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Aprendiendo
de un suicidio: la triste muerte de Carla

En la Unión Europea, el acoso y maltrato por bullying
lo sufren alrededor de 24 millones de niños y jóvenes al año. (Corbis)
José Antonio Marina
06/01/2015
Carla
Díaz se suicidó a los 14 años, en abril de 2013, victima de
acoso escolar. La condena de las dos menores encontradas responsables
de ese hecho ha planteado de nuevo el problema del bullying.
Ante una tragedia semejante, sólo queda el limitado consuelo de
aprovechar la terrible experiencia para evitar que se repita. Por
desgracia, de los temas educativos nos acordamos sólo cuando hay malas
noticias.
En 1983 se
comenzó a tratar con rigor el acoso cuando, en Noruega, se
suicidaron tres chicos de edades entre 13 y 14 años por esa causa.
Se emprendió una campaña en educación primaria y secundaria,
dirigida por Dan Olweus, que se convirtió en la
autoridad de referencia en este tema. En España la preocupación se
despertó con el suicido de Jokin, en 2006. En todas
partes la preocupación es suscitada por hechos dramáticos.
En
Massachussets se promulgaron en abril de 2010 leyes estatales que
exigen que los casos más severos de acoso escolar sean denunciados a
las autoridades, después del suicidio de Phoebe Prince,
de 15 años, harta del bullying de que era objeto. Muchos
pensaron que una ley penal no resolvía el problema. En 2012, el caso
de Amanda Todd, una niña que se suicidó después de
dejar un video contando su historia, volvió a estremecer a Estados
Unidos.
El problema global
del bullying
Según la Organización Mundial
de la Salud y Naciones Unidas, cada año se suicidan en el mundo
alrededor de 600.000 adolescentes y jóvenes, entre los 14 y los 28
años, y al menos la mitad tiene alguna relación con el bullying.
En Europa, las naciones con más acoso son, por este orden, Reino
Unido, Rusia, Irlanda, España e Italia. La organización británica
contra el acoso juvenil Beat Bullying alerta de que este problema es
más serio de lo que parece, ya que “en la Unión Europea, el acoso y
maltrato por bullying lo sufren alrededor de 24
millones de niños y jóvenes al año”.
Los actos de intimidación se dan
en un porcentaje mayor en las mismas instalaciones escolares, y
después en el trayecto de casa al colegio. Pueden consistir en
violencia física o verbal, o en maniobras de exclusión social
de un alumno o alumna. En los últimos tiempos han aparecido
modalidades a través de las redes sociales, como el bullying
electrónico, o el sexting, que consiste en difundir imágenes
o videos de alto contenido sexual o erótico para provocar la
humillación del afectado. Save the Children ha publicado recientemente
un
estudio sobre el acoso escolar y el ciberacoso en España, con una
propuestas de actuación.
El problema, pues, es muy serio,
aunque en España las estadísticas difieren mucho, por la variedad de
criterios para medir el acoso. No todo acto de violencia es
acoso, ni todas las personas violentas son acosadoras. Hay
personas temperamentalmente agresivas, o con sesgos cognitivos, o con
mal control de los impulsos, o con síndromes explosivos intermitentes,
que pueden producir conductas violentas puntuales, incluso frecuentes.
Pero el acoso –según la
definición del Ministerio de Educación– implica que un mismo alumno
esté expuesto, de forma repetida y durante un tiempo a acciones
negativas que llevan a cabo otros alumnos o grupos de ellos”. Como
dice Rosario Ortega, una de las expertas españolas en
el tema, “el acoso entre iguales es un fenómeno sostenido de abuso de
poder, maltrato y exclusión social, que implica un desequilibrio de
fuerzas”.
