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Cuando el acoso escolar te hace dejar de estudiar
La familia De Agustín denuncia desde hace nueve años el
caso de su hija, que al final ha abandonado el instituto
Iñigo Domínguez
Madrid 8
JUL 2019
En vídeo, Natalia de Agustín, junto a sus
padres, Luis de Agustín y Raquel Rodríguez, en Madrid. ULY
MARTIN | A. DE LA RÚA | H. MARTÍN
Natalia De Agustín, de 17 años, no ha acabado este año el
curso en su instituto de Madrid. Ha dejado los estudios porque no podía soportar
más la situación de acoso que, según ha ido denunciando, sufre desde hace nueve
años. Es un relato complejo, de una niña que empieza a tener problemas en un
centro, cambia a otro, y luego se traslada también de distrito, pero se
encuentra de nuevo con las mismas compañeras que le hostigaban, o con otras que
conocen a las primeras y toman el relevo. Así hasta en cuatro centros.
Primero una o dos niñas que la insultaban, luego un
grupo, acoso en las redes sociales. Mensajes del tipo:"Me han contratado para
matarte". Persecuciones por la calle, palizas mientras la grababan con el móvil.
Pasó dos meses ingresada en el hospital. Un rosario de denuncias en la policía,
reuniones en los centros, dos juicios. Todo inútil, según su experiencia. Al
final, el pasado mes de febrero, Natalia lo dejó. La historia que cuenta su
familia es la de un sistema que no funciona, no sabe atajar el problema y, es
más, según ellos, trata de ocultarlo. “El sistema no te da soluciones, y si no
aceptas lo que hacen te acaba expulsando, que es lo que ha acabado pasando a
nuestra hija”, acusa su padre, Luis De Agustín, que hace tres años, junto a su
madre, Raquel Rodríguez, y la propia alumna, ya denunciaron lo que estaba
ocurriendo a este periódico.
El suicidio de un menor de 13 años, en Getxo, el pasado 16 de junio, que había
denunciado sin éxito acoso escolar durante años ha vuelto a demostrar que a
veces estos casos se subestiman. La madre de ese chico ha escrito un duro
mensaje en redes sociales contra el colegio: “Yo lo avisaba. Ellos miraron para
otro lado. Ahora que no me vengan con chorradas”.
“A ver si te suicidas”
En 2017, cuando dos chicas agredieron a Natalia, una le
dijo: “A ver si te suicidas de una vez que es lo que queremos todas”, según su
relato. Tras un juicio, las dos menores acabaron condenadas a trabajos sociales
e indemnizaciones en 2018. En otro, pendiente ahora del recurso, otras dos
menores fueron absueltas. Aunque su padre afirma que siete agentes municipales y
la directora del instituto testificaron a su favor, y que una de las menores
reconoció que había pegado a su hija y la otra, que había sido expulsada del
centro.
¿Qué ha fallado en el caso de Natalia para que deje de
estudiar? Para la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, nada. Esto
es lo llamativo, muy representativo de los continuos choques entre familias e
instituciones sobre el acoso escolar. La consejería cuestiona a la menor y a su
familia. No considera que en el episodio del último instituto, el que la ha
llevado a dejar de estudiar, se haya producido acoso, y no entrar a valorar lo
ocurrido a Natalia en los años anteriores. Asegura que se abrió el protocolo y
se cerró al considerar que no existía. Es más, apuntan que la menor “lleva desde
febrero sin acudir a clase, sin justificar” y que tuvo problemas en el centro
donde estuvo antes.
Se refiere al caso pendiente de sentencia definitiva:
precisamente una de las acusadas se matriculó en el centro donde estaba Natalia
y pese a sus advertencias, acabó en su misma clase. El centro argumentó que no
podía hacer nada porque no había una condena contra ella. Luego empezaron los
problemas.
Hay un choque de realidades: la consejería de Madrid
cuestiona a Natalia
"La consejería, en el momento en el que tiene
conocimiento de un supuesto caso de acoso actúa inmediatamente enviando a los
equipos de inspectores y psicólogos a los centros. Y allí es donde se recaba la
información y se determina si es un caso de acoso o no. Ni se tapan casos ni se
minimizan", afirma. "Somos los primeros interesados en que esta lacra
desaparezca. De ahí el decreto aprobado hace unas semanas sobre convivencia
escolar, que determina incluso sanciones para todos aquellos que no desvelen la
existencia de un caso de estas características”.
