En el Día de la Poesía, repasamos la figura de Gloria
Fuertes de la mano del hilo conductor de las muchas vidas de la poeta: sus
sentimientos
En este centenario se ha
hablado de las cruces que pesaban sobre Gloria Fuertes, de un índice de
conquistas, de cajetillas de cigarros y de litros de whisky. Se ha dicho que no
era poeta de niños, sino poeta de todos. Que, de hecho, el título de niña de voz
grave no le hacía justicia porque Gloria amaba el sexo, bebía en soledad y
asumía la tristeza como un escritor romántico. Los homenajes prefieren estas
contradicciones porque así rescatan la "otra cara" o a la "Gloria desconocida"
como si no fuesen partes del mismo todo.
Pero
Gloria Fuertes no es un personaje que permita un fact-cheking.
Ella lo anotaba todo y ponía su vida a disposición de la poesía, eso sí,
aderezada con medias mentiras o mentiras enteras que ni sus amigos más
cercanos fueron capaces de adivinar.
El truco,
según El
libro de Gloria Fuertes de
Blackie Books, está en no seguir una cronología ni querer descubrir lo que
la escritora nunca confesó en vida. Ella jugaba con los detalles y
decoraba su existencia con la misma maestría que un ripio. "Era poeta -que
no poetisa- y su vida y su obra eran lo mismo, y como lo mismo contaba las
dos", escribe en el prólogo Jorge de Cascante, autor de la antología.
El único orden racional al que
podemos agarrarnos es el de la fecha de sus poemas, e incluso en ellos, Gloria
despista pasando de adulta en duelo a niña juguetona. Es ahí cuando descubrimos
que hay que leerla en círculo, no en línea.
El libro de Gloria Fuertes permite
a su protagonista explicarse con sus propias palabras. Si ella hubiese
elegido una frase para su obituario, seguramente no sería "un globo, dos
globos, tres globos", como lamentaron muchos de los que la despidieron por
última vez en los noticieros de 1998. Y por eso estos 300 poemas,
fotografías y breves citas autobiográficas no olvidan ninguna de sus
facetas: la infantil, la intelectual, la chulapa, la trajeada, la
enamorada y la solitaria.
"A veces miento por
no hacer daño, o por contar una verdad, porque hay muchas que solo se
pueden contar mintiendo, porque son demasiado grandes. Por lo demás yo no
miento nunca. La verdad es como mi teta izquierda: siempre la llevo
puesta". En la derecha estaría entonces la pasión, que fue el único hilo
conductor entre las muchas vidas de la trovadora y el sentimiento
reincidente en toda su obra.
Madres
La primera de sus
pasiones fue la relación con su madre, una costurera que dio a luz "en un
parto muy laborioso en el que, si se descuida, muere para vivirme". La
mujer murió dieciséis años después, cuando Gloria más la odiaba y
necesitaba. La señora quería que se convirtiese en una esposa de provecho,
que supiese bordar y cocinar, pero le salió una hija poeta y lesbiana.
"Cada vez que mi madre me veía con un libro, me pegaba. No tengo nada que
agradecer a mi familia", escribió con pena pero decidida, porque "si vales
de verdad y quieres algo con todas tus ganas, sales adelante seguro".
"Cada vez
que mi madre me veía con un libro, me pegaba. No tengo nada que
agradecer a mi familia"
Gloria Fuertes escribía poemas
con final feliz porque en su infancia le dieron muy pocas alegrías, incluyendo
en las lecturas. La pobreza no era compatible con los juguetes ni las atenciones
de sus padres, que trabajaban jornadas inhumanas para sacar a sus cinco hijos
adelante. No le quedaba más remedio que crear amigos imaginarios con los que
jugar sin pagar una peseta, y después jugar a ser adulta en pequeños empleos que
ayudaban a la economía familiar.
Tras la culpa por la
muerte de su hermano pequeño y el abandono por la de su madre, llegó la
"lluvia de muertos en Madrid" por la Guerra Civil. Si la infancia en
Lavapiés le dio el gusto por la escritura, la guerra le dio un estilo
pulido por el hambre y la desgracia. Gloria alumbró los primeros versos y
a los primeros amores entre el sonido de las bombas.
Guerras
Fuertes conoció los
dos bandos de la guerra representados en dos soldados y sufrió la pérdida
de ambos. "Mi primer amor era un obrero, me hubiera casado con él, pero le
dieron por desaparecido en el treinta y seis", y según escribía esto
encontró al segundo en la trinchera franquista. "Me influyó mucho, era
súper culto", dijo del médico Eugenio Rosado, que murió en la cárcel
fusilado por los milicianos.
