Quienquiera que cometa bullying, sin importar
si es menor de edad, debe tener consecuencias ejemplares,
por lo que existe un debate al respecto, que exige entender
los derechos de los niños, pero también sus obligaciones,
comentó Leonardo Beltrán, fundador del Proyecto Andares.
Al referirse a casos
en que menores han perdido la vida a manos de otros niños
agresores, destacó que “una conducta de ese tipo debe tener
una consecuencia. No quiero decir que el sistema de
rehabilitación para menores o los centros de readaptación
infantil sean la solución o funcionen ciento por ciento”.
Agregó que, sin
embargo, “la consecuencia debe existir y debe ser de tal
manera ejemplar que cambie y modifique la vida de los
agresores, porque si menores de seis u ocho años son
responsables y no la reciben, qué va a ser de ellos cuando
cumplan 17 o 18 años”.
El experto fue
entrevistado en el marco de un encuentro de dos días que
realiza su organismo en el Centro Cultural Isidro Fabela,
Museo Casa del Risco, el primero para especialistas y el
segundo para padres, sobre la construcción de la imagen del
niño como un elemento fortalecedor y que le da estructura en
su desarrollo.
Beltrán señaló que
“conductas de ese tipo, en primer lugar no son impulsivas ni
un arranque; es la gota que derrama el vaso de una serie de
conductas violentas y agresivas, en las que no hubo una
consecuencia, en que a la mejor los padres no estuvieron
cerca o el entorno social de la familia, la escuela o la
colonia es muy agresivo”.
Interrogado respecto
de si actualmente existe más violencia social o si sólo es
más visible por los medios de comunicación, consideró que
sin dejar de lado este último tema, lo cierto es que la
violencia está creciendo.
“Somos más de mecha
corta; esta sociedad tan cambiante, tan demandante, nos ha
ido acostumbrando a tener reacciones más inmediatas,
viscerales, para lo bueno y para lo malo. A lo mejor ya no
tenemos estos espacios de reflexión ante una acción:
sentarnos, respirar y reaccionar. Ahora reaccionamos y luego
nos arrepentimos”.
Destacó que hoy, el
gran reto de los padres es estar muy pendientes de sus
hijos: no quitarles la mirada, no dejar de sonreírles y no
dejar de jugar con ellos: la vida se mueve demasiado rápido
en estos tiempos y lo urgente le quita espacio a lo
importante.
“No porque alguien
esté con su hijo sentado viendo la televisión quiere decir
que hay una convivencia real; hay que voltearse, mirarlo a
los ojos, sonreírle y jugar con él. Ese va a ser el
termómetro de toda la relación con el hijo.
“En esos momentos el
padre o la madre saben si su hijo está bien o si necesita un
apoyo”, sostuvo el fundador del Proyecto Andares.
Con estos tres
factores –sonrisa, mirada y juego–, “cuando a ti te late que
algo está mal, con toda certeza lo está: no le toca al papá
ni diagnosticarlo ni tratarlo, pero sí ser responsable e ir
con los responsables que les van a ayudar”.
En cuanto al bullying,
dijo que el Proyecto Andares atiende tanto al niño que es
abusado como al abusador, que muchas veces, aunque no
parezca, la tiene mucho más difícil que el otro.
Por regla general, es
un niño que no está muy seguro de su imagen, no sabe quién
es, tiene la autoestima muy baja y tiene que imponerse a los
demás mediante la agresión y la violencia para no ser él
víctima de esa violencia.
“Como sociedad, el
bullying es una responsabilidad compartida; sería muy
injusto decir que es culpa sólo de la familia, del papá (que
nunca está) o de la mamá (que le da sus buenas nalgadas).
Nos toca a todos involucrarnos y tener niños sanos,
conscientes, seguros de sí mismos y asegurarnos que casos
como este no lleguen a pasar”, afirmó.
Eso sí, dijo, es
preciso empezar por casa y con el ejemplo. “El niño es como
una anforita vacía que se va llenando en cuanto a sus
hábitos y rutinas, no tanto con lo que le dice sino con lo
que ve, lo que va aprendiendo con base en la repetición de
la gente que tiene cerca y que siente que lo quiere”.
El
encuentro es organizado por Proyecto Andares, asociación
civil sin fines de lucro que se dedica a dar terapia a niños
y adolescentes, así como a sus familias, en un modelo
transdisciplinario en materia de psicología, emoción,
psicomotricidad, aprendizaje de lenguaje y audición.