La Comunidad argumenta que los casos bajan, pero porque
cree que la mayoría no lo son: en el curso 2015-2016 se presentaron 573
denuncias y solo se admitieron 179, el resto se desestimaron; en 2017-2018 se
recibieron 407 y solo se estimaron 83. La conclusión de la consejería es que los
casos de acoso escolar se han rebajado en un 54% en la última legislatura.
Al margen de quién tenga razón, es sintomático que un
grave problema de menores degenere en un enfrentamiento tan hosco entre una
familia y la Administración. Pero son más familias y se repite en toda España.
Los cursos con mayor potencial de riesgo son quinto y sexto de primaria y
primero y segundo de secundaria.
En 2015, también causó una gran conmoción el
caso de Diego, un alumno de un colegio de Villaverde, en Madrid, que se suicidó
tras dejar una carta a sus padres: "Ya no aguanto ir al colegio y no hay
otra manera para no ir". La reflexión de su padre, Manuel González, que en los
tribunales no consiguió que se reconociera el acoso escolar, también es muy
amarga: “Mi experiencia, como la de los padres de Natalia, como la de la mayoría
de la gente, es que la Comunidad de Madrid nunca ve nada, todo les parece bien,
solo piensan en taparlo”.
La Asociación Madrileña Contra el Acoso Escolar (Amacae) es igual de
contundente: “El caso de Natalia es el más sangrante que hemos tenido en cinco
años, es de manual. La consejería de Educación solo quiere tapar todo, es lo
habitual”, asegura María José Fernández. Sus datos son muy distintos: en
2016-2017 atendieron 500 casos; al año siguiente, 700; y en el primer trimestre
de este año llevan 100, el doble que el año pasado. “Cuando llegan aquí ya están
desesperados, porque nadie hace nada. Y si dejan de ir a clase se arriesgan a
una multa por absentismo y hasta un expediente de tutela de los servicios
sociales. Si denuncias, te persiguen”. En su opinión, hay un problema de fondo:
“El sistema culpabiliza a la víctima, minimiza, dicen que hay un conflicto, no
lo tratan como acoso, lo disfrazan. Se han gastado un montón de dinero en un
programa de convivencia y quieren hacer ver que funciona y bajan las
estadísticas. ¿Cómo es posible, si estamos todas las asociaciones de España
desbordadas? Estamos como en la violencia de género hace 30 años”.
Igual de severo es el informe que acaba de presentar Amnistía Internacional
sobre el acoso escolar en España. Concluye: “Son miles los casos de acoso
escolar que no se documentan como consecuencia de la ausencia de datos, una
formación inadecuada y una rendición de cuentas deficiente”. Asegura, en
resumen, que las cifras oficiales no son reales. “Es totalmente cierto que se
tapan los casos. En Extremadura, por ejemplo, el porcentaje oficial de casos es
del 0,02%, eso es imposible”, explica Koldo
Casla, uno de los autores del informe. Amnistía ve un abismo de cifras según
quién las dé: los últimos datos de la OMS, de 2014, hablan de un 7,5% de niños y
un 4,3% de niñas, una media inferior a la europea. Pero muy lejos del 0% y el 1%
que sostienen las comunidades autónomas. El
96% de las denuncias que llegaron al teléfono de acoso del Ministerio de
Educación en 2017 no se remitieron a la inspección. Amnistía realizó 125
entrevistas y dos profesores, uno de Badajoz y otro de A Coruña, les dijeron lo
mismo: “Si un director dice que en su centro no hay acoso, es que o no sabe lo
que pasa en su colegio o está mintiendo”.
Una asociación de familias acusa a los centros de
querer tapar el ‘bullying’
La primera toma de conciencia del problema en España, por
su impacto social y mediático, fue
el caso del niño Jokin, en 2004, en el País Vasco. A partir de ahí se
desarrollaron los protocolos de acoso en todas las comunidades autónomas, aunque
pasar del papel a la sensibilidad real ha costado mucho más. “Desde hace cinco
años hemos visto un cambio. Antes era un tabú total y los centros no querían
hablar de acoso, no querían abrir el protocolo, mucho menos los privados, que
son más herméticos. Va cambiando. Ahora ya en algunos casos es casi es al revés,
se denuncia enseguida, y a veces lo ven donde no hay, son problemas de
convivencia mal gestionados”, explican tres de los 170 agentes tutores de la
Policía Municipal de Madrid, que intervienen en estos casos. “Te llegan padres
con niños de tres o cinco años que hablan de acoso, y a esa edad es imposible”,
certifican especialistas de la Unidad Central de Participación Ciudadana de la
Policía Nacional, con 217 delegaciones en España.