Causas y soluciones
Como todos los problemas
educativos en el del acoso influyen muchos elementos, psicológicos,
sociales, y morales. Pone de manifiesto la necesidad de que la
sociedad entera colabore a su resolución, aunque familias y centros
educativos tienen un papel esencial. En algunos casos, los pediatras
pueden ayudarnos a identificar factores de riesgo clínicos. No
es un problema irresoluble. De hecho, cuando un centro
educativo se empeña, puede eliminar, o al menos reducir drásticamente,
la violencia de cualquier tipo en las aulas. Tenemos buenos protocolos
para hacerlo.
Conocemos los factores de
protección y de riesgo. Sabemos que los casos aumentan hasta 3º de la
ESO. No se trata de educar a nuestros alumnos en una burbuja, sino de
ayudarles a enfrentarse con los problemas. Lo importante es dar a cada
caso la importancia que merece, y eso deben determinarlo los
profesores, los tutores, los departamentos de orientación y los
padres. Hay que eliminar el tópico de que son cosas de adolescentes,
que siempre han sucedido, y que sirven para endurecerlos.
Es verdad que han sucedido
siempre, pero también es verdad que los efectos pueden ser malos y muy
duraderos. Sergio Vila Sanjuan acaba de publicar una
obra de teatro (El club de la escalera, Plataforma) donde se
cuenta la venganza de una victima de bullying treinta y cinco
años después de que los hechos sucedieran. Esta persistencia de los
efectos me anima a pedir a los lectores que me envíen información
sobre casos que conozcan o que hayan protagonizado.
La prevención
del problema debe hacerse con la mayor anticipación posible. En estos
hechos intervienen tres tipos de participantes: los acosadores, las
víctimas, y los espectadores. A los tres tipos debemos educar para
evitar el problema.
El perfil del
acosador
Un acosador es una persona que
se comporta de una forma que puede satisfacer sus necesidades de
emoción, estatus, beneficios materiales o procesos grupales, y no
reconoce ni busca satisfacer las necesidades y los derechos de quienes
resultan afectados por su comportamiento. En muchos casos se hace por
diversión, en grupo. Tienen una preocupante falta de compasión
por el dolor ajeno. Eligen a una víctima débil, que no tenga recursos
para defenderse, o que tenga algún aspecto que excite su agresividad
(como ocurre en los casos de homofobia). El acoso solo dura cuando la
víctima no sabe qué hacer, por eso son situaciones tan peligrosas.
Cómo sólo se prolongan cuando la víctima es vulnerable, las
posibilidades que las víctimas tienen de sobreponerse son muy escasas.
Necesitan ayuda pero, por muchas
razones, no la piden. El silencio y el aislamiento
son los grandes enemigos de cualquier persona que sufre agresiones
domesticas o escolares. Niños y adolescentes no hablan de su problema
por diversas razones:
-
No quieren parecer incapaces o
cobardes.
-
Quieren solucionar sus
problemas por su cuenta.
-
Tienen miedo de que los
acosadores descubran que han hablado con algún adulto.
-
Temen no ser comprendidos.
-
No quieren que sus padres se
preocupen.
-
Tienen miedo de que los padres
tengan una reacción excesiva y empeoren las cosas.
-
Sienten vergüenza por el hecho
de que esto les suceda a ellos, porque creen que la culpa es suya.
-
Pueden ser incapaces de
expresarse, tener poca confianza, sentirse confusos o no tener claro
lo que deben hacer.
Las semejanzas con la situación
de las mujeres maltratadas son evidentes.
Reconoces las
señales
Precisamente por esta dificultad
de expresarse conviene que los profesores y los padres sepan detectar
algunos indicios relevantes.
Son señales de alarma:
-
Cualquier cambio súbito del
comportamiento normal.
-
El rechazo a ir a clase o a
participar en las actividades escolares, donde también acuden sus
compañeros.
-
Caída inexplicable de los
resultados escolares.
-
Roturas en la ropa, prendas
desgarradas.
-
Dolores de cabeza, estómago u
otras indisposiciones inexplicables.
