El Adarve
El blog de Miguel Angel ASantos Guerra
http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/
El suicidio de Diego
La
noticia sacude los cimientos del sistema educativo el 14 de
octubre de 2015. Un niño de 11 años llamado Diego González se
suicida en Madrid arrojándose por la ventana de un quinto piso,
atribuyendo en una carta su decisión al rechazo insuperable a ir
al Colegio.

Un niño de 11 años llamado Diego González se suicida en Madrid
arrojándose por la ventana de un quinto piso, atribuyendo en
una carta su decisión al rechazo insuperable a ir al Colegio.
La
policía descarta, en una primera investigación, que se trate de
un caso de bullying escolar y la juez de instrucción del Juzgado
nº 1 de Leganés archiva la causa. El hecho ha recobrado
actualidad al publicar el periódico El Mundo (20 de enero de
2016) la carta manuscrita que Diego dejó a su familia y al
entrevistarse los padres del niño con la Presidenta de la
Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, pidiendo la reapertura
del caso. Los padres dicen que quieren “que se sepa la verdad”.
El
niño dejó sobre el alféizar de la ventana por la que se arrojó
al vacío un mensaje para sus padres: “Mirad en Lucho”. Lucho era
su muñeco fetiche de los Lunnis. En él había depositado la
conmovedora carta que transcribo a continuación y que debería
ser de lectura obligatoria en las aulas.
“Papá, mamá, estos 11 años que llevo con vosotros han sido muy
buenos y nunca los olvidaré como no os olvidaré a vosotros.
Papá, tú me has enseñado a ser buena
persona y a cumplir las promesas, además, has jugado muchísimo
conmigo.
Mamá, tú me has cuidado muchísimo y me has llevado a muchos
sitios.
Los dos sois increíbles, pero juntos sois
los mejores padres del mundo.
Tata, tú has aguantado muchas cosas por
mí y por papá, te estoy muy agradecido y te quiero mucho.
Abuelo, ti siempre has sido muy generosos
conmigo y te has preocupado por mí. Te quiero mucho.
Lolo, tú me has ayudado mucho con mis
deberes y me has tratado bien. Te deseo suerte para que puedas
ver as Eli.
Os digo esto porque yo no aguanto ir al
Colegio y no hay otra forma de no ir. Por favor, espero que
algún día podáis odiarme un poquito menos.
Os pido que no os separéis papá y mamá.,
solo viéndoos juntos y felices yo seré feliz.
Os echaré de menos. Y espero que un día
podamos volver a vernos en el cielo. Bueno, me despido para
siempre.
Firmado Diego. Ah, una cosa, espero que
encuentres trabajo muy pronto, Tata.
Diego González”
Un niño, que debería ir a la escuela para
encontrar una vida mejor, una vida más justa y más hermosa,
encuentra en ella el sendero de la muerte. Las dos finalidades
supremas de la escuela, a mi juicio, son enseñar a pensar y
enseñar a convivir. ¿Cómo es posible que la convivencia en esa
institución, le haya llevado a la muerte?
Uno se imagina al pequeño Diego,
inclinado sobre la hoja blanca en la silla donde habitualmente
hacía los deberes, escribiendo su despedida y pidiendo perdón
por el dolor que iba a causar a sus seres queridos. Se le
imagina depositando en Lucho la fatídica noticia y, sobre todo,
fraguando antes de dormir la terrible decisión al no encontrar
ninguna salida al problema de su miedo y de su angustia.
Imagino también las lágrimas que habrán
derramando y que seguirán derramando los miembros de esa
familia.: el papá y la mamá (Carmen y Manuel, de 52 y 57 años),
la Tata (su hermana), el abuelo, el tío Lolo, Eli… ¿Cómo es
posible que no nos diéramos cuenta? ¿Cómo es posible que no nos
dijera nada? ¿Cómo es posible que no intuyéramos lo que se cocía
en su mente y en su corazón? ¿Cómo es posible que no
detectásemos tanta angustia, tanto infortunio, tanto dolor a
través de su mirada…?
Imagino la consternación de los
educadores de ese Colegio cuando se hayan reprochado la falta de
intuición o de observación o de perspicacia… ¿Cómo es posible
que nadie haya dicho nada, que no tuviésemos la más leve
sospecha, que nadie hubiera observado nada, que no hubiera
llegado la menor información…?, ¿cómo no le supimos persuadir
para que nos hablara?
