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María Parra: El piano como detector de mentiras
por Silvia
Melero
14/07/2018
La pianista María Parra. Foto: Michal Novak.
Se le cruzó el piano de niña y desde entonces
superó una carrera de obstáculos para ser pianista. Nacida en Soria, se
trasladó pronto a Cataluña y en la actualidad vive entre Madrid y
Tarragona. María Parra es concertista e intérprete de repertorio
clásico, pero también compositora, directora delBouquet
Festival y senadora honorífica en Tarragona. Ha impartido
masterclasses de música española en España y en Alemania y
tocado en varios países europeos. Charlamos con ella sobre su trabajo, las
dificultades de su carrera, la importancia de luchar por los sueños, susreferentes
de mujeres pianistas y la capacidad de la música para cuidar el
alma de quien la escucha. Este fin de semana actúa en Madrid dentro de la
programación ‘Clásicos en Verano’.
¿Le influyen también al piano estos calores del
verano?
¡Y tanto que le afecta! Es madera, por lo tanto la
humedad o el calor hace que se contraiga o se dilate, y por eso la afinación
sufre, porque las cuerdas están muy tensadas entre pivotes de hierro, vamos
a explicarlo así más o menos, pero el sustento es madera. Hay grandes dramas
de desafinación en épocas de cambio brusco de temperatura. A mí me gusta
mucho tocarlo ya en septiembre, con la vuelta al cole, es una época que me
encanta, ya no hace tanto calor, todavía hay luz y los dedos aún no se te
ponen tiesos con el frío (que también influye para tocar bien).
Estamos ante un ser muy vivo, entonces…
Sí, totalmente, y tiene su alma. Realmente todos los
instrumentos tienen su alma.
Tu idilio con el piano empieza desde muy
pequeña. ¿Cómo fue?
En varias fases. Primero cuando era muy cría, casi
bebé, me crie escuchando música clásica porque mi padre era artista y la
ponía todo el día. Él, que venía del medio rural, de La Mancha, y no tenía
referentes culturales, sólo el campo, descubrió que tenía talento para
pintar y a los 17 años pidió irse a Valencia a estudiar. En su
descubrimiento del mundo y coherente con su pulsión de artista quiso
empaparse de todo y descubrió la música, la pintura, la literatura… Devoraba
todo. Cuando conoció a mi madre, crecieron en ese ansia de cultivarse y
cuando yo nací el hilo musical ya estaba. Desde pequeña me gustaba bailar,
tararear.
¿Qué colores le dan forma a esos primeros
recuerdos musicales que tienes?
Están compuestos de muchos retazos, Beethoven,
Brahms, Vivaldi, Mozart, conciertos para piano… Todo eso me predispuso.
Primero a los seis años empecé a aprender danza, se me daba bien
Y entonces pasó algo en una habitación
misteriosa en casa de tu abuela…
(Risas). Sí, a los siete años, un verano en casa de
mi abuela miré por la cerradura de una puerta y vi en una habitación cerrada
un instrumento enorme de madera con dos candelabros y le pedí que por favor
me dejara entrar. Éramos 15 primos y ella no quería dejarme entrar porque
entonces tendrían que entrar todos. Pero tanto insistí que me abrió la
puerta. Aquello fue para mí una sensación sagrada. Recuerdo el olor a
humedad, polvo, viejo, madera… Lo sentí como un altar en ese momento, me
sobrecogí. Abrí la tapa y vi un piano con teclas desconchadas, era de los
antiguos con su ébano y su marfil; hoy en día ya no se recubren las teclas
de marfil porque es una aberración, pero antes se hacía. Yo iba sacando de
oído canciones, tocaba con un dedo, me inventaba otras, se me pasaban la
horas. Al final del verano le dije a mi madre que quería aprender a tocar el
piano y me apuntó al conservatorio.
Tuviste hasta un profesor que se quedaba
dormido mientras daba clase…
Tengo que reconocer que mis inicios con el piano
fueron penosos, cualquiera hubiera abandonado. Tenía un profesor que lo
habían jubilado y como se aburría en casa pidió volver y que le dejaran dar
clase (sin cobrar) a los pequeños, los que empezaban. Yo salía del colegio y
me iba a clase, y este señor con el sopor de la siesta daba cabezadas y lo
que hacía era ponerse un reloj como de esos de cocina para que a los 20
minutos le despertara mientras nosotros tocábamos. Aprendí por ciencia
infusa. (Risas). Así estuve cuatro cursos. Al pasar de grado, por tribunal,
ahí me di el golpe.
¿Pesa mucho la cuestión de la técnica?
Son artes con mucha disciplina, mucho rigor. Hay que
tener la técnica para que fluya la música y suene como algo orgánico, como
respirar o hablar. Para eso hace falta un sustrato de trabajo muy
concienzudo, porque hasta te puedes lesionar, es algo muy físico. Yo en esa
edad no tenía ni idea de todo esto, iba a clase curso tras curso y tocaba.
