Joan Maria Girona. (foto: Enric Català)
Joan
Maria Girona se forjó como maestro en La Mina, justo
cuando el barrio se empezaba a levantar, a mediados de los
70, como solución al chabolismo de toda Barcelona.
Desde entonces, este profesor y psicopedagogo ha
completado toda una trayectoria dedicada a la docencia en
entornos conflictivos y depauperados de la capital
catalana y sus alrededores. Fue director del instituto
Badalona 9 –ya desaparecido–, del que fue expulsado por
parte de la Administración por liderar una campaña contra
su guetización. Ahora,
jubilado, sigue asesorando institutos como el Francisco de
Goya, del barrio del Guinardó, y tutorizando a jóvenes.
Conocedor de primera mano de
los estragos que han causado la pobreza y las
desigualdades en las aulas durante décadas, Girona analiza
la situación actual con preocupación. "A diferencia de
aquella época, se ha perdido la ilusión y la confianza en
la escuela como ascensor social", se lamenta. Girona, que
también es miembro del consejo de formación de la
Asociación de Maestros Rosa Sensat, profundiza en esta
entrevista en cómo el entorno familiar y social de los
niños determina su paso por la escuela.
La pobreza afecta a la educación de los niños y jóvenes
que la padecen.
¿Hay alguna duda de esto?
Ninguna. Porque la escuela
tiene pocos elementos para compensar su situación. Puede
ayudarles, e intentar que durante las horas lectivas estos
chicos se sientan en un plano de igualdad, pero la escuela
se acaba y sólo ocupa la mitad de los días del año. Y ya
no es sólo que los alumnos puedan pasar hambre o no tengan
dinero por el material escolar, que es gravísimo, es que
se le añaden otras consecuencias, como la pobreza afectiva
o emocional: los adolescentes cuyos padres no les pueden
querer suficiente porque están desbordados de problemas
llegan a la escuela con la autoestima por los suelos. Este
desánimo les hace rendir menos, aunque tengan más
capacidades que otros.
¿Qué margen tiene la escuela para eliminar las
desigualdades que traen de casa los alumnos?
La clase social te condiciona
y poco podemos hacer desde las clases. Sí tiene que haber
unas garantías básicas: si la criatura no ha comido lo
suficiente, esto se debe atender. Y hay que buscar la
forma y presionar para que se le dé una beca o que reciba
ayudas de alguna entidad privada o banco de alimentos.
También es fundamental que el centro haga actividades que
no discriminen por motivos económicos, sino que incluyan
todos.
¿A qué actividades se refiere?
En una excursión que vale 10
euros, algunos podrán ir y otros no. En mi opinión, esta
excursión no se debe hacer. O haces una más barata o vas a
pie. Porque ya que la escuela no puede compensar todas las
desigualdades, ¡al menos que no las acentúe!
¿Hay otros aspectos de la escuela que pueden agravar las
desigualdades?
Los deberes son una fuente de
desigualdades. Quien tiene familia o refuerzo en casa, los
hará. Quien no, tendrá más dificultades.
¿Eliminamos los deberes para combatir las desigualdades?
No sólo para combatir
desigualdades. También porque los alumnos ya están 7 horas
en el instituto, toda una jornada laboral. ¡Que los hagan
allí! He llegado a la conclusión de que los deberes sólo
sirven para tranquilizar a maestros y familias. Al alumno
básicamente la fastidia porque le quita tiempo de ocio, de
relacionarse con los amigos, de hacer la suya.
Otro foco de posibles desigualdades, este más reciente, es
internet. Quien no
tiene acceso a la red está perdido.
La escuela debe tenerlo en
cuenta. Si pone deberes en que hay que consultar internet
debe garantizar que todo el mundo tenga acceso a él. Por
lo tanto, por ejemplo, debe dejar unas horas de trabajo en
la biblioteca o la sala de ordenadores. Todo esto que
vamos diciendo, a lo que podríamos añadir el combate
contra la segregación por niveles, pueden parecer
detalles, pero es que si no se tienen en cuenta el chico
del entorno favorable irá avanzando, pero el de entorno
pobre se irá desanimando. Y hay que añadir otro elemento
crucial: la acción tutorial. Los adolescentes, sobre todo
de entornos socioeconómicos empobrecidos, tienen que
encontrar a una persona que les pueda escuchar las
angustias, los desánimos... Esto compensa.
¿Y lo encuentran a este tutor?
Con una hora a la semana de
tutoría en Secundaria, es evidente que no. Pero hay casos
ejemplares, como el del instituto Goya, en el que trabajo.
Todo el profesorado es tutor, de una docena de
adolescentes. Te los repartes y es más fácil que puedas
estar cerca de todos. Y no es que lo necesiten, es que lo
buscan. Alguien que los ayude, que los regañe, que les
haga reflexionar... que los haga sentir queridos también
en el instituto. Esto puede ayudar a paliar las carencias
y problemas que puedan tener por las situaciones límite en
casa.
