Unos
días atrás se celebró en Madrid la I Conferencia Europea
sobre Cyberbullying, que reunió a organizaciones y expertos
en la materia con el fin de compartir experiencias y fomentar
la cooperación. Es la
primera edición, organizada por COFADE (Confederación de
Organizaciones Familiares de la Unión Europea), pero habrá
otras que darán seguimiento a una problemática relativamente
nueva y que no siempre sale a la luz.
El
cyberbullying es el acoso escolar sufrido a través de redes
sociales o servicios de comunicación instalados en el móvil.
Los comportamientos de abuso, que siempre han existido entre
los niños, saltan del ámbito de la escuela para introducirse
en el mundo online. Una situación que antes se acaba a la
salida del colegio, ahora se prolonga en las diferentes
plataformas sociales o servicios de mensajería instantánea móvil,
como WhatsApp. Lo preocupante de todo esto es que el niño
es incapaz de desconectar y sufre un acoso continuado.
Los
expertos en cyberbullying coinciden en afirmar que las nuevas
tecnologías no son perjudiciales. Sin embargo, su mala
utilización puede amplificar el problema del acoso escolar.
Sencillamente constituyen canales de comunicación adicionales
a los que existían hace unos años. Miguel Comín, director
de la Fundación Alia2,
especializada en la protección al menor en Internet, explica
que las conductas virtuales son igual que las que se
producen en el mundo real. Hace referencia, por ejemplo,
al comportamiento grupal en una situación de acoso. “Al
final lo que interesa no es insultar tú a la persona porque
eso no tiene gracia. Lo que tiene gracia es crear un grupo y
que lo vean los demás”, indica.
La solución
para la víctima no es tan sencilla como salirse de ese grupo.
“Muchas veces no nos damos cuenta de la parte social que
tiene la tecnología para los menores. Si un niño no está en
el grupo, no se siente parte de la pandilla”, apunta Comín.
Esta sensación de pertenencia impide al menor sentirse libre
para abandonar un espacio virtual en el que realmente no lo
está pasando bien.
Aparte
del acoso escolar existen otras formas de cyberbullying. Uno
de los problemas más mediáticos y cuya importancia está
yendo a más es el
llamado sexting. Consiste en la distribución de contenido
sexual en forma de fotos o vídeos que la víctima se hace a sí
misma y después envía a un amigo, quien los difunde entre
terceros. El cybergrooming es otra de las preocupaciones, que
identifica el acercamiento de un adulto a un menor con la
intención de propiciar un encuentro sexual.
Ante
una situación de cyberbullying
Cuando
se produce una situación de este tipo hay tres actores clave
implicados en su resolución. Son los padres, los profesores y
los propios niños, tanto las víctimas como los acosadores.
Hoy en día no existe la preparación necesaria en ninguno de
estos tres grupos como para gestionar un problema así. “
Los profesores se encuentran muchas veces perdidos porque
ellos no saben cómo solucionar situaciones de cyberbullying
que se dan en los centros escolares. Muchos colegios, porque
quizá piensan que es un desprestigio para el colegio, tienden
a minimizar, a justificar, a decir que son cosas de niños y
no realizan una intervención activa”, comenta Ana Oliaga,
psicóloga y directora de proyectos de la asociación Protégeles.
Oliaga incide
en la necesidad intervenir bajo asesoramiento si no se tiene
experiencia o los recursos adecuados. La psicóloga destaca
que una mala intervención por parte de los profesores puede
agravar una situación de ciberacoso. Por ejemplo regañar al
grupo de niños que están cometiendo la falta. Cuando el
docente se dé la vuelta es posible que los niños se ensañen
con la víctima, acusándolo de chivato.
Para
actuar en un caso de cyberbullying lo primero es recoger
información. Es necesario entrevistarse con la víctima, con
el grupo de agresores y también con el grupo de observadores.
El testimonio de éstos tiene especial importancia. Tras
conocer todos los detalles se plantea la intervención y se
toma la decisión de emplear medidas educativas, fomentar la
empatía o abrir la puerta a medidas disciplinarias, según la
gravedad de los casos.
Los
padres también tienen que ser conscientes de su
responsabilidad, que de hecho puede llegar a ser legal.
“Cuando un niño ha falsificado un perfil y desde ese ahí
insulta, amenaza, sube fotos como si fuera el otro niño,
esto es un caso típico de suplantación de identidad”, señala
Oliaga. Ante este delito, la
ley considera responsables a los padres de las acciones
de sus hijos menores de 14 años, por lo que si se
establecen sanciones serán ellos quienes las tengan que
pagar.