Lo que pasó es que en ese examen, cuando me suspendieron, una profesora dijo
que tenía mucha musicalidad y me preguntó con quién estudiaba. Tuve la
sensación de pérdida de tiempo durante esos años. Notaba que no encajaba: si
la música era mi refugio, se me desmoronó todo. Me costó mucho recuperar
autoestima, credibilidad. Esa profesora me empezó a enseñar, pero fueron
otros cuatro años también muy duros.
Qué importante el papel de quienes
enseñan a la hora de motivar o desmotivar…
Hay mucha gente que tira la toalla en el camino. Yo
me fui del conservatorio diciendo “aquí no vuelvo nunca más”. Hundida en la
miseria, mi madre, que era profesora, me dijo que en su escuela habían
puesto una batería, un piano eléctrico; empecé a ir, conocí a gente que
tocaba jazz, otro estilo, yo ya tenía 16 años, me sentía liberada y me fui
luego a Barcelona a estudiar.
¿Y cómo se te cruza París?
Por fin años después, a los 26 años, encontré a una
profesora que fue la que me hizo recuperar todo lo perdido, pero daba clase
en París. Así que me iba desde Tarragona a París para dar clase con ella, y
así estuve tres años. Y seguí mi formación de forma muy libre. Hasta que un
día un tribunal académico aplaudió y me puso una matrícula de honor. Fue uno
de los días más felices de mi vida, el camino no fue fácil.
De hecho, una de las piezas que has
compuesto está dedicada a París… Y otra a Paco de Lucía.
Componer mis propias piezas, improvisar, me hace
juguetear con la música y me ha hecho ganar confianza. Para mí son como
piececitas mágicas. La de París era homenaje obligado a la ciudad de la luz.
Se llama Il pleut sur Paris por tantas tardes de lluvia allí pero
feliz porque iba a aprender, por ser el lugar donde tomé conciencia de que
podía ser pianista de verdad. Cogía el tren en Barcelona, pasaba el día
allí, iba a clase, pateaba y me volvía. Y con esa otra composición de aires
flamencos (Miradas al Sur) tengo una historia muy especial, porque
esa noche, cuando acabé la pieza, soñé con Paco de Lucía, nunca me había
pasado, y al día siguiente vi en las noticias que había muerto. Fue muy
impactante para mí. Así que obviamente esa pieza está dedicada a él. De
pequeña formaba parte de mi hilo musical en casa.
¿Cuáles son las mujeres pianistas que son
para ti referentes?
Mi primer referente es Clara Schumann; nací el mismo
día que ella y además mi hermana se llama Clara por ella. Fue la mujer de
Robert Schumann, uno de los grandes compositores del romanticismo alemán,
pero es que ella fue la gran intérprete. Su padre, muy severo, es cierto que
apostó por ella e impulsó su carrera como concertista viendo su talento,
pero cuando se casó, la historia la quitó del medio y brilló su marido. Ella
se encargó de los ocho hijos que tuvieron y es cuando muere Robert cuando
retoma su carrera y empieza a brillar. Es una de las grandes pianistas que
ha dado la humanidad. También gran compositora, aunque no le daba
importancia a sus composiciones. Otras referentes para mí son Martha
Argerich, a quien le compuse un tango, y Alicia de Larrocha. Y más
recientes, Yuja Wang. Y me gustaría citar a un pianista con gran
sensibilidad femenina, como Nelson Freire, gran humanista.
¿Tú también has vivido la dificultad de
ser pianista y criar a dos hijas?
Compaginar el darle impulso a tu proyecto profesional
y criar a mis dos hijas ha supuesto también un recorrido difícil. Nunca dejé
el piano durante la crianza, pero no tuve el apoyo que esperaba. Hice un
máster de música española con Alicia de Larrocha, fue algo maravilloso. Me
separé del padre de mis hijas, hice mi recorrido, se me cayó la venda al
tomar conciencia del mundo machista en el que estamos (en lo familiar, lo
profesional, en todos los niveles). Hoy mis hijas son mayores ya y he
intentado inculcarles que confíen en sus capacidades, que sigan su deseo con
fortaleza, que crean en sí mismas.
¿Es un mundo muy competitivo el de la
música clásica?
Como en todo, cuanto más subes, más obstáculos
encuentras. Creer en ti misma es lo definitivo. Saber que voy a hacerlo
mejor la siguiente vez, pero medirme conmigo misma, no con los demás. Creo
que intentar dar lo mejor de ti es la pulsión que te mantiene viva. Eso no
tiene límite, es hasta que te mueres. Me reconozco exigente, pero no quiero
verlo como una permanente insatisfacción sino como algo que late dentro de
mí para que ningún día quede en vano, que cada día tenga un sentido.
¿Eres muy disciplinada en tu día a día?