“Es más fácil de demostrar el ciberacoso, por los
pantallazos, y el físico, por las secuelas, y también si se somatiza o hay
testigos. Si es psicológico o de aislamiento, es más difícil”, reflexionan las
agentes de Policía Nacional. La parte más difícil es implicar en la solución a
todos los involucrados en el problema. “Los padres del presunto acosador lo
niegan siempre y no aceptan que su hijo puede necesitar ayuda. Luego les enseñas
los whatsapp y se desmoronan o le dan un guantazo allí mismo. Y eso que
a veces estos niños tienen rasgos de líder, con habilidades sociales, pero mal
canalizadas", explican los agentes municipales. Al final, si no hay avances, la
solución de muchos padres simplemente es cambiar de colegio, como ha hecho
Natalia De Agustín durante años.
Muy pocas condenas
Una instrucción de la Fiscalía General del Estado de 2005
aconsejó resolver los casos en el propio centro, pero cuando los padres
presentan una denuncia el asunto se judicializa. Entonces entra en otra
dimensión, la penal, más árida y que habitualmente crea más descontento. Porque
además de ser una experiencia desagradable, solo una pequeña parte de lo que
llega acaba en condenas. “Nos llega una avalancha de denuncias, pero el acoso
escolar no existe en el Código Penal. Hay que probar otras cosas: lesiones,
delitos contra la integridad moral…”, explican portavoces de la Fiscalía de
Menores de Madrid. Su último informe anual apuntaba con preocupación que en 2017
tramitó 192 denuncias y archivó 81, el 42%, porque los implicados eran menores
de 14 años y, por tanto, sin responsabilidad penal. Aunque consideraba que estos
casos no eran acoso, sino “conflictos propios de la convivencia en el ámbito
escolar e, incluso, desavenencias de los progenitores de los menores con el
centro escolar”.
Por eso la Fiscalía de Menores también es objeto de
fuertes críticas de los padres: “Te sientes tratado como un delincuente, están
acostumbrados a asuntos más graves y para ellos esto son tonterías de críos”,
acusa Luis De Agustín. Natalia relata que la primera vez que fue a declarar el
fiscal vio su voluminoso expediente y le dijo: “Mira, yo no me voy a leer el
Quijote”. Su padre contó el episodio en un programa de televisión y el
funcionario le llamó para disculparse. La Fiscalía asegura que su personal está
formado y es sensible al problema. En cuanto al fiscal que atendió a Natalia,
dejó el puesto tras la polémica.
Y Natalia, ¿qué va a hacer ahora? "No sé, vivir, curarme,
y no callarme más. Fue duro dejar el instituto, pero decidí no sufrir más. Ahora
pienso en volver a pisar un instituto y es muy doloroso, verte rodeada de gente
y sentirte indefensa".
"Hay una enorme
ligereza de los padres con los móviles"
Policía Nacional y Policía Municipal de Madrid coinciden:
“Los móviles han cambiado todo”. Según su experiencia, la mayoría de los casos
de bullying derivan en ciberacoso. Los datos del Instituto Nacional de
Estadística (INE) indican que tienen móvil el 45,2% de los menores de 11 años,
el 75% de los de 12 y el 92% de los de 14. El propio hecho de no tener móvil
puede ser motivo de aislamiento. “Antes en las charlas preguntábamos quién tenía
móvil. Ya no, los señalas”, explican los agentes tutores de Madrid. “La charla
que antes dábamos a chavales de 15 años la damos ya en primaria. El móvil es
regalo de primera comunión. Hay una enorme ligereza de los padres con los
móviles, es como si les dieran un ciclomotor sin explicarles las reglas y cómo
se conduce”.
La Policía Nacional ofrece charlas de ciberacoso, y
aunque son de diez horas los centros las piden, porque están muy preocupados. De
2014 a 2018, el cuerpo ha impartido más de 24.600 charlas sobre acoso y más de
59.800 sobre los riesgos de internet. La adicción a los videojuegos es otro
problema: “No saben distinguir la ficción de la realidad y el acoso a veces
empieza en elchat del propio juego”.
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