El
papel de los menores pasa en primer lugar por denunciar los
abusos cuando vean que se está cometiendo alguno. Algunas
redes sociales cuentan con mecanismos específicos para estos
casos. De esta forma los propios usuarios pueden alertar del
problema a la plataforma que toma medidas. Oscar Casado,
Director jurídico y de privacidad de Tuenti,
explica el procedimiento. “Una vez recibida la
denuncia del usuario, Tuenti procede a valorar y tomar las
acciones más oportunas en cada caso con la mayor rapidez
posible, tales como denunciar los hechos a los Cuerpos y
Fuerzas de Seguridad, salvaguardar la información que sea
necesaria y por supuesto bloquear o eliminar el perfil del
usuario infractor, entre otras”, señala.
Necesidades
formativas
Los
especialistas en cyberbullying hacen hincapié en la formación
como el principal motor preventivo y paliativo. Es
necesaria en tres niveles: padres, profesores y niños. La
Fundación Alia2 divide a estos últimos en tres grupos de
edad, según sus hábitos y el acceso a las tecnologías que
tienen. Los menores de 10 años constituyen la primera categoría.
“A partir de los 10 ó 11 años ya empiezan a tener móvil,
por tanto, la formación a edades más tempranas está
enfocada a otro tipo de problemas, no está tan enfocada al móvil”,
señala Miguel Comín, de Alia2.
Entre
los 10 y los 13 años va entrando el móvil y también las
redes sociales. Los programas formativos se orientan a evitar
problemas de ciberacoso. Cuando ya se ha producido un caso,
una de las actividades más recurrentes es el fomento de la
empatía. “Lo que hacemos nosotros en los talleres de
formación es pasar un rol donde se victimiza a una persona
para que se sienta lo que es. Lo que hay que hacer es que los
agresores tengan empatía hacia esa gente que están atacando”,
explica Comín. Al final los que protagonizan los ataques
también son niños y muchas veces no se dan cuenta del daño
que están haciendo.
En
el tercer grupo, a partir de los 13 años, se empiezan a
afrontar problemas de tipo sexting. En este sentido es
necesario mostrar los riesgos que existen al subir una foto de
contenido sexual a las redes sociales. La educación va más
allá de enseñarles a controlar su privacidad en cada
plataforma, también busca definir un uso adecuado de los
recursos online.
En lo que
respecta a los padres, se necesita una formación completa,
acerca de la problemática que pueden afrontar sus hijos en
cualquiera de estas edades. La navegación conjunta, entre
padres e hijos, es una de las recomendaciones, en tanto
supone un proceso de aprendizaje tutelado. Los profesores y
colegios requieren orientación sobre el uso de la tecnología
también para todas las edades, aunque algunos demandan
documentación sobre grupos concretos, según las clases que
manejen.
El
control parental y los filtros
Las
herramientas de control parental impiden el acceso a ciertos
sitios de Internet cuando están activadas. Su uso no está
extendido entre padres ni en los colegios, aunque las
asociaciones especializadas insisten en su importancia. “Si
estamos ofreciendo un elemento capaz de acceder a cualquier
tipo de información es importante para la educación de
nuestros hijos saber a qué información deben acceder y a cuál
no, dependiendo de la edad”, argumenta Comín.
Se trata de
sacar el máximo partido a Internet pero ejerciendo un cierto
control que va evolucionando por edades. Existen diferentes
herramientas online que ofrecen este servicio. Los propios
buscadores disponen de filtros, a los que se acceden en
las páginas de preferencias, que impiden la aparición de imágenes
y contenido pornográfico en general. YouTube también permite
establecer restricciones desde la parte inferior de la página,
en el apartado ‘Seguridad’.
Las
compañías de seguridad de Internet también ofrecen control
parental con sus soluciones de antivirus. El analista de
Kaspersky Vicente Díaz explica que para definir los límites
se establecen una serie de criterios que se consideran
peligrosos, como puede ser la
violencia, webs maliciosas, que contengan pornografía o
hablen del tráfico de drogas. “Se recopila una
base de datos, por una parte propia, con tecnología para
detectar contenidos maliciosos y colaborando con otras
organizaciones que tienen los mismos fines. Se crea una base
de datos común que es la que se utiliza”, indica.
También
se trabaja con tecnologías adicionales, como puede ser el
reconocimiento de imagen. De esta manera, si se detecta algún
sitio sospechoso no incluido en la base de datos se bloquea.
Se buscan patrones tenidos por potencialmente peligrosos o
agresivos para un niño. Si reconocen estos patrones se lanza
una alerta. “Si visitas una página que no visitado nadie
antes y se detectan cosas feas se comparte para que ningún
usuario entre ahí”, señala Díaz, aunque asume que los
algoritmos siempre pueden pasar algo por alto. La efectividad
de las técnicas automáticas depende a veces de cómo esté
codificada la página y existen trucos para engañar a estos
algoritmos.