-
Interrupciones frecuente del
sueño, dormir más horas de lo normal u otros cambios en las pautas
del sueño.
-
Evitar a sus compañeros de
edad así como los actos sociales de la escuela, el comedor o el
patio.
-
Súbito desinterés por
actividades que antes le gustaban.
-
Aspecto triste y deprimido.
-
Negarse a ir o volver sólo
desde casa a la escuela.
-
No querer hablar de lo que
pasa en la escuela.
-
Perder demasiadas cosas, o
pedir dinero (puede estar siendo sometido a un chantaje).
El papel de los
docentes
Los docentes también deben saber
reconocer señales de alarma en los comentarios, en las relaciones que
se establecen en el aula, en el comportamiento en el patio de recreo.
El Centro debe tener un protocolo claro de actuación
en esos casos, porque no conviene improvisar. Funciona bien el método
de “la ventana rota”. Un famoso estudio de Wilson y Kelling
sostenía que cuando en un edificio abandonado había un cristal roto y
no se reponía, con mucha rapidez aparecían rotos todos los cristales.
Un daño pequeño que no se repara incita a daños mayores.
El método broken
window recomienda corregir las cosas pequeñas, antes de
que se hagan mas graves. Si en la escuela se abordan correctamente las
mínimas violaciones de los derechos de un alumno, el nivel de estas
violaciones no irá a más. Una de los pasos es advertir a los
padres de los acosadores, pero hay que tener en cuenta que
muchos padres se niegan a aceptar esos comportamientos de sus hijos y
otros no se dan por aludidos.
Una vez más tengo que insistir
en que los problemas educativos tienen solución, pero que hace falta
saber cuales son, ponerlas en práctica, y conseguir que todas las
personas implicadas colaboren. En el afrontamiento del acoso escolar
debe intervenir todo el personal de un centro educativo, los padres,
los asistentes sociales, los servicios de ayuda o defensa de la
infancia.
La importancia de la
educación para prevenir
La prevención es lo importante,
pero en este terreno, como advertí en el
articulo de la semana pasada sobre la “psicología positiva”, no
basta con habilidades emocionales. La sentencia a las dos niñas
acosadoras de Carla las condena a recibir lecciones de empatía, de
control de los impulsos, y de las consecuencias de los actos. El
enfoque es muy pobre.
Empatía es un término confuso.
Los acosadores entienden muy bien lo que pasa a sus víctimas. Buscan
precisamente provocar su reacción emocional, y pueden ser muy hábiles
para detectar los puntos débiles. Lo que les falta es
compasión, sentirse afectados por el dolor de otra persona.
Pero en España este sentimiento se ha desacreditado estúpidamente,
considerándolo humillante, cuando en realidad abre el campo de la
solidaridad y es el mejor antídoto contra la violencia.
En segundo lugar, los acosadores
tienen perfecto control de sus impulsos. No suelen ser personas
impulsivas, sino personas que buscan sistemáticamente un tipo de
satisfacción destructiva. Y, en tercer lugar, debe comprender las
consecuencias, sin duda. Eso significa que conviene sustituir la
lógica del castigo (una persona lo impone) por la lógica de
las consecuencias (un acto tiene consecuencias desagradables
(el castigo) que no está impuesto por nadie, sino provocado por el
propio sujeto al actuar).
Pero no basta con estos
mecanismos psicológicos. Lo que necesitan nuestros alumnos es recibir
una profunda, razonada, constante educación ética.
Lo que estamos viendo en las
escuelas no son disfunciones emocionales, sino anestesias morales.
Vicente Garrido, psicólogo experto en conductas
conflictivas, insiste en sus libros en la necesidad de recuperar la
conciencia moral y el sentimiento de culpa.
A continuación ofrezco una serie
de direcciones donde pueden acudir los alumnos que se sientan
acosados:
Les agradecería
que me informasen de otras direcciones que no haya incluido.