A la hora de combatir las desigualdades educativas, ¿es
posible que sean más efectivas algunas políticas sociales
que nada tienen que ver con el sistema educativo?
Clarísimo. Unas políticas de
fomento del trabajo que disminuyeran el paro
significativamente harían mucho más contra las
desigualdades educativas que cualquier cosa que pueda
hacer la escuela. O unas ayudas reales a las familias,
como la renta mínima garantizada. ¡Que no se vean
obligadas a trabajar horas y horas y seguir siendo pobres,
que es algo que no ha pasado nunca!
Estas políticas familiares son las que apuntalan muchos de
los sistemas educativos nórdicos con los que nos queremos
reflejar.
Finlandia no tendría los
resultados que tiene sin unas buenas políticas de ayuda a
las familias. Porque está demostrado que los resultados
educativos dependen mucho más de la familia que de la
escuela, esto aquí y en Finlandia.
Girona fue
maestro durante quince años en La Mina. / Foto:
Enric Català
En los
últimos meses la Generalitat ha impulsado las llamadas
auditorías pedagógicas, para identificar los centros más
problemáticos e intervenir.
¿Qué cree que habría que
hacer?
Lo que hay que hacer es romper
los guetos. La mayoría de estas escuelas lo son. Hay
colegios a los que han hecho estas auditorías pero no
mejorarán mientras el alumnado represente un porcentaje
pequeño y desfavorecido de su barrio. Incluso podemos
poner más recursos, pero la dinámica no cambiará.
¿En Catalunya hay escuelas
gueto?
Muchas.
Tenemos escuelas con un 80% de niños y niñas de etnia
gitana, mientras que en su barrio el porcentaje de esta
etnia es del 20%. Esto
ocurre.
¿Cómo se llega esta situación?
Esto ocurre si potencias el
derecho -inventado- de las familias a escoger escuela y no
haces políticas públicas para equilibrar el porcentaje de
alumnos de origen inmigrante o de entornos pobres. Durante
años las familias que han podido han ido retirando a sus
hijos de centros con estas características, y una vez
inicias este proceso se genera un círculo vicioso: a la
siguiente matriculación habrá aún menos familias que
querrán llevarlos allí. Al final quedan sólo las que no
tienen ánimo o ganas de llevarse a los hijos. Y esto
ocurre también en barrios de clase media.
¿
Como se puede romper este círculo?
A veces sencillamente la
escuela es reflejo de un barrio también
guetizado.
No hay ningún barrio con
concentraciones tan elevadas de inmigración como algunas
escuelas públicas. Hay barrios como Ciutat Vella
(Barcelona) donde hay escuelas públicas llenas de chicos
de origen inmigrante y otras, a menudo concertadas, que
tienen muchos menos. Esto es muy peligroso, y sólo hay que
mirar París o Londres. Todas las escuelas pagadas con
nuestros impuestos -esto es: públicas y concertadas- deben
equilibrar los alumnos.
¿El volumen de inmigrantes condiciona los resultados del
sistema?
Esto un mantra. Si la escuela
va mal, es culpa de los inmigrantes. Si hay paro, también.
Si hay colas en el hospital, también. Esto mismo ocurría
con murcianos y andaluces en Catalunya a los 60.
¿Qué similitudes hay, desde el punto de vista del maestro,
entre la pobreza de aquella época y la actual?
Había muchas situaciones de
riesgo, igual que ahora, pero se vivía en un crecimiento
económico que permitía a la gente encontrar trabajo, creer
en una esperanza de mejora, en la educación como ascensor
social, y eso se percibía en el aula. Ahora es al
contrario. ¿Cómo convences a un joven de que debe seguir
estudiando si su hermano es abogado y no tiene trabajo?
Otra diferencia es que los adolescentes de ahora, a
diferencia de hace décadas –y independientemente de la
condición social–, a menudo no conocen la diferencia entre
lo que está bien y lo que está mal.
¿A qué se refiere?
A que la familia no les ha
puesto límites. El instituto no puede pedir a un
adolescente que se ordene la carpeta si en casa no le
hacen ordenar la habitación. Y antes esto estaba
garantizado. Quizás es porque las parejas trabajan más y
tienen menos tiempo para sus hijos, y entonces lo intentan
compensar cediendo a sus peticiones y evitándoles toda
frustración... No lo sé. Pero hay que poner límites,
aunque cueste y entendiendo que muchas familias tienen
problemas más prioritarios, de trabajo y vivienda.
Y desde el punto de vista escolar, en situaciones así, a
los adolescentes se les debe dar afecto, pero también
responsabilidades y exigencia.
En su naturaleza rebelde, ponerles límites forma parte de
su educación.