Trece
años, y con escolta por acoso
DIARIO ABC 2/03/2008
POR JAVIER PEÑALBA. SAN SEBASTIÁN
Una niña donostiarra de 13 años fue escoltada
por la Ertzaintza quince días debido al acoso que sufría por parte de ex compañeros
de su ikastola. Ahora la protege con contravigilancia policial. En otoño tuvo
que cambiar de centro.
Marta
lleva desde los nueve años siendo víctima de «bullyng». Vive en San Sebastián
con sus padres y un hermano mayor que ella. Pronto cumplirá catorce años y
desde hace semanas es objeto de una contravigilancia por parte de la Ertzaintza
para impedir que los acosadores la sigan maltratando. A finales del pasado año,
la Policía decidió ponerle escolta. La medida se mantuvo durante quince días.
La situación era insostenible. Insultada en el
centro en el que estudiaba, perseguida en la calle, aislada socialmente —le «robaron»
hasta sus amigas— Marta ha sufrido lo indecible por culpa de un grupo de
chavales, casi todos de su mismo barrio, de su misma edad, que estudiaron con
ella. La pandilla está formada por diez personas y liderada por tres
adolescentes provenientes de familias desestructuradas.
Hace cuatro años que se propusieron hacerle la
vida imposible. No había causa ni motivo que justificara el acoso. Sin más,
Marta se convirtió en objeto de mofa. Todos ellos están identificados y
denunciados ante la Ertzaintza. El caso fue puesto en manos de la Fiscalía que
el jueves pasado comunicó a los padres que quedaba archivado, dado que eran
menores de 14 años y, en consecuencia inimputables. La decisión causó
desolación en la familia.
La historia de Marta no parece un mero caso de
«bullyng». Sus padres opinan que es una muestra del fracaso y de la
incapacidad de las autoridades académicas para atajar este tipo de situaciones.
Todo comenzó cuando la niña repitió segundo
de Primaria. Marta empezó a quejarse en casa de que la llamaban la «repetidora»
y vio cómo sus antiguos compañeros le daban la espalda. Cuando salía a la
pizarra se reían de ella. Prefería decir que no sabía lo que le preguntaban a
seguir siendo objeto de mofa. A esto le siguió el aislamiento, el vacío y los
insultos. «“Ama, ¿por qué tengo que aguantar que me llamen puta repetidora,
la margi, txerri...?”, me decía la niña», recuerda su madre. La ikastola
culpó, en parte, de lo que sucedía al comportamiento de la menor. «De
repente, nos dijeron que nuestra hija era poco menos que un monstruo».
Aconsejados por responsables del centro, los
padres acudieron a un gabinete psicológico. Los tres participaron durante meses
en la terapia. Perdieron horas y más horas de trabajo y se dejaron en facturas
«hasta la hiel», dicen. De poco o nada sirvió. El problema no estaba en la niña,
sino en el «bullyng» del que era objeto.
Pasados los años, Marta empezó a ser
perseguida por sus acosadores al salir del colegio. Por la calle era objeto de
insultos. El abuelo de unos niños maltratadores le llegó a tirar de la coleta
en plena calle. La familia puso el caso en conocimiento de la ikastola. La
respuesta fue que eran fantasías de la niña.
Rosario
de agresiones
La vida de Marta fue, por momentos, un
suplicio. Los insultos y los menosprecios se sucedían. Su grupo de amigas,
entre las que se encontraban también varias de las agresoras, la abandonó.
Llegaron las pintadas en el colegio. En la primera, junto a su nombre, el autor
escribió la palabra «puta». De manera sorprendente, el director ordenó que
fuera la propia víctima quien la borrara. «Aquel día Marta me dijo que se había
sentido como una “caca a la que todo el mundo le puede dar patadas”». Las
agresiones se intensificaron de manera especial el pasado año. En junio alguien
tiró un periódico incendiado a la ventana de la casa. La familia tiene la
certeza de que fue una de las acosadoras que vive en el mismo edificio.
En septiembre de 2007 la menor cambió de
centro. Pero todo fue de mal en peor. A primeros de octubre, la madre se
entrevistó con la tutora. «Me dijo: “Tenemos que hablar, estamos observando
que tu hija está siendo objeto de un maltrato por parte de los compañeros.Ella
no se queda quieta, intenta defenderse, pero es totalmente desproporcionado lo
que recibe a cambio”». Tres días después, el colegio activó el protocolo
de «bullyng». A pesar de ello, «me dijeron que Marta provocaba situaciones
que desencadenaban el acoso. Y fue entonces cuando me comentaron que mi hija había
sacado unas fotos en el vestuario. Menos mal que ya me lo había contado todo.
Tuve entonces que explicarles que fue una las acosadoras quien se apropió de su
teléfono e hizo como que sacaba fotos a sus compañeras desnudas». El centro
les hizo saber que, por seguridad, era mejor que la niña cambiara de colegio.
«Me dijeron que no podían garantizar la integridad física de nuestra hija.
Ante esta situación, me la llevé».
La niña estuvo quince días sin escolarizar.
Marta fue finalmente derivada a otro centro donostiarra. Pero en el nuevo
colegio, la tranquilidad duró cuatro días. Comenzó a escuchar los mismos
insultos que ya recibía en la otra ikastola. Regresaba a casa destrozada, pero
aún y todo reconocía que estaba mucho mejor. Pero el acoso se había extendido
fuera de los recintos escolares.
Para entonces la Ertzaintza ya conocía el caso
por la denuncia de los padres. Decidió poner escolta a la menor. El acompañamiento
comenzó el 26 noviembre y se mantuvo dos semanas. Marta continúa hoy en el
mismo centro. Hay días mejores y peores. Sale poco de casa y cuando lo hace va
en la mayoría de las ocasiones acompañada de sus padres, a quienes Servicios
Sociales del Ayuntamiento les ha ofrecido apoyo psicológico. Pero ellos ya no
están para más psicólogos. Sólo desean que se ponga fin a la impunidad de
los acosadores.
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