La
profesionalidad y el deseo de resolver los problemas pueden
hacer prodigios. En cambio, la pasividad, la inercia o el
inmovilismo sólo sirven para agravarlos.
02.06.2015
He escrito sobre
este tema desde el año 2004, cuando Jokin Ceberio, un
chaval de 14 años, se suicidó en Hondarribia. Hace unos días, se quitó
la vida Arancha, una muchacha de 16 años, por el
mismo motivo. Entre ambos casos ha habido otras muertes. Pero, como
muchas veces he oído decir a la madre de Jokin, la única manera de dar
un sentido a esta tragedia es que sirva para que no vuelva a suceder.
Por eso, quiero centrarme en dos enseñanzas que se desprenden de estos
trágicos sucesos. La primera es que de los problemas
educativos, como de Santa Bárbara, nos acordamos cuando
truena. Por casos de acoso, por abuso de alcohol o por los resultados
de PISA, sufrimos un estremecimiento pasajero, un hervor de
chocolatera, y luego lo olvidamos. Así no arreglamos nada. Al
contrario, todo tiende a volverse crónico. El segundo asunto es que en
educación no hay ni milagros ni enigmas. Hay modos rigurosos,
sistemáticos y tenaces de resolver los problemas. Lo que no se puede
esperar es que se improvisen soluciones a problemas complejos como es
este. Hay que tener preparados –y entrenados– los planes de acción. Lo
mismo que se hace con los planes de evacuación de un edificio.
En el
acoso hay tres protagonistas: el acosador, la víctima y los
espectadores, por lo que debemos dirigir las medidas educativas hacia
los tres
Un centro
educativo puede eliminar la violencia si sigue los protocolos
adecuados. Cada tipo de violencia o de agresividad
necesita un tratamiento diferente. El acoso es un caso especial de
violencia: aquella que se ejerce premeditadamente para hacer daño,
durante un periodo largo de tiempo. Por eso, no tiene nada que ver con
la agresividad explosiva o puntual. En el acoso hay tres
protagonistas: el acosador, la víctima y los espectadores, por lo que
debemos dirigir las medidas educativas hacia los tres. A la víctima
para apoyarla, al acosador para hacerle cambiar de conducta y a los
espectadores para que se den cuenta de que pueden influir
poderosamente en que esos hechos no sucedan.
En estos
protocolos deben fijarse con claridad las
responsabilidades
de cada agente: de la dirección, del claustro, del
departamento de orientación, del tutor, del profesor en su aula, de
los alumnos, de los padres, de la Administración educativa. Hay que
aprovechar los procedimientos que han demostrado su eficacia: el
establecimiento de comisiones de convivencia en las que participen los
alumnos, el nombramiento de un profesor encargado de poner en práctica
el plan, los procedimientos pedagógicos adecuados dentro del aula.

¿Están los niños desprotegidos ante el maltrato?
Programas de éxito
El interés por la violencia en
las aulas se despertó en 1982, en Noruega, cuando tres escolares –de
edades entre 10 y 14 años– se suicidaron por acoso de sus compañeros.
Como consecuencia, el gobierno tomó la única decisión sensata:
emprender una campaña para resolver ese problema. De ahí nació el
programa de Dan Olweus, que ha servido de referencia para todos los
demás, y que está publicado en castellano con el título Conductas
de acoso y amenazas entre escolares. Se ha implantado en miles de
centros, durante más de veinte años con buenos resultados.
Se funda en cuatro principios que deben aplicarse en la escuela e
–idealmente– también en el hogar.
1.-
Cordialidad, interés positivo e implicación por parte de los
adultos.
2.- Límites
firmes ante un comportamiento inaceptable.
3.- Una aplicación
consistente de sanciones no punitivas y no físicas.
4.- Adultos que
actúen con autoridad y como modelos positivos.
En Finlandia, el gobierno
ha puesto en práctica con éxito un programa denominado KiVa,
diseñado por investigadores de la universidad de Turku. A
diferencia de otros programas, KiVa se centra en el grupo, en el que
están también los espectadores que, con su pasividad, dan el mensaje
de que no está pasando nada grave, con lo que se convierten en
colaboradores del agresor. No hay que cambiar la actitud de la
víctima para que sea más extrovertida o menos tímida, sino
influir en los testigos. Si se consigue que no participen en el acoso,
eso hace cambiar la actitud del acosador. El objetivo es
concienciar de la importancia de las acciones del grupo y defender y
apoyar a la víctima.
Los estudiantes reciben una veintena
de clases a los 7, 10 y 13 años. Se facilita que las víctimas
puedan denunciar su situación, mediante un buzón virtual. En cada
centro hay una comisión formada por tres adultos, que se ponen a
trabajar en cuanto detectan un posible caso de violencia .
La evaluación del
programa ha demostrado que KiVa ha reducido todos los casos de acoso,
que su eficacia se ve ya desde el primer año, y que ha conseguido que
el acoso escolar desaparezca en el 79% de las escuelas, y se reduzca
en otro 18%.
Una vez más se
comprueba que la profesionalidad y el deseo de resolver los problemas
pueden hacer prodigios. En cambio, la pasividad, la inercia o el
inmovilismo sólo sirven para agravarlos.