Khan, que ha sido galardonado
con el Premio Princesa de Asturias de Cooperación 2019, ha conseguido
convulsionar el panorama educativo. Desde que creó en 2009 la Academia
Khan, una plataforma online gratuita de aprendizaje y sin
publicidad (sin ánimo de lucro), más de 72 millones de personas de todo el
mundo han seguido alguna de sus 7.000 lecciones en vídeo, unas 100 horas de
contenidos que abarcan desde la aritmética básica a la Revolución Francesa.
Son distintivos de su modelo pedagógico los llamados mapas de contenidos,
un software que encuentra conexiones entre los temas y genera
ejercicios de forma automática.
“Es más fácil entender una idea
si la puedes relacionar con otra que ya conoces”, explica Khan sentado en
uno de los sillones del Hotel de la Reconquista, en Oviedo, tratando de
acortar al máximo las respuestas, ya que tiene que atender muchas
entrevistas. Pone un ejemplo; la genética se estudia en Biología y el
cálculo de probabilidades en Matemáticas, cuando las dos están estrechamente
relacionadas. “Son divisiones que limitan la comprensión y dan una imagen
errónea de cómo funciona el universo”, dice en alusión a su libro La
escuela del mundo, una revolución educativa (Ariel), donde hace una
crítica feroz del sistema educativo.
En su opinión, esa forma de
enseñar marca la diferencia entre memorizar una fórmula para un examen —lo
que sucede hoy en la escuela— o interiorizar la información y ser capaz de
aplicarla una década más tarde.
Si los estudiantes no aprenden a su ritmo, acumulan
vacíos
“La escuela tradicional no
responde al funcionamiento del cerebro, las redes neuronales funcionan con
la asociación de ideas, no con temas estancos”, recalca. Mientras enseñaba
matemáticas a su prima Nadia en 2004, dedujo que esta se había perdido la
clase en la que se explicó la conversión a unidades. Desde ahí, la niña no
levantó cabeza en la asignatura. “Ese es otro de los problemas del aula
actual, la mentalidad de que hay que seguir con el temario, respetar el
calendario. La repetición es básica para el aprendizaje y en un aula normal
no se retrocede hasta que todos los alumnos comprenden; algunos se quedan
por el camino”. Porque cada uno, afirma, tiene un ritmo de aprendizaje
distinto. “Y si no aprenden a su ritmo, acumulan vacíos”. Le ocurrió a su
prima hasta que él comenzó a impartirle lecciones por teléfono y a volver
una y otra vez sobre los conceptos que se le resistían y le impedían
continuar aprendiendo conceptos matemáticos. Visto el éxito, otros
familiares le pidieron ayuda. El teléfono ya no era útil así que empezó a
hacer vídeos que colgaba en Internet y que son el germen de esta escuela
mundial donde la pizarra con los ejercicios no se borra, está siempre en la
nube disponible para el alumno.
Donaciones millonarias
“A veces cuando tienes una gran
idea, el universo conspira para hacerla posible”, cuenta el matemático. En
su caso, sucedió así. En 2009 decidió dejar su puesto como analítico
financiero en Silicon Valley para dedicarse por completo a su proyecto
educativo, al que destinó todos sus ahorros. Tiempo después, el éxito y la
viralidad de sus clips, en los que se escucha su voz pero su imagen no
aparece por una cuestión de “austeridad” —“no tenía una cámara profesional
para grabarme ni presupuesto para comprar una”— empezaron a llegarle
donaciones millonarias de los grandes de la tecnología. Los 1,5 millones de
la Fundación Bill y Melinda Gates o dos millones de Google, a los que se
sumarían otras cantidades de magnates como el mexicano Carlos Slim. En 2012,
Khan era una de las 100 personas más influyentes del mundo según la revista Time.
El pensamiento analítico es necesario para
sobrevivir
Su diagnóstico es que la
humanidad está viviendo un punto de inflexión que solo se produce cada 1.000
años, circunstancia que debe propiciar el surgimiento de nuevos modelos
educativos sobre una base científica: los “mejores teóricos” de la educación
han concluido que la capacidad de atención de los estudiantes oscila entre
los 10 y los 18 minutos. Las clases continúan siendo de más de 50 minutos.
“¿Por qué esos hallazgos no se han aplicado? El sistema tiende a no hacer
caso a hechos biológicos indudables”, remarca en su libro.
¿A qué época se remonta el
actual sistema educativo que tanto se resiste al cambio? Khan no duda en su
respuesta. El origen de los estándares actuales, “que potencian un
aprendizaje pasivo basado en la escucha”, se instauraron en la Prusia del
siglo XVIII, con el propósito de formar “ciudadanos leales y dóciles” que
aprendieran a someterse a la autoridad de los profesores, los progenitores,
la Iglesia y el rey. “Se perseguía acortar el pensamiento independiente,
pero ahora vivimos una revolución sin precedentes de la información y esa
fórmula ya no vale: el pensamiento analítico es necesario para sobrevivir”.
Para Khan otro de los grandes
problemas es que las familias buscan la mejor educación para sus hijos y, en
muchas ocasiones, se olvidan del interés y el bienestar de los niños del
bloque de enfrente. “Ser egoísta es inherente a la naturaleza humana, pero
no es aceptable que solo el 1% de la población entienda lo que está pasando
y tenga las herramientas para sobrevivir. Si no perseguimos la educación del
vecino, el sistema democrático no funcionará y estaremos permitiendo que
surjan los extremos”, concluye.
“No estoy contra los exámenes, pero
no pueden ser el centro”
Durante la entrevista, Khan
lo repite varias veces: “No estoy en contra de los exámenes, creo que
son necesarios, aunque no deben ser el centro del proceso de
aprendizaje”. El matemático cree que los responsables políticos en lugar
de centrar el debate en los fallos de la educación, se obsesionan con
los resultados, los ranking y el número de graduados por año.
En algunos casos, la
atención que se dedica a la evaluación lleva a situaciones límite, como
sucedió en 2009 en el Estado de Nueva York, donde la Administración
educativa contrató a una empresa para que rediseñara los exámenes
estandarizados —elaborados por personal externo al centro educativo para
medir el rendimiento de las escuelas y de los profesores—. Según relata
Khan, la puntuación de los alumnos era demasiado alta y no se
consideraba fiable, así que la Administración encargó que se elevaran
los niveles de dificultad. Las notas cayeron en picado. “¿A quién se
quería examinar a los estudiantes o a los propios evaluadores?”, lanza
el creador de la Academia Khan. Por eso, no defiende que haya que
prescindir de las pruebas, sino “considerar los resultados con cierto
escepticismo”.