¡No! (Risas). Es que encima yo soy muy caótica. Si
hay algo que he conquistado es mi libertad y eso está ahí ya, fluyo con la
vida. Me encantaría decir que me organizo mucho, pero no es así. He
aprendido que no puedes meter la vida en una jaula y ponerle llaves ni
estructurarlo todo como tú quieres. Al final la vida te lleva por donde le
da la gana. La realidad es que mi día, haga lo que haga, gira alrededor del
piano, pero eso no significa sólo tocar, como se pueda pensar. Yo genero mi
propio trabajo. Me ha costado tanto ser libre que al final, sea como sea,
cuando me acuesto tengo la conciencia tranquila. Ya no hay vuelta atrás.
¿Qué pasa en tu ser cuando te sientas a
tocar?
Para tocar necesito un estado mental como aquel
momento de niña cuando entré en esa habitación, un estado de irme hacia lo
sagrado. Cuando estoy en caos, me acuesto un momento, me calmo, vacío mi
cabeza y luego ya sonámbula voy al piano, me abstraigo, entro en otra cosa y
ya no quiero saber nada de nada. Tocar no deja de tener su parte física, de
picar piedra. El piano es un detector de mentiras continuo. Cuando tocamos
piezas de otros, el trabajo es de relojería, de precisión de reloj suizo.
Hay que tener el control absoluto de los dedos, pero no puede quedarse sólo
en trabajo mecánico, físico o mental. Tiene que haber un aire sonoro con un
discurso que emocione, de eso se trata. La fuerza y el poder de la música es
emocionar a quien la escucha. Cuando nos deshumanizamos es porque estamos
faltos de sensibilidad y de emoción. Cuidar el sonido es cuidar el alma de
los demás. Hay mucho respeto entre lo que hago y la audiencia. Lo que tocas
lo filtras por tu ser, tus vivencias, tu persona y lo que destilas lo
entregas a los demás. Lo que todos queremos, toquemos el instrumento que
sea, es que al público le pase algo, le conmueva, salga revitalizado,
transformado, con menos penas.
Has publicado dos discos en los que
reflejas aspectos de tu vida.
En el primero, Rêverie, están reflejados los
sueños de infancia. Hay grandes compositores que compusieron para sus hijos
(Schumann o Debussy). Aunque un profesor se rió de mí cuando le dije de niña
que quería ser concertista de piano, esos sueños quedaron inalterados. Lo
importante es seguir tus deseos, lo que quieres de verdad. Nadie dice que
haya que cumplirlos a una edad o a otra, cada cual tiene su GPS, así que hay
que seguir tu camino siempre. Además, en ese disco está mi etapa de París y
Alicia de Larrocha con todo lo que me aportó con la música española (Albéniz,
Granados). El segundo disco, Mouvement, es el movimiento: está bien
querer cosas pero para lograrlas hay que pasar a la acción.
¿Y lo de crear y organizar el Bouquet
Festival en Tarragona?
Pues es que yo siempre tenía el recuerdo de las veces
que he tocado en Alemania dentro de conciertos en los que había también
productos españoles como el vino. Y en Francia he tocado en lugares del
Patrimonio Histórico como iglesias, abadías… Por otro lado, en una época
dura trabajé como guía turística en Tarragona (hablo francés) y conocí
lugares increíbles. En uno había un piano de cola, hice un concierto una vez
y luego hilando todo le di forma al festival en diferentes lugares con
músicos que tenían ganas de hacer cosas, con el fin de revitalizar el
ambiente cultural en Tarragona, unir música, lugares artísticos y vino. Y al
final la gente respondió, vino, pagó su entrada, fue un éxito y gracias a
esos recursos y a instituciones que apoyaron cediendo espacios se fue
retroalimentando y ya vamos por la quinta edición.
La pianista María Parra. Foto: Michal Novak.
Eres senadora honorífica en Tarragona.
¿Cómo es eso?
Es un cargo honorífico, no político, como algo
simbólico de asesoramiento. Viene de la época cuando Tarraco era romana y el
cónsul se rodeaba de gente de diferentes ámbitos para dejarse aconsejar. Hoy
somos personas de la cultura, el arte, la ciencia y otras ramas. Nos reúnen
cuatro veces al año para escuchar nuestra visión sobre diferentes temas. En
mi caso me lo propusieron cuando creé el festival y lo recibo como un
reconocimiento a lo que puedo aportar a la vida cultural de la ciudad desde
mi labor.
¿Se podría decir que te has casado con el
piano hasta el final de tus días?
El piano es un modo de vida. He tenido muchos
obstáculos, mentiría si dijera que no he pensado en dejarlo varias veces en
mi vida, pero la idea de dejarlo hacía que me apagara. Para mí es un
proyecto de autorrealización personal. Me queda mucho piano por delante y
creo que me va a seguir trayendo cosas buenas.
María Parra actúa con Isabel
Villanueva en concierto de piano y viola dentro de los‘Clásicos
en Verano’ de la Comunidad de Madrid(13, 14 y 15 de julio) y
dentro del ‘Bouquet
Festival’ (Tarragona, 20 de julio)
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