Estos idilios eran la
forma que tenía de humanizar la batalla, pero la guerra dejaba a las
personas como un cascarón vacío, y así lo expresaba en sus poemas. Los
obuses también sembraron una conciencia antibelicista e inclemente contra
los señores de la guerra. "Me subleva la buena salud de los malos, a ti te
carcomen, te hacen daño. La manzana podrida y el gusano muy sano". Un
nervio que le abrió las puertas de los intelectuales de la época, entre
los que Gloria era un marinero más.
"Me subleva
la buena salud de los malos, a ti te carcomen, te hacen daño. La manzana
podrida y el gusano muy sano"
Intelectuales
En 1944 se alistó al
"culto del disparate", más conocido como postismo, de la mano del poeta
Carlos Edmundo de Ory. Su amigo y amante solo la introdujo en este selecto
club de caballeros, pues como dice Francisco Nieva, la personalidad de
Gloria Fuertes hizo el resto. "Era una mujer nueva, que se enfrentaba con
ternura a los hombres, tan brutos ellos, no era una maestra repipi, era un
compañero perteneciente a un tercer sexo divino que rompía con todo en
aquella España de hierros y caspa. Rimbaud y Jarry habitaban en Gloria".
El humor es la espina
dorsal de este nuevo estilo que alimenta entre bares, como los bohemios,
con sus colegas Gabriel Celaya, Camilo José Cela y Gregorio Prieto. Esta
primera familia intelectual no le llena los bolsillos de dinero, pero le
amplía la agenda de contactos para publicar su primer libro infantil, Niños,
versos, para vosotros. A partir de ahí, la producción poética de
Gloria Fuertes se dispara hacia todos los flancos y comienzan las
emblemáticas tertulias, donde la escritora presta su voz además de su
talento.
También debuta uno de
sus proyectos más bonitos y olvidados: Versos
con Faldas. "Estábamos hartas de tantos pesaos que
no sabían ni escribir y de que no nos dejasen leer a nosotras en los
recitales. Si en vez de Gloria me hubiese llamado Glorio, otro gallo
habría cantado", decía. Planes no le faltaban, pero seguía sin caer ni una
moneda en el bolsillo. Por eso se matriculó en Biblioteconomía en inglés,
una carrera con un nombre poco sugerente que le brindó al gran amor de su
vida
Phyllis
En 1955, la tutora de
inglés de Gloria se convirtió de pronto en Phyllis Turnbull, el único
capítulo con nombre propio en la biografía de Fuertes. Compartió piso con
ella y con su otro amor de juventud, Chelo Sánchez. Como tres gatas,
salían sin depender del dónde ni el con quién. La escritora quemaba la
noche de Madrid y con las ojeras de madrugada se iba a hacer guardia en
una biblioteca pública, uno de sus oficios más felices. "Dios me hizo
poeta y yo me hice bibliotecaria. Mi jefe era el libro, ¡yo era libre!".

Gloria Fuertes en
moto, en 1955
Después llegó su beca
Fulbright en Estados Unidos (por mediación de Phyllis) y su pronto regreso a
Soto del Real, donde ella y la norteamericana habían fundado una biblioteca
ambulante. Las biografías denominan a esta época la
plenitud. Gloria aunó el dinero, el amor, los amigos distinguidos, su
pasión literaria y el humor en los mismos años. "Si la literatura está en
decadencia es porque los escritores están demasiado tristes. Hacen falta más
risas". Pero en 1971, un perro cáncer se llevó a Phyllis y Gloria no quiso reír
más.
Niños
La broma más macabra
que le hizo la vida a Gloria Fuertes fue en su última etapa. Cuando era
cría, gozaba de felicidad infantil pero sin niños con quienes compartirla.
En cambio, ya de mayor y deprimida, su séquito más fiel estaba formado
mayoritariamente por gente menuda. Es una de sus épocas más interesantes a
nivel poético porque se desdobla entre la ternura de Cangura
para todo y el dolor de Sola
en la sala, por poner dos ejemplos.
Comienzan los
programas infantiles y las entrevistas catastrofistas: "La vida es una
mierda de vaca de la que tenemos que hacer un pastel de manzana". Al final
encuentra más consuelo en lo primero, por eso su poesía adulta caminaba
hacia el olvido cada vez que los niños le hacían corrillo para pedirle un
autógrafo.
"La vida es una mierda
de vaca de la que tenemos que hacer un pastel de manzana"
Gloria terminó sus días con la misma convicción que en su infancia: que los
cuentos infantiles deben tener finales felices, aunque el autor sea una persona
triste. Por eso sus finales más bellos se los debemos a la soledad de su piso de
Alberto Alcocer, a sus amantes muertas y a las luces apagadas de un plató de
televisión.
Gloria Fuertes firmando autógrafos en la Plaza de Colón en 1980