
-Sí, porque a partir de 1971 las
ONG han generado grandes contradicciones. En los campos de refugiados de
Ruanda se dieron cuenta de que estaban prestando asistencia a un ejército de
asesinos y de que en estos campos seguía produciéndose el genocidio cuando
la guerra había acabado. Cuando llegábamos por la mañana, encontrábamos a
gente degollada, envenenada. Cuando una facción de una guerra va perdiendo,
si acudes en su ayuda estás prolongando la guerra.
-Sobre este
mismo tema está preparando un documental de Netflix.
-Se llama Víctimas SA. Es una
coproducción de Netflix y Canal Sur sobre las contradicciones que han
generado las ONG modernas en Etiopía, Sudán, Somalia y Ruanda. En cada uno
de estos países se produce un elemento de crisis en el comportamiento de las
ONG. Así lo contamos. Sin quererlo, las ONG han destruido la sociedad a la
que hemos ido a ayudar y a salvar. Les hemos ido a joder la vida.
-Explique
por qué
-Cuando una ONG llega a un
territorio y quiere contratar a personal de esa localidad para integrarlo en
su proyecto lo que hace normalmente es negociar con el más chulo y matón del
barrio. Si eso sucede, el resto de la población entiende que el que manda
ahora es el matón, no el puto consejo de sabios que toma las decisiones
desde hace miles de años. Este consejo desaparece. Se destroza la estructura
social. Sucede sin maldad de la ONG.
-¿Y las
organizaciones religiosas?
-Yo diferenciaría las de tipo
religioso del resto de ONG. Su concepto es sutilmente diferente de las demás
ONG. No puedo incluirlas en el mismo nivel.
-En
Etiopía, ¿qué sucedió en los años ochenta?
-Es un caso muy sangrante. Es un
país lleno de agua por todas partes, salvo la zona desértica. ¿Una sequía en
Etiopía? Puede haberla en el desierto, pero al ser nómadas, se mueven a otra
zona ¿Qué sucedió aquí? Que un negrito encerró a su población para que se
muriera de hambre al darse cuenta de que la ayuda humanitaria podía llover
en cuanto apretara las tuercas a Occidente. Las ONG, empresas cuya misión es
sostener su actividad, nos bombardearon con imágenes horribles y la gente se
volcó mandando dinero. Los que habían encerrado a su población para que se
muriera de hambre aplaudían con las orejas cuando desembarcamos allí con el We
Are The world, we are de children con alimentos y dinero a punta pala.
-Si las ONG
en países en conflicto no ayudan sino todo lo contrario, ¿qué papel deberían
tener?
-Podemos contribuir a ayudar a
que sus gobernantes garanticen un mínimo de estabilidad y seguridad jurídica
para su población, de respeto por los derechos y la dignidad humana, y tejer
las redes comerciales lo más justas posibles y que no fomenten el desfalco,
el robo, el latrocinio permanente de los gobernantes. Eso suponiendo que
haya gobernantes que estén por la labor de desarrollar su país. No podemos
hacer mucho más. Lo están pidiendo las nuevas generaciones de africanos bien
formados: que por favor deje de llegar la ayuda humanitaria.
-Después de
estar en la guerra de Eritrea lo deja todo. ¿Por qué?
-Tuve la sensación de que me
estaba convirtiendo en un turista profesional. Acababa de lograr la
independencia tras casi 40 años de guerra. La revista GEO alemana
nos pidió un reportaje. Pero en GEO querían
leer dónde tomar un daikiry por decirlo de alguna manera. El peso de la
realidad era tan fuerte que no podía ocultársela al lector. No sé si porque
intuía el cambio en el periodismo (se estaba derrumbando en ese sentido
clásico), les pedí que me devolvieran el reportaje y me retiré de los
viajes.