Habría que contar el número de personas
que han estado mirando hacia otra parte, antes, durante y
después del suicidio de Diego
He leído muchas informaciones sobre este
caso que no puedo sintetizar aquí. Muchos testimonios de padres
y de alumnos que apuntan a la existencia de casos de acoso en el
Colegio. Un colegio concertado religioso con un millar de
alumnos, dirigido por Padres Mercedarios. Todo apunta a la
existencia de acoso escolar, aunque el niño nada diga de ello en
la carta y nada hubiese planteado en la familia y en el Colegio
al respecto. Todo el mundo conoce las presiones que los verdugos
ejercen sobre las víctimas en estos casos: “Como digas algo…”.
- El día antes de morir, el niño salió
muy pálido del Colegio, dice la madre, aunque no conseguí
sacarle nada.
No me gusta que los responsables de los
centros reaccionen, en este tipo de casos, tratando de salvar su
imagen. Es comprensible, pero inaceptable. ¿Por qué tanto
hermetismo, tanta ocultación, tanto deseo de cuidar la imagen
cuando esa imagen mejoraría si hubiera humildad, honestidad,
autocrítica y transparencia…? Parece justo y lógico preguntarse
por qué se suicidó Diego, sobre todo sabiendo que era un buen
estudiante.
Cuando he visto en la televisión o en la
prensa el rostro inocente de esa criatura me he quedado sin
capacidad de reacción. ¿A quién se le puede pedir cuentas de
esta muerte? Quien era víctima de las agresiones de los iguales,
se convirtió en la víctima fatal de su propia y última decisión.
¿Por qué? ¿Por quién? ¿Cómo evitar otro caso como el de Diego?
Nadie puede quedar fuera de la
interpelaciones que esta muerte suscita, sea o no un caso
probado de bullying (aprovecho la ocasión para aconsejar el
libro de Alejandro Castro Santander: “Bullying blando, bullying
duro y ciberbullying”). Todos hemos de sentirnos interpelados.
Los responsables políticos que, al
reabrirse el caso, se han apresurado a proponer 70 medidas para
prevenir, atajar y solucionar el acoso escolar. Una vez más,
tarde. Una vez más, con parches y no con medidas estructurales.
Los educadores y educadoras por no afinar
más la mirada para detectar las situaciones que se producen ante
nuestros ojos y pasan inadvertidas, por no insistir lo
suficiente en la necesidad del respeto a la dignidad del otro y
en la obligación moral de denunciar el acoso.
Los padres y las madres que no hemos
sabido conquistar la confianza de nuestros hijos e hijas para
que nos hagan partícipes de sus miedos, de sus temores, de sus
golpes, de sus angustias…
Los alumnos y alumnas que machacan a sus
compañeros con insultos, con bromas, con violencia, con amenazas
que hacen insoportable no solo la vida escolar sino, en general,
la vida. Y por callar y encogerse de hombros ante el atropello.
Jay Asher escribió hace unos años un interesante libro titulado
“Por trece razones”. Un libro que cuenta la historia de un
suicidio escolar en el que la víctima escribe a los trece
causantes de su decisión de quitarse la vida.
El pequeño Diego González se ha
convertido en una lección para quienes tenemos la delicada,
difícil y tremenda tarea de educar a los alumnos y alumnas, a
los hijos y a las hijas.
Obsesionados a veces por el desarrollo del curriculum, nos
olvidamos de que quien va al Colegio, quien estudia y se
examina, es una persona que tiene sentimientos, miedos,
angustias y terrores. Nadie que no esté en condiciones de
aprender podrá hacerlo por más presión que le metamos al
sistema. El pequeño Diego ha suspendido el examen de la vida.
Consideró que el miedo y el terror eran insuperables. Él lo
dice: “Yo no aguanto ir al colegio y no hay otra forma de no
ir”. ¿Por qué pensante eso, querido Diego? Por qué no pensaste
en hablar con tus padres, en acudir a la dirección del colegio,
en contarlo a tus profesores y profesoras, en denunciar a tus
verdugos, en contar con algunos testigos y amigos…? Claro que
había formas de no ir al Colegio o de no ir ASÍ al Colegio… O no
te hablamos de ellas o, si lo hicimos, no fue con la convicción
necesaria… Perdónanos.